Le tomo prestado el título a Jorge Teiller, poeta chileno muerto hace unos 25 años, que escribió aquello de que «es mejor morir de vino que de tedio». Hoy ha amanecido triste, en consonancia con la estación otoñal y, sobre todo, con la pertinaz crisis sanitaria que, pese al esperanzador anuncio de próximas vacunas, se está llevando la vida de tanta gente y la alegría de vivir del resto. La Vanguardia se hace eco de la iniciativa de unos sanitarios que están publicando en las redes fotografías de antes de la pandemia, sonrientes y lozanos, junto a otras de su rostro actual, cansado, demacrado, envejecido. Desolador. Lo peor son muchos de los comentarios que la gente les hace: Que no se quejen que es su trabajo, que la anterior foto sería de estudio, que no todas las guardias van a ser para dormir o darse el lote€ y otras muchas muestras de desprecio a un colectivo al que salíamos a aplaudir todos los días a las 8 al balcón. Hay días que la epidemia falta de empatía hacia el género humano me reseca la garganta y me nubla la vista, como quien vaga por un desierto, sin agua que calme su sed.

Cuando el tiempo presente no nos gusta solemos refugiarnos en un mundo mejor que solemos proyectar al pasado o al futuro, el caso es que intentamos ahorrarnos las piedras del camino, sentándonos a soñar o a recordar.

Una de las escenas que más me gustaron de la serie Mad Men es cuando el publicista Don Drapper presenta el 'carrusel' de diapositivas de Kodak y dice que no van a vender un nuevo mecanismo de visión de fotografías familiares, sino 'nostalgia', pues la publicidad se basa en vender 'lo nuevo' pero también el regreso al pasado que se esfumó. En griego, la nostalgia es el dolor del regreso a un tiempo anterior, a nuestra patria perdida, a un mundo que ya no volverá. La nostalgia no sólo es un recuerdo, sino algo que se te clava en el corazón y nos vuelve a un mundo en el que fuimos amados. Ya escribió Jorge Manrique que la vida se va demasiado presto y, a nuestro parecer «cualquiera tiempo pasado fue mejor».

Mientras unos huyen hacia atrás, otros se refugian en un mañana mejor que nunca llega, en un libertador o mesías que volverá al final de los tiempos, en una sociedad justa e igualitaria que vendrá tras la victoria final, o en un mundo tecnificado donde no habrá padecimientos, enfermedades ni que trabajar€ Para unos, nos ganaremos la gloria eterna si ahora nos aguantamos resignadamente con lo que hay, y para otros la lograremos si luchamos sin cuartel contra el sistema.

El caso es que el tiempo pasa muy rápido y esto se parece cada vez más a las distopías de esas películas futuristas, donde hay unos que viven de muerte disfrutando de los avances del progreso y otros que mueren en vida, padeciendo la pobreza y escasez.

Como siempre, la virtud está en el término medio y tal vez hay que tirar para adelante, buscar la manera de seguir encontrando caminos nuevos aprendiendo de los ya recorridos. Mirar al pasado no tiene que ser una huida, las raíces son necesarias para crecer y la memoria nos enseña mucho del camino que nos espera. Estaría bien que no tropezásemos siempre en la misma piedra, avanzando a lo loco. «Andaté con tres ojos», nos decían nuestras madres, uno hemos de ponerlo en el pasado, otro en el futuro y otro en el presente. No es un malabarismo imposible, es la única manera de salir de esta.

Nos toca vivir aquí y ahora y «a la recherche du temps perdu», que escribió Marcel Proust, hemos de volver para aprender, pero no santifiquemos lo que ya nunca volverá igual, ni falta que hace. A mí me gusta el conocimiento de las tradiciones culturales, musicales o festivas, unas para que no se pierdan y otras para que, no siendo olvidadas, no se repitan nunca más.

Hace unas semanas corría por las redes sociales uno de esos escritos retrógrados que menospreciaba la realidad actual, poniendo como ejemplo las 'maravillas' del pasado, cuando 'todo el mundo' vivía tranquilo 'con la puerta de la casa abierta, sin miedo a los ladrones', cuando 'todos teníamos lo necesario y bastaba con un sueldo en casa para vivir bien', mientras que ahora 'todo es corrupción de los políticos, paro, aluvión de inmigrantes, delincuencia y separatismo'.

En esta ocasión tampoco me pude reprimir y contesté que la nostalgia y, sobre todo, la propaganda política ultraconservadora, no nos pueden hacer comulgar con ruedas de molino pues, pese a las cosas que no funcionan en la actualidad, estamos mucho mejor que en otros tiempos que fueron muy oscuros y llenos de necesidades para la mayoría, tiempos de éxodo y padecimientos. No, no todo lo pasado fue mejor, así que no compremos el discurso de quienes nos quieren vender el freno al progreso y a los avances sociales, económicos y culturales, con una vuelta a un pretendido pasado glorioso que no, no existió.

Luego están los defensores a ultranza de lo nuevo, los que nos engatusan con comprar un futuro maravilloso pero siempre desechable, que tira a la basura todo lo pasado de moda o todo lo anterior. Recuerdo que, de niño, cuando vivíamos en una finca del campo de Pozo Estrecho, teníamos la casa amueblada con mesas, sillas y armarios de madera maciza, camas de palillos, etc. Cuando nos trasladamos a la casa nueva, en el pueblo, mis hermanas y yo insistimos en dejar todo lo viejo y que mis padres comprasen, a plazos, muebles nuevos, resplandecientes y modernos. Con el tiempo, el nuevo mobiliario de formica y contrachapado se fue deteriorando y empezamos a echar de menos aquellos otros muebles antiguos, hoy tan buscados y caros en los anticuarios.

Ahora los mejores decoradores apuestan por mezclar lo contemporáneo con lo antiguo, pero siempre con cabeza y buen gusto. Llamadme un bicho raro, pero a mí me gusta por igual, el arte clásico y el contemporáneo, la abstracción y la figuración y estoy deseando que todo esto pase, pero que muchas cosas no se pierdan por el camino.