Desde la mismísima Transición, bendita sea, la Educación y sus sucesivas leyes han motivado todo tipo de protestas, huelgas, cabreos y demás airados estados de opinión. Uno, que ha sido profesor desde la más tierna juventud hasta la bendita hora de la jubilación, ha vivido en sus enjutas y cansadas carnes todas estas crisis provocadas por el desacuerdo de unos o de otros sobre lo que la ley dictaba, por cierto, sin que nunca se haya sometido la tal ley a la opinión de los que teníamos que aplicarla sobre los nenes y las nenas en nuestras aulas, porque cada Gobierno, de derechas o de izquierdas, se ha buscado sus técnicos en la cantera propia y se ha lanzado a legislar como Dios, o Satanás, le ha dado a entender. Nosotros, los docentes, nos leíamos las nuevas instrucciones y tratábamos de ponerlas en marcha con desigual suerte, a veces, con un cierto cabreo al ver que les habían endilgado enseñar la historia de España completa, desde que el primer neandertal dijo ´mamá, caca´ hasta nuestros días, que ya es Historia, pongamos por ejemplo, que hay más.

De esta manera, hemos sido requeridos a poner en marcha desde bachilleratos de 6 años (alguien se acordará, aquel del 4º y Reválida, 5º de Ciencias puras y 6º y otra reválida, más un curso preuniversitario) hasta bachilleratos de 2 años, que ya incluían el previo a la Universidad, pasando por el de 3 años, más COU, la EGB y la Biblia en pasta (observen la calidad del criterio mantenido por unos y por otros). Hemos tenido que enseñar con fichas, sin fichas, exigiendo memorización y apartándola de nuestra metodología, con 40 alumnos en clase, que, cuando eran mayores, materialmente no les cabían las piernas debajo de los pupitres y tenían que sacarlas a los pasillos. Hemos tenido que adaptarnos a las circunstancias, y pasar de aquella chorrada de que los alumnos se pusieran en pie, cuando entrábamos los profesores en las aulas, a que uno de ellos nos dijera (es un caso real): ´Acho, tío, te has pasao´ poniendo trabajo para mañana. ¿Qué te crees?, ¿que nada más tenemos que estudiar Inglés? A ver si te cortas un poco, tío´.

Los profesores hemos sido siempre los que hemos pagado el pato de la falta de consenso entre Gobierno y Oposición, los que hemos tenido que adaptarnos a todo. Porque lo más grande de este caso es que nunca, nunca nuestros políticos han sido capaces de consensuar una Ley que les valiera a todos y que estuviera en vigor durante mucho tiempo, a fin de ver si era buena de verdad. Se dice cuando fue ministro Gabilondo, consiguió, tras muchísimo trabajo por ambas partes, pactar una Ley de Educación con el Partido Popular, pero que, cuando iban a firmarla, María Dolores de Cospedal ordenó parar la negociación y todo se fue a hacer puñetas.

Y ahora estamos donde estamos. El Partido Socialista solo ha sido capaz de convencer a uno más de los diputados que necesitaba para aprobar la ley, y el cabreo de la Oposición ha sido tremendo, con gritos pidiendo libertad, aunque no sé exactamente para qué. Ninguno de ellos ha sido capaz de cederle al oponente lo necesario para llegar a un mínimo acuerdo y eso es un fracaso de todos.

Y no quiero entrar en el fondo de la cuestión, de si es bueno o malo que la Religión sea una asignatura con nota y exámenes, o si es bueno o malo que ciertos colegios o institutos públicos se estén convirtiendo en guetos, o si es mejor la enseñanza integrada para discapacitados con el apoyo necesario, o si lo es la Educación Especial exclusiva para ellos. Y no lo hago porque cada padre o madre, cada profesor o profesora tiene su opinión y ganará siempre el que consiga la mayoría. Y los profesores de los guetos o no guetos, de la integración o la no integración tendrán que asumirla y trabajarla, por supuesto, tan divididos en sus opiniones como los políticos, pero sin que nadie les haya preguntado qué les parece mejor para realizar bien su trabajo. Solo se les dice: ´Venga, oye, educando, que es gerundio´.