Sonó el despertador, pero no podía moverme del cansancio total que tenía. Aunque me encanta el paseo tempranero con nuestra perrita Tina (Turner), le dije a Antonio que ese día no iba a pasearla. Y aunque fui a todas mis cosas, estaba muerta. Por la tarde, el dolor de cabeza me hacía ´sentir´ su peso sobre el cuello. Qué cosa más rara. Lo advertí en la oficina: «Me estoy poniendo mala». Paco lo achacaba a los berrinches que a veces me llevo. Quién sabe. Todo eso fue un martes.

Al día siguiente, al cansancio y al dolor de cabeza se les unió el dolor de garganta. Como diría mi abuela, «¡qué mala, nena!». Con ese panorama ya no salí de casa, y continué sin mejoría ninguna, a pesar del Frenadol, que normalmente es mano de santo.

Ya el jueves empecé a pensar en serio que me había contagiado. No hacía más que acordarme de aquel chico que tosió a cuatro o cinco metros de mí, como posible origen de mi contagio. Y según pasaba el tiempo, estaba segura de haberlo pillado. Me aislé en la habitación de Antonio, y empecé a resignarme a estar allí las siguientes dos semanas, oyendo pasar la vida al otro lado de la puerta. Lo poco que me asomaba, ya se encargaba Elena de recordarme que estaba esparciendo el virus por todas partes, y que hiciera el favor de aislarme, así que ni pensar en salir de allí.

El viernes definitivamente asumí que eso no tenía remedio, y llamé al médico para avisar de que yo podía ser una de las nuevas contagiadas de ese día. Tras contarle mis síntomas, que ya incluían fatiga al hablar, me mandó la PCR. Me acosté pensando en el follón tremendo que tenía que montar si daba positivo. De entrada, a los tres niños tendría que aislarlos y comunicarlo al colegio. Y la logística familiar no sé a cargo de quien quedaría, si no podíamos salir ninguno. Y luego estaba el grado de afectación por covid de cada cual, que yo conozco gente que lo ha pasado en su casa, pero otros han estado con un pie en la tumba. La verdad es que el panorama daba miedo.

Y entonces vino lo mejor. No sé qué soñé esa noche, porque lo recuerdo todo muy confuso, pero sé que en mi sueño volví a mis diecinueve o veinte años, a esa época tan feliz en la que estaba tan unida a mis amigas y la vida era pura felicidad y entretenimiento. Creo que era a mitad de carrera. Tampoco recuerdo adónde iba en el sueño, pero al despertarme tenía la sensación de haber estado en los sitios a los que íbamos entonces, La Cosechera, Pequeñeces, La Hermandad y Los Claveles, con la risa que nos daba todo, las canciones que entonces eran himnos, aquellas de Aerosmith o las de Siempre Así. O cuando oíamos This Romeo is bleeding y nos poníamos a cantar (a chillar a grito pelao, más bien), como si nadie nos viera. Qué felicidad.

El sueño trajo otros recuerdos, aquel viaje memorable a Praga, Viena y Budapest, los Bandos, las Nocheviejas. Estuve aislada un par de días, sí. Pero no sabes la cantidad de sitios a los que volví.

Y aunque me fui a hacer la prueba PCR apoyándome en las paredes, porque me mareaba, creo que el subidón total de energía que me dio volver a aquella juventud tan pletórica, hizo que negativizara el virus yo sola. La prueba por supuesto que dio negativo. Y ahora no es que esté recuperada, es que estoy como nueva. En modo reloaded total.