Para algunas mujeres, entre las que me incluyo, es difícil entender cuando otras nos hablan de ´patriarcado´; afortunadamente hemos corrido una suerte bien distinta y no concebimos ese mundo, por supuesto existente.

Hoy, gracias a muchas que se lo jugaron todo, las que alzaron su voz desde su opresión para luchar por los derechos de todos, no sólo el nuestro, no hay impedimento alguno para casarnos o divorciarnos con quien y de quien nos dé la gana, abrir un negocio, conducir, votar o expresar libremente nuestras opiniones (poca broma, hay un mundo paralelo donde es impensable). De sobra sabemos que el valiente lo es con todo, y antepone lo que tiene para conseguir la justicia social que tanto ha costado. Indistintamente se trate de sexo, religión o raza.

Y si podemos elegir, al menos la mayoría, las que vivimos en este al que llaman primer mundo, en el que no somos obligadas por nuestras familias a un matrimonio concertado, ¿por qué elegimos tan mal, a veces, a nuestro compañero de vida? Ese que se convertirá, por propia elección, en el padre de nuestros hijos. Con la celebración ayer del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, leo atónita la noticia de que sólo en España hay 67.000 de ellas que viven con pánico porque previamente han sufrido maltrato.

Recluidas, abusadas, violadas, ninguneadas o víctima de la trata por parte de sus parejas. Señoras que tienen que salir a la calle con el miedo de que, al volver la esquina las esté esperando su verdugo. Chicas que van al trabajo o al colegio a llevar a sus hijos enfundadas tras unas gafas de sol para no mostrar su temor, sus ojeras de recelo o en el peor de los casos, sus moratones. Algo muy gordo falla en la educación que recibimos y a la vez estamos dando a nuestros hijos, nos envuelve un halo de negatividad que es muy urgente cambiar.

Hace unos días, paseaba por la calle Correos de Murcia, y asistimos a una víctima que corría despavorida huyendo de su agresor. Y, aunque no lo crean, ese no fue el peor de los dramas. Rechazó por completo recibir la asistencia sanitaria que le ofrecimos y, aún más grave, se negó a denunciar al presunto autor. Nos pidió a gritos que la dejásemos en paz, que no nos metiéramos en su vida. Ya lo dicen las estadísticas, la mayoría de mujeres maltratadas no denuncian a su atacante. ¿Hasta qué punto puede alguien vivir su día a día en esa película de terror? ¿Tan poca es la seguridad que esta sociedad les ofrece para no escapar de ese agujero?

Con esta columna no tengo intención de estigmatizar a los hombres, créanme. No a los buenos, de los que me rodeo. Mis amigos son absoluta exquisitez en el trato a sus parejas, y las mías siempre han sido muy cabales. La violencia de un hombre me ha rozado de refilón en alguna ocasión, sin nada que lamentar, que de eso ya se encarga el Karma. Lo único que deseo, estoy segura como todos ustedes, es que cada una de las mujeres que en su vida son cosificadas, insultadas, maltratadas, puedan inflarse de agallas porque sepan que les espera la seguridad de no tener que mirar atrás con miedo, para que le den un portazo en las narices a quien se atreva a siquiera mirarlas mal. Que sepan que no están solas y que vivas las queremos.