Llevo días dándole vueltas, leyendo en la ciénaga de twitter a unos y otros, viendo cómo vuelve a estar presente en el debate político el horror del pasado. Llevo días sin tener muy claro si escribir o no sobre ello, porque mi vehemencia me pierde y me cuesta hacerme entender; llevo días pensando que ya basta de utilizar el dolor con fines políticos, llevo días sin ver Patria, porque me cuesta. Llevo días pensando y finalmente un libro que me regalaron por mi cumpleaños Cristina y Pablo ha hecho que me anime a darles mi opinión sobre nuestra historia más reciente y dolorosa.

Pero antes de hablarles del libro, déjenme que les cuente algo que no sé muy bien si tiene que ver o no, pero esta es mi columna y aquí mando yo.

Nací en Lorca, provincia de Murcia; nunca viví allí pero siento que gracias a mis abuelos maternos y a mis recuerdos, me unen a aquel lugar sentimientos que no les puedo explicar con palabras. Si ponen la televisión autonómica los Viernes Santos sabrán de qué les hablo y verán a qué me refiero.

Me apellido Unzurrunzaga, que muy de Murcia no es. Mi padre nació en Llanes, provincia de Asturias, pero como se podrán imaginar tengo raíces vasconavarras. Mis abuelos paternos y mi padre, durante la Guerra Civil, salieron de Asturias, y lo demás es historia. Como anécdota, contar que mis padres molaban tanto que se conocieron en Mojácar el verano del 67 en un piano-bar de un inglés que se llama La Sartén, que hoy aún sigue abierto, y lo demás es historia.

No siento arraigo por ningún sitio, soy de las que siempre tiene una maleta hecha, con el paso de los años y por motivos profesionales me he movido por el País Vasco y Navarra y algo dentro de mí se ha enamorado perdidamente de aquellas tierras y hasta podría decirles que mi ADN vasco ha despertado y me gusta ser Unzu.

Cuando te pierdes con el coche por Irún u Oiartzun y te sientas en un bar a comer un pintxo y hablas con los parroquianos entiendes muchas cosas. Cuando paseas por Donosti o callejeas por el casco antiguo de Pamplona entiendes muchas cosas. Para mí, tienen un sentido de la identidad, del arraigo, del respeto a su historia y sus raíces que no he visto en otros lugares y aquí es cuando muchos de ustedes van a empezar a blasfemar en arameo al leerme.

A lo largo de mi vida mis ideas políticas han ido cambiando; es lógico, conforme vamos creciendo las ideas maduran, quizás lo mío es más extremo, pero, en fin, esto es otro melón que no sé si algún día les contaré.

Pertenezco a una generación que ha vivído los años duros de la historia del País Vasco y la banda terrorista ETA, soy de la generación que estuvo en vilo cuando secuestraron a Miguel Ángel Blanco y de las que puso una vela en la puerta de un Ayuntamiento al enterarme de su posterior asesinato, en esos homenajes improvisados de los que todos paticipamos ante la barbaridad de la que fuimos testigos y lloré aquellos días como si hubiera sido un miembro de mi familia. He militado durante años en un partido político, he creído y defendido las ideas, pensando en poder cambiar las cosas, en hacerle la vida mejor a las personas. Es incomprensible que por pensar distinto vivas amenazado, te extorsionen o te maten. Fueron años durísimos para nuestro país, sin duda creo que a varias generaciones entre ellas la mía, lo ocurrido nos marcó de manera diferente. Por desgracia, llegar a casa del colegio a comer y ver las noticias era siempre un sobresalto ante un coche bomba. La palabra atentado formaba parte de nuestro vocabulario sin vivir en el País Vasco. Los telediarios nos mostraban el horror, la sábana en el suelo o los destrozos de un coche bomba, cierro los ojos y es inevitable no acordarse de Irene Villa o de su madre, mutiladas en mitad de la calle en Madrid. Concejales de pueblos, gente que quería luchar por el bienestar de sus vecinos, civiles, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y el atentado de plaza República Dominicana. Hace pocos años viví a escasos metros de esa plaza.

