Si se llama libertad a cualquier cosa se puede cometer muchas torpezas, porque detrás del abuso de una palabra tan noble se esconde la manipulación neoliberal. Produce una sensación de libertad que resulta fatídica porque convierte en imposible toda resistencia, toda revolución. Es una nueva forma de alienación que no se relaciona directamente ni con el sistema político, ni con el trabajo, sino que se aloja en sí misma, como un nuevo proceso de auto-explotación, en el que tendría mucho que investigar la Psicología. La pandemia está aumentando este fenómeno al concentrar toda la carga del problema en el ciudadano, que se está sometiendo a esa auto-explotación en la vida laboral, familiar, de convivencia social, cultural y por supuesto con un efecto neurológico colectivo. Al final no sabremos lo correcto, salvo lo que está prohibido.

No vivimos en positivo, porque se está imponiendo la negatividad. Y se ha extendido tanto a la vida cotidiana como a la política. Se ha olvidado la libertad en su sentido constitucional, entendida como la posibilidad universal de elegir en la vida todo aquello que se ha consagrado como un derecho. Y pueden llegar momentos críticos en los que las conductas se puedan convertir en armas de doble filo. Lo que ayer era algo normal se puede convertir -a causa de la adversidad que estamos viviendo- en una conducta irresponsable porque pone en peligro la vida de otros. Y esta nueva situación cambia el sentido de libertad posible, en libertad solidaria, porque el ámbito de aplicación ha cambiado por un movimiento pandémico que lo impide. Prohibir el paso en una situación de peligro no es convertir a la autoridad que lo impone en una dictadura constitucional y absolutista, como han calificados los partidos de la derecha los estados de emergencia decretados. Nada es por casualidad.

La Fundación Internacional por la Libertad firmó recientemente un manifiesto en el que advertían acerca de que a ambos lados del Atlántico estaba resurgiendo un estatalismo, intervencionismo y populismo que podía estar buscando un cambio de modelo, alejado de la democracia liberal y de la economía de mercado. Este manifiesto lo firmaban, entre otros, Vargas Llosa, Aznar, Cayetana Álvarez de Toledo, Esperanza Aguirre y muchos empresarios de Venezuela, Chile, Perú, Nicaragua, así como expresidentes latinoamericanos de gobiernos conservadores y exministros de los mismos. Esto suena bien a muchas personas de ideología diversa que están pensando muy intensamente en las libertades económicas. Personas a las que por lo general les dan igual las conquistas sociales y la consolidación de los derechos. Hoy la pandemia lo que ha puesto de relieve es la cuestión de si la libertad la podemos ejercer, aun teniendo derecho a ello, cuando al hacerlo ponemos en riesgo la salud y la vida de los demás. Y la pregunta es: ¿podemos limitar esas libertades para no contribuir a un agravamiento en la lucha contra la Covid-19? Todo se concentra en cómo se gestiona la crisis en sus diferentes facetas: la sanitaria en sus aspectos básicos empezando por la asistencia primaria, pasando a los aspectos más complejos como son los casos en que se precisan cuidados clínicos o procesos en espacios como UCI. Y a continuación las otras medidas: cómo cuidamos lo común, cómo hacemos para que la vida no se pare, qué medidas tomamos para que la economía no se perjudique. Y aquí entramos en un terreno en el que las decisiones no son neutras. Por ejemplo, lo estamos viendo en algunas Comunidades autónomas como la murciana, en donde se han cerrado los espacios de la restauración y bares y se ha dejado expresamente sin limitaciones, salvo las generales, a las casas de juego, bingos y casinos, en concreto, y cito textualmente el BORM los epígrafes de actividades 969.2, 969.3 y 969.5, para que no haya confusión. Si esto no es discriminación, ¡que baje Dios y lo vea!

Recientemente Innerarity, refiriéndose a cómo ejercer la libertad en momentos críticos, glosaba la figura de Ulises dejándose atar para no sucumbir a los cantos de sirenas. Y de esta forma nos recordaba que muchas veces la mejor manera de preservar la libertad es atarse, no tanto para respetar la de los demás, sino para protegerse de las torpezas que podría uno cometer si llama libertad a cualquier cosa. Esto es lo que está ocurriendo en algunas regiones, como la citada Región de Murcia: el presidente y el consejero de Sanidad deberían haberse dejado atar por el bien de todos y para no sucumbir a los cantos de sirena de los juegos de azar. O la presidenta de Madrid, que cierra y abre su Comunidad discrecionalmente según le conviene, como si tuviese al Covid-19 ajustado a calendarios festivos y laborales. Y tantas cosas disparatadas que estamos presenciando con los que no respetan las normas y salen con sus bastones de jugar al golf por las calles céntricas de Madrid a romper señales de tráfico. Este ruido tremendo, que los medios de comunicación nos trasladan, hace que la mayoría de personas que respeta el aislamiento y las normas entre en zozobra. Y antes de que unos y otros nos arruinen la vida, deberíamos decir: ¡alto! Y un ¡hasta aquí hemos llegado! Porque empieza a ser peligroso que no se escuche a la ciudadanía silenciosa, que está dando un ejemplo de solidaridad porque ha puesto en valor lo que tienen en común que defender: la vida.