En el mundo de las apariencias Donald Trump ha ganado. Pero solo en ese, en el que él vive instalado y desde el que ha gobernado. Los temores que infundía su política también quedarán en mera apariencia si el sistema americano, y su pueblo, resisten como hasta ahora orgullosos de su democracia, su estabilidad, su moderación, encantados de sus anacronismos como ingleses cuya única tradición fuera su constitución.

Yo pensaba que iba a ganar Trump y casi lo deseaba, aunque solo fuera para que terminara lo que había venido a hacer. Quizá su derrota sea ahora más peligrosa para la democracia porque de alguna manera su fracaso no se ha visto en toda su crudeza, no se ha terminado de desenmascarar su imbecilidad, su perversión ha quedado interrumpida. Trump había colocado a la sociedad occidental frente al espejo en el que nadie se quiere mirar. Y ahora ya no tendremos que hacerlo y podemos seguir tan satisfechos de nosotros mismos.

Ojalá Trump sea evocado con el tiempo como un paréntesis en la historia, una anomalía de la política; pero eso es solo un deseo, pues lejos de ser una anomalía él es la figura que mejor representa el mundo de hoy. Probablemente él sea el síntoma de una enfermedad que permanece latente y que volverá a brotar en cualquier momento. En su última imagen como presidente será fiel a sí mismo y a su forma de entender la política: el resentimiento y la mentira, las trampas, la indigencia intelectual, la mala educación. El novelista Richard Ford veía en Trump «el retrato diáfano de algo inequívocamente malvado que no es ajeno al corazón de muchos estadounidenses». Setenta millones de ellos lo han votado.

Por eso me temo que será como ese malvado de las películas que muere al final y cuando ya crees que puedes respirar tranquilo todavía vuelve a aparecer para volver a morir otra vez, pero no del todo porque todavía hay una última sorpresa, un susto final, que anuncia la secuela o la siguiente temporada. Joe Biden ha dicho que quiere reconstruir el país, curar las heridas en nombre de la unidad, la decencia y la esperanza.

Sin embargo, no hay más que verlo avanzar al trote hacia el escenario con la sonrisa petrificada en el rostro para estar seguros que él sí será un paréntesis en la historia. Y con un mundo necesitado de nuevo impulso y vigor, la elección de un líder decrépito, de segunda fila, no hará más que fomentar la decepción de la que se alimentará el nuevo Trump.