Rufián quiere ser ministro de Hacienda. Rufián está molesto por el régimen fiscal de Madrid. Los nacionalistas siempre son partidarios de exportar sus infiernos. Rufián no habla de Cataluña y eso nos da descanso. Ahí está el hombre implicándose en la gobernabilidad del Estado, saliendo de su particularismo, involucrándose en debates más allá del Ebro. Madrid no es ningún paraíso fiscal, más bien nos ha parecido siempre un paraíso cultural, gastronómico y vital. Una Comunidad, regida transitoriamente por alguien de dudosa capacidad para gobernar y portentosa capacidad para hacerse notar. Uno va a Madrid, o iba, antes de la pandemia, y no veía a los seres levitando por no tener que pagar impuestos ni a los perros atados con butifarra ni a los inspectores de Hacienda tomando café en el Gijón ayunos de trabajo. No tienen en realidad tantísimo poder fiscal. Las Comunidades autónomas son soberanas en sus tramos fiscales pero quien le reconviene esto resulta ser alguien que se muestra partidario de las autodeterminaciones. Varios presidentes autonómicos han saltado raudos, como Juanma Moreno, a decirle a Rufián que se meta en sus asuntos y no en nuestros bolsillos. Es curioso que Rufián no arremeta contra el régimen foral vasco, que eso sí que es ventajismo. Se fija en Madrid, que siempre ha sido una fijación de ERC. No está uno muy seguro de la efectividad de bajar impuestos a tope y menos en una época en la que hace falta tanto dinero para la Sanidad, tantos subsidios, ayudas y ERTES, pero es risible que las apelaciones a la armonización fiscal, o sea, a que todos seamos iguales como contribuyentes, sea dicho por alguien cuyo proyecto político es la desarmonización total, el diferenciarse hasta la independencia. O sea, el conseguir un régimen de financiación ventajoso para Cataluña. Paganini el último.