Existe un proverbio árabe de una certeza triste e inquietante. Dice así: «Las personas se parecen a su tiempo más que a sus padres». Podemos estar seguros de que cualquier época genera una homogeneidad que persevera con duradera vocación por existir. Se comporta como un ecosistema que se mantiene por sí mismo de manera persistente y en el que crecen o prosperan seres que comparten, en esa continuidad histórica, formas de vivir, de desarrollarse, de expresarse y de pensar, que se convierten en modelos repetidos. Algo que podría ser calificado como el espíritu del siglo.

Cada época acuña su propio sello, su marchamo. El nuestro se ha revelado funesto. Del suelo contaminado, alimentado por inquietantes corrientes subterráneas, crecen extraños frutos. No es precisamente la cosecha del paraíso, pues de tales nutrientes solo pueden brotar frutos negros, de luto por la humanidad.

El espíritu del siglo cristaliza con suma perfección en personas individuales que se convierten en la quintaesencia del mismo, en su perfecta réplica. Viven, luchan y brillan en la medida que le dan sus fuerzas y según la destreza que demuestren para aprovechar sus oportunidades, pero en absoluta coherencia con las condiciones ambientales de donde han surgido. Tales personas nacidas del abono de nuestros días, no solo son merecidos hijos de su tiempo, sino emanaciones coherentes y plenamente explicables de las nubes de gases surgidas por la descomposición de nuestra civilización y por la muerte de sus valores.

Entre aparente variedad y heterogeneidad de grupos humanos, nos encontramos, examinada la cuestión con mayor detenimiento, que el parentesco de estos ejemplares es indiscutible. Así observamos el evidente aire de familia que comparte un potentado transatlántico, digamos alguien que hubiera logrado hacerse con el trono del imperio más poderoso de la tierra y que fuera acompañado a todas partes por un maletín nuclear; con otro ejemplo tomado al azar, un tiránico magnate en una provincia periférica, amo y señor local, de algún minúsculo emporio familiar, provinciana caja de resonancia desde donde, bajo apariencia de librepensamiento, difundir pintorescas invenciones sobre vacunas, control mental y fuerzas malvadas. La única diferencia es el alcance de su poder, por lo demás, ambos serían la manifestación perfecta, acabada y arquetípica de nuestro tiempo. Que semejantes especímenes prosperen y se reproduzcan sin obstáculo, es una severa advertencia a la humanidad, o a lo que de ella va quedando, como piel sobrante de un organismo devorado por gusanos.