La vida está llena de contrastes, de paradojas, de situaciones incongruentes, incoherentes y difíciles de explicar, de momentos complicados de entender, de iniciativas llamativas que contrarrestan lo vivido, aunque, a veces rayan el límite del mal gusto.

El hombre, como todos los animales y todos los seres vivos, posee un instinto de supervivencia que, ante situaciones extremas, puede conducirle a comportamientos y reacciones desproporcionadas, excesivas. Pero no todo vale.

Por muy trágica que sea una situación, por mucha incertidumbre que nos aceche, por muy al límite que nos veamos, conviene mirar siempre el lado bueno de las cosas, tratar de sacar lo positivo de nuestras experiencias y raspar el más mínimo rastro de optimismo que nos quede para seguir hacia adelante.

Me siento avergonzado y un tanto ridículo escribiendo estas reflexiones, que seguramente serán palabras vacías para los miles y miles de afectados por esta terrible pandemia que nos devora el cuerpo y el alma lenta, pero constante. Porque no me digan que no se les cae el alma a los pies cuando bajan a la calle y ven las aceras desiertas, vacías de esos benditos obstáculos que son las mesas y las sillas por los que antes nos quejábamos tanto y que, ahora, echamos tanto de menos. No me digan que no les da vértigo caminar por el centro y ver cómo cada vez hay más bajos con carteles de ´Se vende´ o ´Se alquila´, con la persiana abajo o con carteles como el que luce una tienda de souvenirs de la Calle Mayor que reza: «Liquidación por desesperación». Y el vértigo se transforma en pánico cuando lees que entre un 30% y un 40% de los comercios del centro histórico ya han cerrado y que el presidente de la Cámara de Comercio de Cartagena advierte de que «esto solo es el principio» y que la cifra de ´defunciones´ del sector puede alcanzar hasta el 70%.

Ya sabíamos que esto del coronavirus no es niguna broma, pero se está transformando para muchos en una auténtica película de terror, cuyo final no se vislumbra. Es como esa pesadilla que seguro que muchos de ustedes han tenido en la que quieres despertarte, pero no puedes. Es agonía pura.

Por eso, choca que algunos hayan optado por hacer negocio de una situación tan tremendamente descorazonadora. No lo digo por quienes han sabido adaptarse a los tiempos y reacondicionar sus negocios para sobrevivir. Ni siquiera porque hayamos estado pagando el IVA de las mascarillas como si de un lujo se tratara. Lo digo porque una cosa es ser imaginativo y ocurrente y otra muy distinta ser oportunista y aprovechado.

MUÑECAS CON MASCARILLA.

Me explico. Los pajes de los Reyes Magos ya han iniciado la inspección de los posibles regalos que pueden traerle los Sus Majestades a mis dos pequeñas. Paso por alto la gran cantidad, casi infinita, de objetos de todas las formas y colores que se exhiben en las jugueterías, que más que ayudarle a uno a decidirse, lo sumergen en un mar de dudas e indecisión. Por no entrar en la inutilidad, en lo poco educativo, en lo trivial y, sobre todo, en lo efímero de buena parte de los artículos. Pero eso lo abordamos otro día. Hoy, les cuento que esos pajes reales, en su intensa búsqueda para dar en el clavo de la ilusión se han topado con que el Covid-19 también ha infectado esta especie de ´templos´ de la infancia en los que cada vez parece más que todo vale. Recuerdo que en un artículo anterior, les comentaba el mal gusto de algunas mentes pensantes al ofrecer diversos juegos consistentes en desatascar un váter atascado por un zurullo. Disculpen la literalidad y de verdad que siento ser tan soez como los propios juegos, pero creo que es la mejor forma de que entiendan mi postura, contraria a que enseñemos a los niños a jugar con la mierda. Vuelvo a pedir disculpas.

En esta ocasión, el hallazgo ha sido menos escatológico y maloliente, pero, al menos en mi opinión, igualmente reprobable. Bueno, en honor a mis amigos Daniel y Enrique, ya voy al grano. Entre la marabunta de muñecas de todo tipo y condición, mi hija pequeña me ha señalado una de una de esas marcas de toda la vida, pero el modelo en cuestión mostraba en su caja la leyenda de «Un día con mascarilla». Por supuesto, la muñeca lucía una colorida y llamativa mascarilla que le tapaba religiosamente la boca y la nariz. Un rato más tarde, en la sección de juegos de mesa de una gran superficie, hemos descubierto dos títulos que jamás había visto antes: ´Stop virus´ y ´Pandemio´, sí, no lo he escrito mal, pandemio, acabado en o. Sobra profundicar en que el objetivo en ambos casos es salvar a la humanidad de un virus mortal.

UN FUTURO INCIERTO

Tal vez peque de exagerado, de hipersensible, de excesivamente exquisito, pero les aseguro que me ha chirriado sobremanera comprobar cómo somos capaces de transformar esta oportunidad que nos da la pandemia para valorar lo mejor del ser humano en la misma oleada consumista de siempre. No se trata de ocultarle a los pequeños las desgracias que conlleva lo que estamos viviendo, lo que ellos mismos están viviendo. Bastante lo sufren ya y es bueno que sean conscientes de lo que se están perdiendo para que, cuando puedan volver a disfrutarlo, le den el valor que, probablemente, no le daban antes.

También es bueno enseñarles de forma amena y entretenida las medidas de seguridad e higiene contra este y cualquier otro virus. Por otra parte, se me ocurren mil maneras de tratar de despertar las vocaciones científicas entre nuestros menores mucho mejores que jugársela al azar de un tablero y unos dados. Para empezar, y con el permiso del señor Rafael Nadal, podríamos dar más visibilidad a los científicos y a sus logros con programas infantiles en la televisión que los introduzcan a la ciencia de forma amena y entretenida, con historias adaptadas a ellos. No es ninguna utopía, solo cuestión de voluntad. Seguro que nos iría mejor en futuras pandemias.

Al final, uno se cuestiona si este momento histórico del que podemos aprender muchas lecciones será un mal recuerdo del que hayamos tomado buena nota para prepararnos ante un futuro incierto o si, por el contrario, será otro episodio al que darle vueltas una y otra vez, que manosearemos y usaremos hasta hartarnos, antes de cansarnos de él y arrojarlo a la basura, como si ya no sirviera para nada.

Hay muchas cosas con las que jugar y muchos momentos para divertirnos, pero no juguemos con nuestros niños, porque pueden acabar siendo ellos los juguetes rotos.