Si hay un género musical en el que las mujeres destacan por encima de los hombres, ese es el Fado, lo que no significa que no haya fadistas hombres, que los hay, y muy buenos, pero, sin duda, esta disciplina siempre ha estado ligada a ellas. La particularidad femenina del Fado choca con cualquier otro sector dentro de la historia de la música. En el Jazz, el Rock, el Pop, la música Clásica, la ausencia de mujeres es notable, y lo mismo ocurre con otros géneros más populares como el flamenco, o el tango.

Sus orígenes son difusos y tampoco hay mucha literatura sobre el tema.Se dice, se cree, que surge de un lamento que, a su vez, es una pregunta, que nace de la queja de la gente pobre, que, convertida en poesía, expresa el desahogo de quien no puede callar su frustración. En cuanto a su historia, se calcula que surgió hace unos doscientos años, en la costa Atlántica de la península ibérica, en los populares barrios de Lisboa, Alfama, Bairro Alto y Mouraria principalmente, al amparo de los húmedos vientos del océano. Se habla de las influencias de otros países durante su época colonial.

El fluido contacto entre brasileños, africanos y portugueses esparciéndose de un lado a otro del Atlántico ha impregnado las músicas de cada uno de estos territorios. De esta manera podemos incluir a la cantante caboverdiana Cesária Évora dentro del Fado o intuir toques de la bosanova en algunos y algunas cantantes de fado. Si alguien todavía no ha escuchado la canción de Antonio Carlos Jobin Entrada do sol interpretada por Carminho y Marisa Monte, juntas, debería ponerse manos a la obra pues es una de las delicias que nadie debería perderse. Los dos lados del océano unidos por una sensibilidad y un idioma en común. Portugal fue tierra de navegantes y de conquistadores.

Los embarcados durante sus largos viajes padecían la añoranza de su tierra, de sus seres queridos pero, sobre todo, de los amores que dejaban a uno y otro lado del mar. El Fado expresa lo que los portugueses llaman saudade, un sentimiento del que Fernando Pessoa dice que solo los portugueses consiguen sentirla bien porque poseen la palabra para expresarla, y que el español ha incorporado para definirla la intensa melancolía estimulada por la distancia, tanto espacial como temporal, de lo amado. También se ha relacionado el Fado con los cantos de las tunas estudiantiles en las ciudades universitarias portuguesas como Coimbra, donde también hay una afianzada tradición fadista.

Pero nada de esto explica su feminización. Los marineros y los estudiantes, históricamente, han sido siempre hombres. ¿Por qué entonces proliferan las voces femeninas desbancando a los hombres a un segundo plano y más aún en la actualidad, momento en el cual este estilo musical parece tomar brío?

No hay más que hacer un repaso de las voces actuales: Mariza, Dulce Pontes, Carminho, Ana Moura, Critina Branco, Joana Amendoeira, Katia Guerreiro, Roberta Sá, por nombrar solo algunas de ellas. Quizá el motivo de su feminización lo encontremos remontándonos tiempo atrás, en la figura de una fadista imprescindible: Amália Rodrigues, incluso por encima de Carlos do Carmo, otro de los referentes del Fado y del que de momento sólo destacaremos (porque hoy hablamos solo de mujeres) que es hijo de la también popular fadista Lucilia do Carmo, contemporánea de Amália. Es posible que Amália sea el origen indiscutible que marcó el camino de futuras fadistas como las que acabamos de nombrar. Durante los años 50-79 fue quien extrajo este canto triste de los barrios populares de Lisboa y le dio la dimensión internacional que tiene hoy día, ella fue quien lo hizo visible y lo encumbró.

Amalía cantó no solo en portugués, también en francés, español, italiano e inglés. Realizó conciertos en el Olympia de París o en el Auditorio Nacional de Madrid, entre otros, y fue la cantante portuguesa que más discos vendió en toda la historia musical de ese país. Dicen que su vinculación con la dictadura de Salazar la retiró de los escenarios tras la Revolución de los Claveles, aunque algunas fuentes aseguran que donó dinero al partido comunista entonces en la clandestinidad. Sea como fuere, la voz femenina, dulce, limpia, brillante de Amália está ligada indisolublemente al Fado, convirtiéndose en el referente principal de otras voces femeninas que vinieron después.

«Hay muchos hombres que cantan muy bien, pero Amália Rodrigues dejó una huella muy importante de feminidad», expresa la joven fadista Kátia Guerreiro, y prosigue. «Desde entonces, en todo el mundo se piensa en el fado como un asunto de mujeres. No solo no hay machismo, sino que hay una feminidad siempre presente que hace salir las emociones más profundas. Cuando los hombres cantan, hacen salir su feminidad».

«El fado también es cosa de hombres» ha comentado algún articulista haciendo hincapié en que se debe dejar hueco también para que los hombres se expresen a través del Fado, dando por hecho que, por lo general, es un asunto de mujeres. Ellos quieren reclamar su espacio, igual que lo hacemos nosotras en otros campos demasiado masculinizados.

¿Qué tiene de particular el Fado para que acoja tan gratamente a las mujeres? ¿El misterio está en la música, en sus letras que hablan de amores perdidos, del dolor por la ausencia de lo amado? ¿Es la tierra en la que nace, Portugal y esa historia repleta de navegantes que pasaban demasiados meses en el mar y el deseo de las mujeres que esperan su regreso? ¿Son esos barrios más populares de Lisboa, bañados por la brisa fresca y húmeda del océano en donde el graznido de las gaviotas se cuela en el alma de la que espera? ¿Acaso tiene Portugal una visión peculiar de lo femenino diferente al de otras geografías?

Demasiadas preguntas sin respuesta para una única evidencia: la proliferación de mujeres que cantan Fado haciendo que, este estilo musical en auge, sea cada vez más apreciado y valorado, y tenga a las voces femeninas como principales protagonistas.