Hoy casi todos celebran la derrota de Trump y se lamentan de una decepcionante victoria de Biden. Insuficiente victoria, más bien. Pero decir que el futuro expresidente de Estados Unidos sucumbió simplemente a la contradicción seguramente es ser benévolo con su indecorosa trayectoria de cuatro años. Llegados a un punto, cualquier líder cae en contradicciones. Las de Trump, además de poner en peligro la viabilidad democrática, le impidieron cumplir parte de lo que prometió hasta el punto de convertirse en una parodia de su propio ridículo ser.

Por un lado negaba el virus asesino de la pandemia, por otro prometía hasta el cierre de la campaña electoral la vacuna para acabar con él. Ofreció nacionalismo autoritario más populismo económico. Es una receta que en otros países ha demostrado ser asombrosamente popular.

El partido xenófobo y homofóbico Ley y Justicia de Polonia obtuvo una victoria en las urnas en buena parte debido a las ayudas económicas a las familias que, según el Banco Mundial, contribuyeron a reducir drásticamente la pobreza infantil. Aunque su popularidad cae desde entonces, ya que muchos polacos se han rebelado contra la obstinación en prohibir el aborto.

En Hungría, Viktor Orbán anunció un programa de obras públicas que da trabajo subvencionado a cientos de miles de húngaros.

Estos autócratas utilizan también la represión y la propaganda para apuntalarse. Pero incluso quienes critican su autoritarismo admiten que sus políticas económicas gozan de un respaldo sustancial. Por el contrario, Trump, a pesar de las promesas de campaña de 2016, impulsó una agenda económica ferozmente anti-populista unida a fuertes recortes de impuestos, seguramente para no desmerecer del viejo libro de estilo republicano. Hay quienes creen que si se hubiera comportado como un populista económico habría sido reelegido a pesar de la amenaza autoritaria. Esta sí la cumplió con creces.