Recuerdo asistir a manifestaciones pidiendo el fin de la banda terrorista y cómo clamamos paz y que dejaran las armas. Tenían que dejar de matar, era lo único que suplicamos todos. Pues bien, es en 2011 cuando la banda terrorista abandona la ´lucha armada´, lo que todos esperábamos y en aquellos años creíamos imposible. Los encapuchados que tanto miedo nos daban con esa puesta en escena tan tétrica desaparecen para siempre.

El otro día, buceando en entrevistas del pasado leía a Ernest Lluch, del que ayer se cumplieron veinte años de su asesinato: «ETA es un problema del siglo XX y por el camino que vamos del siglo XXI», y no se equivocaba, ETA ha vuelto al escenario político de manera muy obscena a mi parecer. La manipulación política de la derecha con respecto a los presos y el acercamiento es una vergüenza. Leí un artículo en El País en el que Consuelo Ordóñez, la hermana del asesinado del partido popular Gregorio Ordóñez, decía con todas las letras que Pablo Casado mentía en su discurso sobre acercamiento de presos. En la época de Aznar fueron trasladados a cárceles vascas 426, con M. Rajoy 40, con Zapatero 237 o Gónzalez 569.

Es indecente que se hable más de la desaparecida ETA que de las colas del hambre provocadas por la pandemia, es acojonante que abramos, como dice Rosa Lluch, las heridas de aquellos que nunca volverán a tener a sus seres queridos junto a ellos, por intereses políticos.

Queríamos que dejaran las armas y lo hicieron. Hoy Bildu es un partido legal, nos guste o no, con representación en las instituciones y, señores, no podemos meter en el mismo saco a todos los que han votado a Bildu, porque guste o no, representan a parte de la sociedad vasca. Muchos de los que ahora están en Bildu pidieron perdón, otros nunca defendieron la lucha violenta y armada, no toda la sociedad que vota a Bildu empuñaba un arma. Es lo mismo que pasa con Vpx y su militancia, para que luego digan que hago un retrato siempre sesgado de la realidad política: no considero que todo el votante de Vox tenga ideas racistas y homófobas.

Debemos ser capaces de avanzar, siento pudor al hablar de todo ello, porque pienso en personas cómo María Jáuregui, hija de Juan Mari Jáuregui, otra víctima de ETA, cómo todos alzamos la voz haciendo mucho ruido, recordando a diario lo que ella, por desgracia, sufre al no tener a su aita a su lado. Debemos parar, por respeto, debemos ser una sociedad sana y estar por encima del odio y el rencor, debemos tender puentes como en el libro Los Puentes de Moscú, donde Alfonso Zapico describe con ilustraciones preciosas el encuentro entre dos personas con ideas opuestas como son Eduardo Madina, víctima de ETA y exmilitante del PSOE. y Fermín Muguruza, militante de la izquierda abertzale e independentista, se sientan en una mesa y hablan sobre sus vidas en los años difíciles, sus vivencias y cómo han llegado hasta aquí.

Dos orillas se comunican a través de puentes, no de odio y rencor. Hay dos partes siempre en las historias, y sé que en ésta hay sangre, dolor, muertes injustificadas, pero la sociedad vasca y muchas víctimas nos han demostrado que se puede perdonar sin olvidar, que se pueden sentar en una mesa y mirar a los ojos a quien arrebató la vida de un ser querido. ¿Quienes somos nosotros para seguir haciendo más ruido y generando más dolor?

Espero que María Jaurégui a la que no tengo el placer de conocer y me encantaría, o Edu Madina, Gorka Landauburu, Consuelo Ordoñez o Rosa Lluch me perdonen, si me leen, por hacer mías algunas de sus reflexiones.

Me quedan mil cosas en el tintero desordenado de mi cabeza que me gustaría compartir con ustedes, es posible que no hayan entendido lo que les quiero transmitir, que piensen que soy una filoterrorista, ni olvido ni perdón. De momento creo que ya tienen suficiente turra por hoy.