Conciliar es una utopía. Entendida esta en cualquiera de sus dos acepciones según la RAE: 1. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización. 2. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.

Yo siempre he creído en éstas como una entelequia deseable, quizás por el carácter optimista que heredé de mi padre, pero no por ello dejo de ser realista. Soy consciente de que ni la estructura social ni la económica y tampoco la laboral colaboran para que hoy por hoy sea un contexto o escenario prestamente alcanzable. Para empezar, porque en la mayoría de los casos, la exigua baja por maternidad fuerza a las mamás a inclinarse entre regresar prontamente a su faceta profesional o, en el caso de que pueda, solicitar una excedencia para custodiar a su pequeño renunciado a percibir algún porcentaje de su sueldo o salario, lo que las deja a merced económica del padre. Aunque he de reconocer que el incremento, y futura equiparación, de la baja paternal es un gesto que invita a no perder la fe en una forma de entender la familia más justa y mucho más razonable.

Pero el verdadero problema viene con la incorporación de la madre. La falta de flexibilización en los horarios y un cuestionado y controvertido teletrabajo hacen que sea prácticamente imposible atender ambas cosas, por no hablar de la vida personal, de una forma medianamente saludable. Y hablo desde mi experiencia y desde la de otras muchas madres que asisten devastadas a diario a interminables listas de labores que, aunque en la mayoría de los casos se completan de forma favorable por la innata capacidad multitarea, se llevan su salud física y mental por delante. Y es que es ardua tarea intentar escribir un simple párrafo con un pequeño de un año circundando tu puesto y aprovechando cualquier descuido para aporrear tu teclado. Y hay situaciones peores. Hace unos días me escribía por Instagram una madre relatando que, siendo autónoma, se vio obligada a llevar a su bebé de solo cuatro meses con ella en el taxi, haciendo coincidir los descanso o las paradas, en los viajes largos, con la lactancia.

Reconozco que seguiré creyendo o, mejor, esperando ese ´sistema deseable´ pero mientras sigo sufriendo, como tantas, el desaliento de asumir una gran mayoría de las cargas familiares junto a las laborales y personales. Miremos a los países del norte de Europa y facilitemos, de verdad, una conciliación que ayude a que familia y trabajo sean una ecuación con una incógnita despejable.