Mientras fregaba las tazas del desayuno (y lo de la cena de anoche aún pendiente, lo confieso), escuchando la radio me he decido sobre lo que voy a escribir esta semana. Admiro a los maestros de este género literario que es el columnismo, que saben concentrar en una breve píldora un montón de sugerentes pensamientos, saben hacernos reflexionar, sonreír, recapacitar, caer en la cuenta, mostrarnos otra perspectiva de la actualidad, hacernos releer hechos pasados que siguen siendo significativos, etc.

Una columna de un periódico no es una noticia y tampoco es un ensayo, pero yo he descubierto algunas que son toda una joya literaria o del pensamiento, por eso tengo la insostenible manía, como buen aprendiz de Diógenes, de recortar y añadirlas a mi colección por si, en un futuro que nunca llega, tengo que releer o compartir dicho texto. Tal vez las columnas periodísticas, pese a las hemerotecas y a los actuales archivos digitales, son como las hojas de otoño, que el viento se lleva y que nos demuestran que el aire existe, que el tiempo corre y que un día la belleza o la inteligencia pasó ante nosotros.

Mi mayor dificultad a la hora de concentrar en mil palabras un artículo como este que estás leyendo, querida lectora, no es encontrar de qué tema hablar, sino desechar los muchos que me preocupan y decidirme por uno, en la creencia, tal vez equivocada, de que a ti te interese, te sugiera o, al menos, te mantenga en la lectura hasta el final, lo cual ya es un milagro, dado lo poco que se lee, el menguado tiempo que disponemos y las muchas e interesantes ofertas de los grandes maestros y maestras del columnismo.

No sigas leyendo. Por eso, si eres de quienes no tienen mucho tiempo, hoy te aconsejo que no sigas leyendo, ahora que aún no he empezado con lo que quiero contar, y mejor aprovechas el tiempo en otra lectura que te voy a sugerir.

Esta mañana, mientras desayunaba en mi rincón favorito de mi breve jardín (placer que he recuperado estos días en que nos tienen cerradas las cafeterías), mientras escuchaba la música de trompeta que salía de la habitación de mi hijo Miguel y el canto de los pájaros que le hacían los coros desde mis árboles, he disfrutado de la lectura de unos magistrales párrafos de uno de los escritores que más admiro. Han sido dos páginas que ya he recortado de La Opinión de hoy jueves (ayer para ti).

Introduce Luis Meana la primera parte de un escrito de Rafael Sánchez Ferlosio, que me ha parecido inteligente, profundo y aleccionador. Muchos hemos disfrutado de la deliciosa lectura de Alfanhuí,pues resulta que en 1987, el maestro escribió 81 páginas en cinco días, con el fin de preparar una entrevista que le iban a hacer. En ellas hace una asombrosa, entretenida y casi despiadada autocrítica de aquel libro al que ahora veía como «detestable práctica de la bella prosa».

Pues, insisto, más te vale, querida lectora, que busques la edición de ayer de este periódico y dediques tu escaso tiempo a la lectura de esas páginas inéditas de Sánchez Ferlosio y, te aseguro que, como a mí, te llenarás de la maravillosa ansiedad de poder leer, cuanto antes, el resto de un texto que, no solamente está muy bien escrito, sino que, rara avis, hace una autocrítica que va más allá de lo que estamos acostumbrados, tanto en el mundo de la creación literaria o artística como en el resto de las dedicaciones humanas, no te digo nada de las actividades públicas y políticas, donde solo prima el 'mantenella y no enmendalla' y la sinceridad para con uno mismo y para con los demás brilla por su ausencia.

Un maestro, Ferlosio, que perdimos hace poco más de un año pero del que nos queda mucho que aprender.

Patrimonio de la Humanidad. A lo que íbamos. Si, pese a mi recomendación, aún sigues leyendo estas dos columnas y media, he de contarte que esta mañana he escuchado a Miguel Meroño entrevistando en la SER de Cartagena a mi alcaldesa, Ana Belén Castejón, que ha dado cuenta de que la ciudad portuaria navega ya, viento en popa a toda vela, preparándose para conseguir la declaración de Ciudad Patrimonio de la Humanidad, lo cual sería, sin duda, una gran noticia. No va a encontrar este Ayuntamiento a nadie que pueda justificar su oposición a este deseo de poner en valor este maravilloso rincón del Mediterráneo. Pero para conseguirlo hay que ponerse las pilas, que mimbres hay de sobra, pero agujeros en los cestos, también.

Cartagena quiere conseguir las más altas cotas del reconocimiento internacional a su riqueza patrimonial, subrayando, sobre todo, su imponente y singular legado arquitectónico de baluarte militar y ciudad protegida por murallas, castillos y baterías de costa. Los técnicos han aconsejado que hay que centrarse en esto, porque hay muchas ciudades con magníficos restos arqueológicos como Cartagena, pero no con un total de «cinco castillos, dos torres defensivas, murallas y 21 baterías de costa», como recuerda la Asociación AFORCA de Castillos y Fortalezas.

No hay pero que valga al intento de conseguir esta declaración que sería el definitivo despegue turístico de toda la Región. Los colectivos y estamentos de la ciudadanía hemos de apoyar esta ambiciosa empresa y hemos de hacerlo desde la convicción de que no nos lo van a regalar. Queda mucho por hacer por el Patrimonio de la zona. Salvo alguna excepción, nuestras baterías de costa siguen descuidadas, abandonadas y derrumbándose poco a poco y, que nadie se engañe, tampoco vamos a ver a Cartagena como Patrimonio de la Humanidad si no está toda ella lista para pasar revista: los yacimientos arqueológicos, el Anfiteatro Romano, el patrimonio rural, los molinos de viento, el monasterio de San Ginés de la Jara o la Cueva Victoria. A la UNESCO no creo que se le puedan poner anteojeras para que no vea 'lo otro'.

La búsqueda de esta ansiada Declaración no nos debe distraer de la necesidad de volcar, de una vez, muchos más esfuerzos, también económicos, en el mantenimiento y puesta en valor de todo el inmenso patrimonio de Cartagena, su municipio y su comarca.

No vayamos a limitarnos a aquello de «Cartagena relaxing cup of café con leche», aprendamos de Sánchez Ferlosio, que preparaba una entrevista escribiendo, antes, 81 páginas.