Eventos sin mujeres ponentes, eventos sin mujeres asistentes», así se pronunciaba Cristina Monge en un reciente artículo, ante el retroceso en la igualdad en la cultura que estamos sufriendo en los últimos meses, pues la pandemia parece haber hecho saltar por los aires los avances que habíamos conseguido hasta ahora.

Desde +mujeres hemos realizado sucesivas campañas de concienciación para que las instituciones y los gestores culturales cumplieran de una vez por todas con la Ley de Igualdad en la Cultura de 2007, que exige la paridad en todos los actos culturales. Una de nuestras campañas contó con el apoyo de más de ciento veinte gestores culturales de la región, todos varones, que firmaron para comprometerse a no programar ni participar en actos que no fueran paritarios.

Sin embargo, la frecuencia de actos donde las mujeres están ausentes o tienen una presencia insignificante es cada día mayor.

Por un lado, asistimos a una constante reivindicación de la labor de las mujeres en la Historia por parte de investigadoras y editoriales. El descubrimiento de una joven cazadora que vivió hace 8.000 años en los Andes americanos ha puesto patas arriba la concepción de la división sexual del trabajo entre hombres cazadores y mujeres recolectoras, y ha levantado toda una corriente de simpatía hacia esa joven antepasada que fue enterrada con su ajuar de útiles de caza mayor. Cada día aplaudimos la publicación de antologías que demuestran la importancia de la mujer en la cultura, invisibilizadas por la historia. La polémica muestra Invitadas, del Museo del Prado, es solo un ejemplo, y no el más afortunado de esas obras que mueren en los sótanos de los museos, que no son salvadas de las inundaciones y acaban por ser anónimas, y se pierden para siempre en la bruma del pasado.

En literatura, nuevas antologías como Invictas, reescriben un capítulo borrado de la historia de la literatura latinoamericana, donde las mujeres desaparecieron incluso en los momentos de más esplendor, como el Boom, que compartieron con sus compañeros varones para esfumarse a continuación y dejar todo el protagonismo a ellos. Otra antología, Amigas, selecciona relatos de amor entre mujeres publicados entre los siglos XVIII al XX por escritoras de habla inglesa. La amistad entre mujeres ilustradas es el tema de otro libro, publicado recientemente, de Herminia Luque, Escritoras ilustradas. Literatura y amistad.

Podríamos seguir destacando los esfuerzos por reconstruir el pasado de la contribución de las mujeres a la sociedad, o para mostrar que entre ellas no hubo solo competencia, como se nos ha querido convencer, sino colaboración, pero no es eso lo que queremos traer aquí.

Nuestro interés es subrayar cómo a medida que las aportaciones de las mujeres se hacen más visibles tomamos más conciencia de la profundidad del oscuro abismo en el que se abandonaron. Una sima que crece a medida que aumenta el conocimiento sobre esta invisibilización, mostrando sus mecanismos (el desprecio, el rechazo, el uso del poder para relegar a las autoras al ostracismo, cuando no al manicomio directamente). A medida que sabemos más de la riqueza y variedad de la producción de las mujeres (el capítulo de su participación y posterior invisibilización en la ciencia es también escalofriante), se nos antoja más evidente el ejercicio de un poder intencionado e interesado, que comenzó separando a las mujeres de la alfabetización, denigrándolas cuando se formaban, rechazando el mandato social impuesto, y olvidándolas cuando destacaban en la disciplina elegida. El canon es blanco, masculino y occidental, como todos ya saben.

De manera que no comprendemos cómo todavía hoy, avanzado ya el primer cuarto del siglo XXI, aún hay instituciones que no se avergüenzan de excluir a las mujeres de sus programas.

Nuestra región, como este colectivo intentará mostrar muy pronto, es especialmente reacia a la igualdad. Nuestras instituciones públicas y privadas siguen pensando que son los hombres quienes detentan el saber, son ellos los especialistas, y que las mujeres solo sirven para colocarlas todas juntas, las idénticas que decía Celia Amorós, en un colorista librito que solo interesará a otras mujeres, y que quedará como una anécdota en la memoria del programa de igualdad de la institución de turno.

Porque no es eso lo que necesitamos, una anécdota, un gesto; necesitamos vigilancia constante, y un propósito firme que introduzca a las mujeres en el tejido cultural con la misma presencia que los hombres. Necesitamos que los gestores y las instituciones las tomen en cuenta, que en sus agendas compartan espacio con ellos. No necesitamos jornadas ´de la mujer´ a las que asisten mayoritariamente mujeres, como si de un gueto aparte se tratase, sino una atención constante que las integre en programas mixtos, paritarios y dirigidos a la población general.

Más de ciento veinte gestores de nuestra región, hombres con responsabilidad en teatro, artes plásticas, literatura, en medios de comunicación y en instituciones de toda índole, se comprometieron con la ley de Igualdad hace un año; hoy les pedimos que su compromiso no caiga en el olvido y que esta pandemia, este confinamiento de la cultura, no incluya un nuevo sesgo de género.