Hace un par de semanas,el magnífico humorista gráfico Peridis, (escribo esto en mi estudio, donde, en una pared está colgada la caricatura que él me hizo hace un montón de años) contó en la radio cómo se sentía después de haber sufrido el contagio de covid y la enfermedad, con estancia en un centro sanitario y posterior recuperación relativa en su casa: «Entré en el hospital siendo 'un hombre mayor' y salí siendo 'un viejo'», dijo. Y es que esta enfermedad está matando a una cantidad tremenda de mayores, pero también estamos viviendo lo que le ha sucedido a Peridis, que no ha fallecido, pero que esa apariencia de 'mayor' ha sido cambiada por la de la ancianidad manifiesta.

Ciertamente que en los últimos años antes de la pandemia se estaba produciendo un fenómeno que los de más edad observábamos con regocijo: cumplíamos años, pero nuestro aspecto no era el mismo que el de los mayores de la anterior generación, por no hablar de aquellos que eran viejos cuando nosotros éramos críos: seres desdentados, enjutos, hechos polvo por el trabajo duro y por los sufrimientos de la guerra civil que habían sufrido. Se les podía ver a muchos de ellos sentados en la puerta de sus casas, con una gorra, un bastón y un cigarro apagado entre los labios, dejando pasar el tiempo, no mucho, que les quedaba.

Y tampoco eran tan viejos, entre otras razones porque la media de años para morirse era muchísimo más baja que la de ahora. Pero allí estaban, a veces castigados por el duro trabajo que habían ejercido. Al hablarles a ustedes de esto, viene a mi memoria, cuando yo era un adolescente, la imagen de los hombres con silicosis de la cuenca minera de La Unión y Cartagena, jóvenes todavía, y ya convertidos en enfermos incurables.

Los que conocen el Llano del Beal saben bien de lo que estoy hablando. Pero, como les decía, nosotros, muchos de los mayores de ahora, éramos los primeros asombrados al ver que llevábamos un montón de lustros sobre nuestras espaldas, pero que estas se mantenían bastante erguidas. Es cierto que muchos nos cuidábamos lo que podíamos, con algo de ejercicio, una dieta sana, sin exagerar, ducha diaria, ropa limpia como una patena, etc., y disfrutábamos de lo lindo viendo la cara que ponían algunos cuando les decíamos la edad que teníamos. Es verdad que casi todos nos tomábamos la pastilla de la próstata, la de la tensión y alguna otra, pero el caso es que dábamos el pego y todavía podíamos sentarnos a tomar una cerveza con gente más joven, cuya cercanía nos hacía estar más cerca del mundo actual, aunque ya, en los temas de trabajo y obligaciones, estuviéramos fuera de la circulación, pero no fuera del mundo, que muchos de nosotros mantenemos todavía una actividad intelectual bastante potente.

Las estadísticas de años por vivir eran más altas que nunca en esta nuestra generación, pero, con verdadero terror hemos visto cómo nuestra suerte se está diluyendo en el asqueroso caldo de la pandemia. Las residencias de mayores han sufrido tantas pérdidas de vidas que da miedo leer las cifras. Y son gente de nuestra edad, de la misma que Peridis o la mía, aunque los haya mayores, pero con esa larga esperanza de vida que nos anunciaban en todas partes y que nos hacían mirar al futuro con un cierto optimismo.

Y, en el peor de los casos, hay que pedir que, si nos contagiamos, al menos podamos pasar de ser 'mayores', a ser 'viejos'. Y no a lo otro. ¡Brrrr!