Un bar de barrio, de esos que han cerrado ahora, no es solo un bar, es un meeting point, que se dice, un punto de encuentro, en cristiano, con los habituales y vecinos a los que solo conoces de allí, pero que sabes mucho de ellos, porque en esos bares se habla y se escucha lo que dicen otros y a menudo se mete alguien en la conversación ajena, sobre todo si el que interrumpe está solo, porque en esos bares de barrio, un hombre (las mujeres menos, aunque algo) entra solo y no llama la atención de nadie, mientras que en un bar del centro a estos ciudadanos de los arrabales les da apuro llegar a una barra donde no conoce a nadie.

Para muchos hombres mayores, que cierren su bar del barrio es una noticia funesta, porque en su periplo mañanero (siempre por la mañana, nunca por la tarde) está esa visita al bar donde, según la hora, se tomará un carajillo, un quinto, o un chato de vino con algo de tapa y charlará con el camarero del partido de fútbol del día anterior. Y no crean que todos esos hombres son vecinos del barrio, porque muchos de ellos llegan de barrios vecinos y acaban de dejar la moto cerca, o quizás una bicicleta que aparcan en la puerta sin perderla de vista por si se la roban, que se dan casos. Algunos de ellos son cinéfilos, a su modo, y a veces dicen: «Anoche vi una del John Wayne. En lo suyo, era el mejor».

A menudo, en estos locales entran clientes nuevos. Son albañiles, pintores, fontaneros, electricistas o especialistas en derribos que están trabajando en la zona y vienen a almorzar. Estos piden un buen bocadillo, a veces caliente, con lomo a la plancha, por ejemplo, y un plato de aceitunas partidas. Estos hombres, en las actuales circunstancias, se ven obligados a almorzar sentados en el suelo o en los escalones de la entrada a la casa donde están ejerciendo su oficio, y da mucho apuro pasar por su lado y verlos ahí, tan incómodos, tirando de fiambrera o de recipiente de plástico con cerrado hermético. Lo que más echan de menos -el jueves se lo oí decir a un pintor con un mono blanco muy salpicado de pintura- es el café de después del bocata. «Hay un sitio que te dan los cafés para llevar, pero esta mañana había una cola de ocho personas», me dice cuando le pregunto.

El dueño del bar, porque estos establecimientos suelen ser atendidos por el dueño, y, a veces, por su mujer, que es la que hace las tapas y prepara la ensaladilla rusa y la tortilla, se conoce a todos los clientes por el nombre y sabe de sus circunstancias personales. A veces, cuando se va uno de ellos, se dirige a otros que están allí y dice señalando la puerta: «Pepe está ´jodío´. Han echado a su hijo del trabajo y se ha venido a vivir con ellos, con la mujer y los dos críos, porque no pueden pagar el alquiler», y otras noticias de este tipo.

El bar de barrio es el sitio donde quedas con tus amigos, porque hay amigos de salir, amigos de quedar en las casas a tomar algo, y amigos de viajar, pero también hay excelentes amigos y amigas que son de verte para tomar una cerveza o un café y charlar un poco de todo. En ese apartado están las madres que llevan a sus hijos a los colegios y después se toman un café juntas, no en una terraza, sino en una de las tres mesas que tiene en la puerta un bar de barrio. Nos piden que estemos en nuestras casas, y hay que hacerlo, y los grandes damnificados de esa orden son los miles de personas que viven de esa actividad, pero el cierre de estos bares a los que hoy me refiero les quita a muchos una parte de su vida. E incluso se la quita a las esposas, que no van al bar, pero que pierden de su vista al marido jubilado, al menos unas horas, y no lo tiene «plantificado en el cuarto de estar, sentado en su sillón todo el santo día», que dice ella.