La izquierda aberzale, que apoya los Presupuestos del Estado a cambio de beneficios carcelarios para los etarras con delitos de sangre, mantiene en el Parlamento vasco que su intención en Madrid es tumbar el régimen. ¿Tumbar el régimen? Jamás pidió perdón por los asesinatos terroristas y ahora pretende derribar el sistema que inexplicablemente les ampara para que puedan dedicarse a la política sin haber condenado el tiro en la nuca ni las bombas. No hay democracia en el oeste de Europa igual de desprotegida que esta, que tiene a los enemigos del Estado involucrados en las decisiones que le afectan porque el Gobierno, supuestamente, no ha encontrado mejores socios con quienes aliarse para sacar adelante el país.

Los socialistas cavan su mayor descrédito como partido en esta etapa de Sánchez, donde el único objetivo parece ser blindar la legislatura. Si fuese simplemente lograr un respaldo para las cuentas podrían hallarlo en Ciudadanos, que se ha ofrecido, hasta el patetismo, a aprobarlas sin tener que contar con los enemigos declarados del régimen que Bildu dice querer tumbar después de que ERC participase en un golpe para ponerlo patas arriba.

Al margen de la sangre derramada durante años por la banda terrorista, el problema moral de la coligación de este Gobierno formado por el PSOE y la izquierda populista antisistema es depender de quienes quieren acabar con el país antes de librarse de él. Lo llaman el régimen.

Podemos prefiere depender de Bildu y de los republicanos catalanes que del partido centrista de Arrimadas, obligado a resistir seguramente por imperativo de las empresas del Ibex que buscan proteger sus intereses. Iglesias comparte un criterio parecido al de Rufián y al de Otegi, y es quien se preocupa ahora de agitar el árbol de las nueces. La escandalera de socialistas como García-Page o el réquiem por el partido de Redondo Terreros parecen preocuparle a Sánchez, obsesionado por una sola idea, igual que a mí la recolección del cacahuete en Tanganica.