Con permiso de mi admirada Charo Guarino, profesora de latín y griego en la Universidad de Murcia y compañera en las opiniones de estas páginas, he de decir, como en aquella obra de teatro de Terencio que «hombre soy y nada humano me es ajeno», que, dicho en la lengua vehicular de la Madre Patria de nuestros orígenes, es algo así como «Homo sum, humani nihil a me alienum puto». Sé que tú, carísima lectora, no me vas a decir eso de que «¿qué mierda nos importa el latín a nosotros ahora, que ni nos va ni nos viene», como leí ayer que decía en facebook un espécimen humanoide, de la subespecie descerebrados, que tanto abunda hoy por las redes sociales. Se refería este sujeto a un artículo que publicaba LA OPINIÓN sobre Trump y las elecciones en USA. Escribía el susodicho, que este ´puto´ periódico debería escribir sobre los temas importantes que nos atañen a nosotros. Entrecomillo esta palabra, porque igual era un guiño o una ironía en latín, por aquello de ´puto, putas, putare´ que es aquello de pensar, ejercicio peligroso en muchas épocas y parece ser que también ahora. Es por eso que en estas líneas voy escribiendo lo que me viene en ganas, porque nada humano nos debe ser ajeno y, además, porque está comprobado que desde los sitios más pequeños se pueden crear las historias más grandes y eso me estimula. No hay que olvidar lo que dio de sí la historia del hijo de un carpintero en una aldea de Palestina, ni que el libro más leído en todo el orbe (menos en España) sean las desventuras de un imaginativo manchego. Pues eso, que cada vez es más evidente que el aleteo de una mariposa en Pozo Estrecho puede provocar un huracán en América: lo local y lo global están íntimamente relacionados, todo nos afecta en un planeta que es nuestra casa común y cuanto antes nos demos cuenta más posibilidades tendremos de subsistir en estos tiempos convulsos. Entonces, inteligente lectora, te preguntarás por qué, si hoy quiero hablar de Donald Trump, mantengo el subtítulo de ´Crónica desde Cartagena´ que tuvo a bien añadir Ángel Montiel al ´Agua de mi Aljibe´. Veamos, primero porque el maestro de la prensa de esta Región, aunque aquí nos da carta blanca, con censura cero para escribir de lo divino y lo humano, él no da puntada sin hilo y no seré yo quien ponga en duda lo certero de sus palabras. Segundo, porque desde Cartagena y su Comarca el mundo se ve de otra manera y a ello me dedicaré otro día, pero hoy no es ese día. Y tercero, porque no hay que olvidar que igual que Puerto Rico, vuelve a insistir, una y otra vez, en que quiere ser un Estado más de USA y no ´libremente asociado´, Cartagena ya lo pidió en tiempos de la Revolución Cantonal, mediante una carta dirigida a la embajada y al Gobierno norteamericano, pidiendo enarbolar la bandera de barras y estrellas para salvarse del asedio de las tropas centralistas españolas. Imaginaos si los yanquis hubiesen aceptado y ahora tuviésemos un Peñón inglés y otro estadounidense «porque Cartagena tiene que ser como la roca de los mares, que ni se rompe, ni se rinde, ni tiembla», tal como lo firmaron mis vecinos el 16 de diciembre de 1873. El alma dividida. En fin, que llevo más de medio artículo en la captatio benebolentiae para que se me entienda que hablar de Trump y las elecciones en USA ni nos es ajeno, ni se sale de una crónica cartagenera. Y eso que yo nunca he sido muy pro americano, o mejor dicho, que yo siempre he tenido esa lucha interior, de amor odio, enfrentado al imperialismo económico y militar yanqui y, a la vez, amando el rock, el blues y el folk americano, negándome a probar ni una gota de cocacola y, a la vez, siendo un enamorado del cine de la fábrica de sueños americana. USA, como Roma y todos los Imperios de la historia, ha conquistado su predominio con un implacable poderío militar y económico, pero también ha aportado lucha por la libertad, lengua y cultura que, al final, es lo que queda. No soy ingenuo y cada vez soy menos romántico. Sé que no podemos simplificar la complejidad del imperialismo, ni reducir a historias de buenos contra malos las luchas entre civilizaciones y pueblos, entre grandes ejércitos y guerrilleros o entre culturas y costumbres locales contra poderosas culturas hegémónicas. Tal vez, lo mejor, sigue siendo trabajar por un mundo abierto, donde no aplastamos lo pequeño pero no renunciamos a lo grande, donde no olvidemos nuestras raíces pero estemos abiertos al cambio y al viaje. Soñemos y trabajemos por un mundo donde nadie tenga excusa, ni tentación, ni necesidad, ni posibilidad de someter al otro, ni a la otra, ni al distinto, ni al de otro lugar. Nuestras elecciones americanas. Por eso debemos seguir con interés las elecciones americanas y no es sólo por estar bien informados, sino porque nos va mucho en ello. Vivimos, lo reconozcamos o no, en una aldea global, en un pequeño planeta en el que viajamos por un universo inmenso en el que todas las fuerzas de gravitación están interrelacionadas. No podemos sustraernos al cambio climático, vivamos en el rincón del mundo en el que vivamos. No podemos mirar para otro lado cuando otros países sufren las guerras, el hambre o los desastres naturales porque, más pronto que tarde, lo sufriremos en nuestras propias carnes como vamos a sufrir el resultado malo o menos malo del recuento de estos días. Donald Trump no es un peligro, no es un accidente, no es un caso aislado, no es cosa de los americanos, no es un payaso, no es un mentiroso desalmado. Trump es un síntoma, no de un país, sino de un mundo cada vez más dividido entre las personas y los desalmados, entre la ceguera de la ambición suicida y la templanza de solidaridad racional. La realidad es el trumpismo y está aquí. Ha costado muchos siglos crear un modelo de humanidad que quiere caminar hacia un mundo más democrático y más respetuoso con los demás, con el medio ambiente y con todas las culturas, pero ahora hemos de afrontar con decisión la lucha sin cuartel contra el virus de la intolerancia. Es muy contagioso, nos ciega y hay que cortarlo por lo sano ya.