Hay cuestiones que testimonian nuestra propia cobardía. Sí, creo junto a la identidad de las inquietudes, también están los miedos. Nuestra forma de proceder, la mayoría de las veces, es el testimonio que verifica las dificultades; las mismas que se enfrentan al genio evasivo de nuestros fantasmas. Lo vivo siempre es un motivo para estar alegre, pero por lo visto, hay personas que consideran inadecuado enamorarse y con una verborrea dócil defienden su postulado. ¡A menudo, junto a la insolencia de la negación, aparece la alusión tierna y caprichososa del motivo! Creo que para entender muchas cosas debemos dejar de ser memoria. Sorprende ver las proporciones que le da a nuestra vida el pasado; muchas soledades ( lo tengo clarísimo) son la consecuencia de malas experiencias. Y ante tanto torbellino mental: ¿quién va a creer en el amor? Hay personas que se fabrican su propio escudo y ven en las relaciones de pareja una clara forma de subordinación. El contrapunto del asunto, es que muchos de los que dicen «yo no quiero pareja» al bajar la guardia emulan estupendamente los lenguajes del amor. Los seres humanos somos la forma de la maternidad y al romper junto a su muelle el amor se vuelve grande y altanero. Dicho de otro manera: todos tenemos la capacidad de amar, y a pesar de la resistencia, el corazón siempre conserva su forma.

No suelo escribir mucho sobre el amor, pero la pandemia me ha hecho ver que la vida no es para los cobardes. Creo que la felicidad es un asombro que nace sin ser buscado. Por lo tanto (opinión subjetiva) es bueno pensar que junto a las hipótesis están los caprichos del miedo y junto a ellas no se engendra nada. Las pasiones son para vivirlas, y los que no lo tengan presente, que lean a Lope de Vega. El mundo será propósito el día que unos versos tengan más peso que un coche.