Ya lo dijo Cicerón, que estos son malos tiempos porque todo el mundo escribe libros, de manera que cualquiera puede otorgarse el título de escritor. Pero como ya casi nadie los lee, más importante que escribirlos es el presentarlos en sociedad para que, al menos, quede eterna memoria de ese parto.

Así pues, si ese es su caso, trate de encontrar una fecha que no coincida con más de tres o cuatro de las innumerables presentaciones de sus competidores, inunde las redes sociales de invitaciones, persiga a propios y a extraños con recordatorios que los conduzcan a la taberna de moda o al local alternativo, si gusta de la informalidad, o al auditorio o al teatro local, si usted se inclina por la solemnidad y los aires de grandeza.

En cuanto al presentador, sepa que tradicionalmente se recurre al erudito de aldea, preferentemente maestro de escuela o profesor de instituto, aunque puede encomendarse también a comisarios de policía, farmacéuticos y comerciantes de ultramarinos, entre otros, siempre que presuman de un conocimiento minucioso de los grandes eventos y de los sucesos mínimos y acrediten artículos y libros en prosa y en verso sobre las más diversas disciplinas, que añadan a su dedicación primera el título de escritor o crítico literario. Y no olvide, dados sus múltiples compromisos, que conviene apalabrarlo con tanta antelación como las iglesias y los salones para bodas y banquetes, y vencer con halagos y ditirambos su actitud en principio remisa y displicente.

Tenga usted en cuenta que su perorata no durará menos de una hora, dedicada, si no se ha leído el libro, a profundas disquisiciones sobre teoría de la literatura y de otras artes, con fárrago de citas, vengan o no al caso, o devendrá en apología de la vida y milagros del autor, sus familiares y amigos. En el caso improbable de que sí, lo glosará al pie de la letra, con una paráfrasis inacabable de sus secciones y capítulos. Finalmente, tras la ronda interminable de opiniones y preguntas, un vino español con tinto de verano y cascaruja. No obstante, sepa que la modernidad exige un protocolo interactivo y multidisciplinar, de no menos de cinco o seis presentadores, que se introduzcan y se sucedan el uno al otro y el otro al uno, en un bucle interminable de loas y naderías, de mucho y más de lo mismo, con riesgo de no presentar nunca al autor, que ya quizá no recuerden que es usted. La ceremonia, inevitablemente, se adornará de recitales, dramatizaciones y acompañamiento de piano, guitarra, contrabajo, flauta o cajones, sin que falten juegos malabares y tragafuegos.

La presentación de libros de gastronomía irá acompañada de demostraciones de nueva o vieja cocina y coctelería a cargo de masterchefs y bartenders de reconocida fama, la novela negra requerirá de la presencia de algún asesino en la sala y de detectives que lo detengan e interroguen in situ, y si escribimos de catástrofes, un simulacro de inundación o incendio a cargo de efectivos de emergencias y de la UME. Y entre tanto alboroto, haga intervenir a su señora madre, primos y amigos, que eso da calor humano al evento.

Y luego, si le dejan, inicie y no acabe su propio discurso, que incluya la lectura interminable de varios capítulos del mamotreto. Finalmente, usted y su brigada de presentadores y farsantes recibirán las enhorabuenas y parabienes de amas de casa, jubilados y desocupados de toda laya, si es que todavía queda alguno en la sala que no se haya escabullido huyendo del sermón y de la quema de adquirir el libro.