Hace unos días le pregunté a un amigo qué va a hacer esta Navidad en lo que a reuniones familiares se refiere. Sus circunstancias son las siguientes: tiene 4 hijos y 11 nietos, es decir, si se juntan todos, 2 abuelos, 4 hijos y sus 4 cónyuges, 11 nietos, suman 21, lo que es absolutamente inasumible para la época que vivimos. Pero, ¿cómo organizarse para al menos verse, tener una comida o una cena con ellos, intercambiar algún regalo, etc.? Podría ser por familias, pero uno de sus hijos le ha salido prolífico y tiene ya 5 críos, o sea, que ellos solos ya son 7, y, si le suman los abuelos, y, si solo se permiten por fin 6 miembros por reunión, y, si hay que contar los niños como seres humanos, entonces serían 9, o sea, que esa reunión, al menos, es imposible.

Entonces, ¿qué decisión debe mi amigo, debo yo, debemos todos, tomar al respecto? Hubo un payo, un tal Guillermo, que escribió esto: (lo simplifico mucho, solo les traduzco la idea central) ´¿Qué es más digno para el ánimo, sufrir los tiros de la fortuna injusta y conllevarlos, u oponerse a los torrentes de calamidades y luchar contra ellas?´, es decir, ¿nos resignamos y olvidamos que es Navidad, y dejamos las celebraciones familiares, pasamos de los amigos, no vamos a las casas, no ya de los hijos, sino tampoco de los hermanos, sobrinos, abuelos, suegros, suegras, parientes y deudos, y sufrimos mansamente nuestra rabia?, o, por el contrario, ¿olvidamos las recomendaciones y luchamos contra las prohibiciones y hacemos lo que nos dé la gana, eso sí, ´tomando todas las precauciones posibles´, que es lo que decimos todos, aunque no sea verdad?

A primera vista, puede ser que este problema de las reuniones familiares por Navidad parezca de poca gravedad, pero no es así. Hay mucho personal para el que esas fiestas significan algo muy especial. Hay recetas de cocina que han pasado de padres a hijos para esos días, hay menús fijos, ´para Nochebuena, esto, y para Navidad cocido con pelotas, como siempre´. Hay una costumbre de regalos intercambiados, hay familias que esperan esos días para que lo de ´vuelve a casa, vuelve´ tenga lugar, y esa persona que vuelve puede traer cosas en las manos, en los pies y en los pulmones, y largarlo en forma de gotita pequeña o modelo aerosol. Y el día 23 es Santa Victoria, una santa muy de celebrar en algunas casas. ¿Qué hacer entonces?

Yo, que tengo una familia grande, no paro de hacerle esta pregunta a todo el mundo. En principio, soy de los que no va a luchar contra las prohibiciones, órdenes y recomendaciones de nuestros ilustres gobernantes, por más que a veces no comprenda que aquí se diga y se haga una cosa, y ahí al lado se haga otra, y más allá otra, y así sucesivamente. O sea, que yo soy de los que va a sufrir por la fortuna injusta por más que le jorobe cantidad la tal fortuna. Una persona mayor me decía el otro día que el problema que él veía es que tampoco cree que le queden decenas de Navidades que celebrar, y que desperdiciar una no le hacía ninguna gracia. Y tenía razón el hombre, pero ´las cosas son como son´, le dije yo, poco inspirado para dar ánimos ese día.

Pero el caso es que no nos queda otra, hermanos. Habrá que organizarse, buscar la forma de que esta desgracia que se cierne sobre todos los seres humanos (qué tremendo suena, ¿verdad?, todos los habitantes de este planeta estamos metidos en este saco de la pandemia, a todos nos afecta) no llegue a más, no se extienda entre nuestras familias y de ahí pase a la de otros, y a la de otros más. Se trata de dominar nuestra ansiedad ante la imposibilidad de llevar a cabo lo que nos gustaría, y tratar de hacer lo correcto. Por nosotros y por los demás.