Irene Montero se ha peleado con Teresa Rodríguez. A saber, la ministra de Igualdad y marquesa de Galapagar se enfrenta en armas contra la líder de Adelante Andalucía y señora del alcalde de Cádiz. Las relaciones de pareja de ambas dos son profundamente irrelevantes para caracterizarlas como dos personajes nefastos para las libertades cívicas españolas, que lo son, pero al menos en el caso de la andaluza nadie duda de su capacidad para ponerse al frente de cualquier proyecto con independencia de su vida privada. En el caso de Irene, que le pregunten a Tania.

En este nuevo episodio de Gran Hermano que es la izquierda española, felizmente acostumbrada a autodestruirse mientras la derecha asiste atónita sin saber muy bien ni cómo ni por qué son incapaces de ganar a semejante manada de adolescentes con poder, las puñaladas traperas están a la orden del día. Cuando Errejón desterró, y por suerte para todos Carmena le acompañó en su camino a la irrelevancia, los insultos pasaron a ser su rutina. Íñigo, que había sido el ideólogo de la España podemizada de los de arriba contra los de abajo, de los de las élites de Majadahonda (que es algo así como hacer la revolución desde Altorreal), el treintañero con cara de niño que dulcificaba al macho alfa comunista y líder indiscutible; era ahora un traidor a la patria del poder sólo porque se había atrevido a decir que, para asaltar el poder de una nación, quizás conviene creer que en ella caben alguno más que dos.

En Podemos, que son machistas hasta la médula como todo partido comunista que se precie, entienden que las mujeres sólo nos podemos pelear con mujeres. Por tanto, cuando nada más y nada menos que la líder de tu partido en la Comunidad Autónoma más grande de España decide montarte un golpe de Estado que ya quisiera Puigdemont, Pablo Iglesias razona que, por supuesto, él no puede rebajarse a rebatir a una pobre mujer indefensa. ¿Cómo podría una madre de baja maternal, como Teresa Rodríguez, enfrentarse de tú a tú con nada menos que el líder? Pablo, que es magnánimo, piensa que las mujeres somos inferiores y necesitamos protección, y por eso nos pone a pelearnos entre nosotras con la inmensa deferencia de no destrozarnos en el primer asalto. Menos mal que alguien vela por nosotras.

Lo peor de esta condescendencia repulsiva propia de un narcisista que no ha debido cruzarse con una mujer con personalidad en lo que lleva de vida es que además, y por supuesto, se permite darnos lecciones a los demás. Que todos los hombres del mundo son intrínsecamente machistas sólo porque él lo es, que las trabajadoras no podemos llegar a puestos de dirección sólo porque las suyas no están intelectualmente capacitadas para nada que no sea adorarle, que estamos en contra de la igualdad sólo porque creemos que decir que Irene Montero es una impresentable nada tiene que ver con los genitales que Dios le ha dado.

Las mujeres beta de Podemos se pelean entre sí mientras el macho alfa asiste complaciente al espectáculo que él mismo ha alentado. Y mientras en España mueren al día cientos de compatriotas por la nefasta gestión de ellos entre otros, el culebrón del día es si Cádiz se impone a Galapagar. En esta columna, por supuesto, apostamos todo a Teresa. Que la pelea sea impresentable no obsta para que sea entretenida.

Disfrutemos, que el espectáculo está lejos de acabar.