A la hora de redactar estas líneas se mantiene la negativa de Donald Trump a reconocer la victoria electoral de su contrincante, Joe Biden. Al margen de ese empecinamiento, no parece de recibo que uno de los países más desarrollados del mundo no sea capaz de hacer un recuento de votos de una manera eficaz y en un tiempo razonable. Una segunda apreciación: en contra de lo difundido mediáticamente, las elecciones las ha ganado el pueblo. Las luchas de las mujeres por la igualdad efectiva, las movilizaciones populares por la Sanidad y un salario mínimo y, sobre todo, el sólido movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros son importantes), extendido internacionalmente a partir de las muertes de los afroamericanos George Zimmerman y la más reciente de George Floyd, además del desgaste de Trump por la malísima gestión de la pandemia y la fuerte división social, están detrás de la victoria de un candidato demócrata, aupado en parte al poder por un sector de las élites perjudicadas por la globalización.

Dicho esto, creo que no hay sensibles diferencias entre uno y otro candidato, como no las hubo entre Obama vs McCain, Bush vs Al Gore, Reagan vs Carter, Nixon vs Kennedy. El Partido Demócrata ha silenciado a Bernard (´Bernie´) Sanders, representante del ala izquierdista, para que todo siga igual.

Por tanto, parece razonable colegir que el resultado electoral en EE UU no va a modificar un ápice la lucha por la hegemonía mundial que mantiene este país con las potencias emergentes. Unos cuantos datos nos ayudarán a entender la situación.

En relación con Rusia, con la que Trump ha mantenido unos indisimulados ´coqueteos´ diplomáticos, hay que decir que el PIB anual de ese inmenso país euroasiático, de 1,5 millardos de euros (un millardo equivale a mil millones), está muy lejos de los 19,1 de EE UU. Y en lo que se refiere al gasto en Defensa, los 55,2 millardos de Rusia quedan diez veces por debajo de los 552 de EE UU. (Datos de Expansión).

China, país al que muchos analistas acusan de haber actualizado la Guerra Fría con EE UU, es un país que, a diferencia de Rusia, tiene un enorme potencial económico y mantiene una interconexión financiera con EE UU que no se dio en el caso ruso: recordemos que, a mediados de 2019, el gigante asiático era el mayor tenedor de deuda pública soberana estadounidense, con un total de 1,2 billones de dólares.

Con una población de 1.397 millones de habitantes, por los 328 de EE UU, China le supera en crecimiento del PIB, pero está muy alejada en el PIB per cápita (10.261 dólares frente a los 65.280 de EEUU), aunque en el PIB global la diferencia a favor de EE UU es de ´sólo´ 7 puntos. (Datos del Banco Mundial citados por El País).

Pese a que los dos países firmaron un acuerdo para limar sus diferencias comerciales, la actual pandemia y la desconfianza mutua, por razones históricas e ideológicas, lo ha hecho saltar por los aires; por parte de China, por su deseo de potenciar la Ruta de la Seda, y por la norteamericana por el peso de sus 75 años como superpotencia y por sus intereses estratégicos en el Mar de la China. En ese contexto, la lista de desencuentros, invectivas o represalias recíprocas ha sido lo habitual en estos meses, aunque una confrontación plena no es deseada por ninguna de las dos potencias.

Parecidas diferencias se observan respecto del gasto militar: los 649 millardos de dólares invertidos por EE UU en 2019 son muy superiores a los 250 millardos de China, siendo la India (país que mantiene un pulso con China y Pakistán), con 67,6 millardos, el tercero. En ese año, según el Stockholm Internatinal Peach Research Institute (SIPRI), EE UU, China, India, Rusia y Arabia Saudí absorbían el 62% del gasto total mundial de armamento.

Quizás sea en el apartado del intercambio comercial donde la disminución del peso relativo de EE UU es más evidente. En exportaciones, el volumen de ventas de China (16% del total mundial) y UE-27 (15%) supera al de EE UU (11%), según datos de Eurostat/Statistics relativos a 2018.

Posición con respecto a España.

Cuando tome posesión de su cargo, Biden ha de revertir la tendencia hostil de muchos países hacia EE UU, cansados del mantra United States First (Estados Unidos, primero) de Trump. Ha de normalizar las relaciones políticas y comerciales con China, mientras que, en el caso de Irán, Biden ya ha adelantado que se muestra dispuesto a reconsiderar las sanciones a ese país si se aviene a renegociar el acuerdo nuclear; posición que, sin embargo, despierta recelos en Netanyahu, que aprovechó la política de confrontación de Trump para extender la ocupación de amplias franjas de la Cisjordania y estrechar relaciones con Emiratos Árabes y Bahrein. En relación con Corea del Norte, Biden ha cuestionado la política de apaciguamiento de Trump y desea intensificar el apoyo a Corea del Sur.

El ascenso de Biden podría resultar incómodo para Boris Johnson que, tras el Brexit, contaba con reforzar el acuerdo bilateral del Reino Unido con EEUU. Y respecto a Rusia, Biden, que, recordemos, como vicepresidente impulsó las sanciones a ese país por la anexión de Crimea, es posible que propicie una prórroga del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START I, por sus siglas en inglés).

Casi seguro el retorno de EE UU al Acuerdo de París sobre el clima y a otros foros internacionales, sin embargo, es casi seguro también que la política exterior hacia Latinoamérica, continente que ha conocido la agradable noticia de la vuelta del MAS a Bolivia y el referéndum democrático en Chile, sufrirá pocos cambios: el hostigamiento a Venezuela y el embargo a Cuba presumiblemente van a continuar.

A partir del 20 de enero, Biden podría empezar a abordar los asuntos pendientes con España, entre ellos la renovación del Convenio de Cooperación y Defensa, que data nada menos que de 1953, para la permanencia norteamericana en las Bases de Morón (2.200 militares y 500 civiles) y Rota, base del escudo antimisiles de la OTAN (2.850 militares y 400 civiles).

Pendiente queda también abordar la situación de los fuertes aranceles norteamericanos a productos españoles como el vino, las naranjas, el queso y el aceite, conflicto comercial que fue el resultado de los subsidios de la Unión Europea (UE) al constructor del Airbus en detrimento de Boeing.

La UE, que en el plano de la defensa ha empezado a diseñar, aunque tibiamente aún, una estrategia que la hace depender menos de EE UU y la OTAN, debería consolidar su condición de ´actor´ independiente de EE UU en este mundo globalizado, con la ruptura de los lazos que ligan al Viejo Continente, en política exterior, con el devenir de los intereses estratégicos de ese país.

La UE debe esforzarse por tejer nuevas alianzas tendentes a consolidar un sistema multilateral más democrático y cooperativo, favorecedor de la aspiración de los pueblos a unas relaciones basadas en la paz, la democracia, los derechos humanos, la igualdad de género, la justicia social y el desarrollo sostenible.