Era 2002 cuando llegaba a la que ya sería siempre su casa y en una caja de zapatos nuestro amigo Golfo. Golfo era un gatito muy listo, mezcla de persa, acanelado y ojos claros, más parecido a un tigre, salvo cuando lo pelaban, que se quedaba en nada, digamos casi en nada.

Acaba de irse este gatito de tanta vida y tanto cariño, como el que recibía él mismo de Gabriel Batán, de su mujer, Encarna, y de sus hijos, Sergio, Gabriel y Carlos. Sé lo que es que se te muera un animal, como un amigo. Mis padres también tuvieron una gatita, gris, muy suave, de angora y con nombre Bonita. A esta le gustaba mirar a la gente que pasaba detrás del visilllo del salón de mi casa. Por allí miraba todos los movimientos callejeros, los juegos de los niños pequeños, mis juegos, y el paseo de los novios; siempre estaba allí, tras el visillo. Cuando rascas la cabecita de un gatito y te hace ron, ron es que le gusta mucho. Es un signo claro, ya es tuyo. Después vinieron los perros, en casa de mis padres, Boby, alegre y cariñoso, Blanco muy canela, callejero que vino hacia mi casa y allí se quedó, hasta que se fue al cabo de los años, Dios sabe donde, y, cuando vivimos en el campo de Lorca, se acercaba de vez en cuando.

Después vino muy poco tiempo, porque lo regalamos para vigilarle la finca a un matrimonio de mayores, un perro que llamamos Raro, pastor alemán que entendía cuando le hablábamos. O me parecía a mí, que siempre he sido muy hablador con animales, imitando de buen gusto a Salomón.

En casa de Murcia ya tuvimos, mi mujer y yo y mis hijos, tres perritos, los que mejor recuerdo porque se han ido uno a uno al cielo de los perros con mucho dolor por parte nuestra. Primeramente Chispa, una pequinesa amiga de la casa, muy casera, que tuvo raras enfermedades, como por ejemplo un embarazo sicológico, por lo que una zapatilla mía la tomó por su hijita y no pude acercarme a ella mientras le duraban las crisis de aquel embarazo. Chispa era pequeñita y muy lista. Guardo su foto y aún le hablo.

Después vinieron seguidos dos perritos: Luna y Roque, ya hablé de ellos: Luna se llamó así porque tenía sobre su blanca piel, manchas negras y marrones oscuras, era muy casera y dependiente. Roque, aunque llegó después, ella mandaba en casa, pero él era el jefe de la pequeña manada, incluidos los perritos de Antonio, mi vecino, porque Roque defendía toda aquella calle de perros y perritas, de sus amigos. Se llamaba Roque como homenaje a varios amigos míos que se llaman así.

Al morir Golfo pensé que hacía varias cosas poco usuales en animales. Las contaré, porque el gato de Gabriel es para contar también. Una de ellas es su parecido a un viejo estadounidense de Kentucky (el coronel Sanders), con esas barbillas y el profundo entrecejo de aquellos vaqueros del tabaco y el whisky. Le gustaba que le dejaron un chorrito muy fino de agua del grifo, y le subieran ahí, eso era uno de sus verdaderos gustos, agua fresquita y pura de aquel grifo que le refrescaba media cara, para después, tomarse aquel jamón york que Gabriel o Encarna le ponían como aperitivo. Eso sí, tenía que ser del Pozo (sin ánimo de hacerle a nadie publicidad) o no lo quería.

Cuando Gabriel me ha llamado para contarme la desgracia familiar, pensé que se acordará mucho de él. Y ya lo hace, porque Golfo era muy cariñoso, y cuando Gabriel terminaba de comer siempre se echaba una siestecita en el sofá y ahí, en su barriga, echaba la suya Golfo, y recordará ese cariño de un gato con su amo como yo recordaba mis conversaciones con Roque, al que solo le faltó hablar para ser más importante en la vida que tuvo, tan perruna. Y es que Roque soñaba un mundo distinto y supe por él, por sus gestos, que le hubiera gustado volar, porque daba saltos para tomar fuerza de vuelo, como quien hace un triple salto mortal.

Ahora pienso en cuando murió en nuestros brazos, como Golfo en los de Gabriel. Y es que la vida es más justa si no te quedas solo cuando alguien así, como un perro o un gato, se despiden hasta la eternidad. Y encima Gabriel y yo casi lloramos cuando leemos el diario, porque dice que en España se han abandonado este año más de 25.000 perros. Y hay que ser bestia con una persona para hacer eso, nosotros desde luego no, porque todo lo que hemos tenido ha sido abandonado, recogido y querido, como debe ser. Porque ellos, perros y gatos, jamás lo harían. Por eso lo digo, porque lo sé, siempre están contigo. Y ahora me despido de ese Golfo, deseándole que encuentre pronto en el cielo de los gatos, a su primo Hiro, que a buen seguro jugarán mucho, y que seguro que como nosotros nos acordaremos de él, el también de la casa de la familia Batán, de todos ellos.

Adiós, amigo Golfo, adiós.