Hace unas semanas un amigo me comentó algo bien turbador. Resulta que había tenido los santos lereles de comprar online un vulgar encendedor cuyo monto ascendía a la mareante cantidad de 0,60 euros.

Con esa sensibilidad a flor de piel que nos dejan estos extraños y semiconfinados días, la imagen de la llama del puñetero mechero bastó para desatar un incendio interior de descomunales dimensiones. Al punto que ni las caudalosas aguas del gran río sudamericano, cuyo nombre en inglés ostenta la multinacional del comercio en línea que recibió esos céntimos, bastaron para sofocarlo.

Por un momento todo me pareció perdido, desolado. Se me antojó una metáfora del fin del mundo; de mi mundo al menos. Y es que lejos de alimentar la mayor selva tropical, el pulmón del planeta, este nuevo río comercial en línea amenazaba con drenar y secarlo todo: modelo laboral, comercio local; ¡hasta el propio urbanismo de nuestras viejas ciudades!

Un reportaje reciente acerca del modelo laboral que esta multinacional impulsa por doquier presentaba a miles de jóvenes dedicados a un triste senderismo diario por interminables pasillos en gigantescos centros logísticos. Jóvenes que llegan en ocasiones a consumir analgésicos a fin de aliviar el dolor en sus articulaciones. Jóvenes cuyo horizonte profesional se limita a ser jefecillo de pasillo. Jóvenes cuyas castigadas articulaciones les dirán basta antes de los 35 para dejar paso a otros.

Y ello por no hablar del mundo de los riders o repartidores: falsos autónomos disfrazados de motorizados emprendedores en la más absoluta precariedad. De paso, si quieren una imagen más vívida del futuro laboral de los repartidores, les recomiendo la última película bofetada de Ken Loach: Sorry We Missed You.

En el colmo del sarcasmo, nos endilgan campañas con emotivas historias del éxito laboral de jóvenes cuyas aspiraciones colma la compañía del tipo al que hemos convertido en la mayor fortuna mundial.

Y hay más. La compra online del mecherico de marras propicia el cierre del pequeño y mediano comercio. Comercios de los que vivía dignamente una familia vecina, al tiempo que pagaba impuestos locales, consumos, alquileres, limpieza, etc. Es una broma el monto de impuestos que el monstruo fluvial paga en nuestro país.

Pero aún hay más. La compra en línea está alterando el urbanismo en nuestras viejas ciudades. Un día lamentaremos la pérdida de esos animados centros históricos por los que las medianas ciudades mediterráneas o europeas que aún los mantienen vivos son la envidia del resto del mundo.

Sin zapaterías, librerías, tiendas de muebles; sin ese ir y venir de gentes, nuestros centros urbanos adquieren un aspecto fantasmagórico. Acaban por cerrar terrazas y cafeterías, termina por marcharse el médico, el podólogo, el notario. Todo se retroalimenta para crear esos espacios únicos y llenos de vida que son nuestros cascos históricos.

En el mejor de los casos, donde una vez hubo un centro urbano peatonal animado y alegre; nos quedará una suerte de bonito parque temático con catedral, dos museos, tres palacios y diversos servicios para turistas, sin el menor sabor local. En el peor, una suerte de distrito apache donde viven cuatro gatos entre miles de anodinas persianas grises grafiteadas. Un espacio feo, sucio y hostil a ciertas horas.

Nuestro modelo urbano ha sufrido el embate de los grandes centros comerciales en el exterior. La Covid lo dejará muy tocado. Pero será la riada del monstruo de la venta en Internet lo que le dé la puntilla.

Pues sí,ese maldito encendedor perfectamente empaquetado contribuirá al reguero de pésimos empleos, persianas echadas por doquier, impuestos menguados en las arcas públicas y una ciudad fantasmagórica.

Y lo irritante es que es nuestra propia inconsciencia quien lo propicia. Nunca el consumidor tuvo tanto poder para redefinir el futuro del empleo local, del comercio de proximidad y de su calidad de vida en definitiva. Y nunca estuvo más dispuesto a dilapidarlo, abducido por los engañosos cantos de sirena de un modelo de negocio tan pernicioso.

Para colmo, se avecina por ahí un ´viernes negro´, negrísimo, tiznado de malos presagios. Una interesada moda importada los últimos años que consiste básicamente en hartarse a comprar supuestas ofertas online.

Murcia, siempre en primera línea a la hora de crear empleo de dudosa calidad, bien sea en agroindustria, hostelería o turismo, está a punto de cuadrar el círculo del despropósito socioeconómico. En las inmediaciones de ese aeropuerto sin objeto que nos ha costado un riñón, contamos ya con un gran centro logístico tributario del monstruo fluvial de la venta en línea.

Temporero, camarero, rider emprendedor o caminante de infinitos pasillos. Habitantes todos de fantasmales ciudades. Turbador futuro.