La prensa progresista mundial ya tiene una nueva diosa después de años de deserción. Empieza el reinado mediático de Kamala Harris, nueva vicepresidenta electa de Estados Unidos, tras el enamoramiento sin parangón de ocho años de Administración Obama. No voy a entrar a valorar los méritos de Harris (de Kamala, como la llaman ya todos los comentaristas de izquierdas que se precien), porque seguro que han sido muchos y todos ellos no suficientemente bien reconocidos.

Fue fiscal general de California y después senadora, se enfrentó a Biden en las primarias demócratas y le acusó de machista y racista empedernido. Algo que, por supuesto, le fue profundamente irrelevante para aceptar formar parte del ticket electoral que le ha convertido en la más que probable primera presidenta mujer de los Estados Unidos de América. La prensa progresista mundial ha sucumbido a ella, pero en el sector feminista tuitero el júbilo no tiene parangón.

Techos de cristal roto, lágrimas en un pueblo recóndito de Albacete porque las mujeres ya podemos aspirar a ser vicepresidentas de Estados Unidos por primera vez en la Historia. Menos mal que en América una señora de izquierdas ha llegado en 2020 a un lugar relativamente cercano al Ala Oeste de La Casa Blanca, porque imagínese usted qué hubiera sido de nosotras, las mujeres, sin tener un referente de tal calibre que nos permita ahora soñar con que podemos conseguir lo que nos propongamos. Qué más dará que en 1979 Reino Unido ya tuviera una primera ministra mujer, una que como era de derechas e increíblemente buena gestora al parecer no podía ser ejemplo para nadie.

Qué importará que en España haya habido mujeres como María Teresa Fernández De la Vega o Soraya Sáenz de Santamaría, ambas vicepresidentas con poderes ejecutivos de verdad (no como en Estados Unidos, donde Kamala Harris constitucionalmente no tiene competencias), que hayan permitido que generaciones enteras se hayan acostumbrado a que en el Gobierno la que manda siempre es una mujer (bueno, ahora ya no, pero eso es porque han llegado los hombres feministas de Podemos a explicarnos cómo ser buenas chicas).

Qué poco relevante será, en fin, que la presidenta de la Comisión Europea también lo sea. La plenitud de espíritu del feminismo mundial acaba de llegar ahora a nuestras pantallas porque al otro lado del Atlántico llegan décadas tarde a hacer excepcional lo que para nosotros lleva muchos años siendo normal. Y esto, por supuesto, es peligroso. Que el comentario generalizado en las sociedades occidentales sea que una mujer ha conseguido romper un techo de cristal que llevaba años roto no contribuye a ponernos a todas en valor, sino que acrecenta la idea de que nuestros éxitos son aún excepcionales y nuestro género es un condicionante que nos incapacita tanto para triunfar que cuando lo hacemos merecemos un reconocimiento especial.

Que Kamala Harris sea noticia por compartir genitales con la mitad de la humanidad es una falta de respeto para ella, que parece que por ser mujer se consideraba que era más tonta que la media y le iba a ser más difícil conseguir su objetivo, pero también para las demás, que hasta hace una semana entendíamos que ese techo de cristal que la prensa se empeña en colocarnos llevaba muchos años destruido. Tantos que yo, a mis 27 años de edad, jamás lo he visto. Supongo que dará igual la opinión de una mujer de Murcia si un periodista de Malasaña dice que ahora con Kamala ya soy libre. Me pregunto qué pensaban que era hasta ahora. Miedo me da.