Si Kafka escribiera hoy La metamorfosis en lugar de su escarabajo podría imaginar un cisne bajo el sol en el río Segura, con su blancura irreal flotando entre los destellos dorados del agua una mañana de domingo. Bajo el puente de Manterola una chica toma el sol y unos niños arrojan pétalos púrpura al río mientras el ruido de la ciudad se aleja con la brisa de los carrizales. Es un instante de paz que nos está permitido y que disfrutamos en silencio, a punto de desaparecer, el sueño de una primavera que quizá no llegue nunca.

Nos hemos despertado en un mundo que no entendemos y no hay ningún sitio adonde ir, y solo nos queda la belleza silenciosa e inmerecida del cisne. Pero el cisne parece muy solitario y frágil en medio de la furia que se ha desencadenado en el aire propagando la muerte, el miedo, la desconfianza de unos con otros y, finalmente, la rabia. Y, sin embargo, allí abajo, aferrados a un instante de belleza que contradice el horror del mundo, podemos descansar de la incomprensión, colmarnos de una soledad que todavía es dulce porque está hecha de luz, una luz que no es estática, sino que va y viene, como un contagio de esperanza.

La luz de la gracia, que como decía recientemente Anne Carson en su discurso del Premio Princesa de Asturias, está en el aire, en el espacio que une a las personas porque es tanto el favor otorgado como la gratificación: «La gracia es siempre recíproca, va y viene entre el que da y el que recibe, igual que una luz y un sonido? En el arte la gracia es la cualidad especial o el resplandor que brilla en una obra y que tiene su efecto entre nosotros, cambiando tal vez nuestro día o nuestra vida. La gracia va y viene entre el creador de una obra de arte y su audiencia como entre el que da y el que recibe un regalo. Ninguno podría existir sin el otro».

Debajo de la ciudad, al borde del agua, un cisne brilla con una luz que está hecha de gracia y que solo alumbra cuando la miramos. Con su belleza incongruente nos habla de un espacio escondido y de un tiempo robado al presente. Poco a poco se apaga, se reduce, se acaba, como la habitación de Kafka, aunque existirá mientras lo imaginemos a pesar de todo, como el regalo imposible que nunca dejamos de esperar; o dicho de otra manera, mientras amemos su misteriosa sinrazón.