Llevo desde ayer viendo las imágenes del funeral de Samuel Paty. Y no puedo dejar de pensar en que falta un ataúd al lado, el del niño de 18 años que lo mató y murió abatido por la Policía en el mismo momento. Fracaso de todos, una vez más». Podríamos pensar que un cerebro desportillado basta para equiparar que una familia islamista lance una fetua para que alguien acabe cortándole el cuello a un profesor por explicar la libertad de expresión, con que la Policía abata al asesino. Pero no nos dejemos llevar por la corriente del caso aislado, ni en lo que respecta al atentado, ni al tratamiento que esa persona le da. Lamentablemente, son muchos los que transitan de forma artística por el alambre de la equidistancia cuando se trata de hablar del terrorismo y la radicalidad islamistas.

El periodista Mario Noya ilustraba el ejemplo de Irene Montero, ministra de Igualdad, que se refería así a los atentados de Niza: «Lamentamos las dolorosas noticias que llegan desde Niza. Desde España enviamos todo nuestro cariño para las familias y seres queridos de las víctimas. Seguiremos defendiendo la democracia con Libertad, Igualdad y Fraternidad». En cambio, la ministra se mostró bastante más explícita en febrero de este año al escribir que «seguimos con preocupación el ataque terrorista xenófobo de extrema derecha en Alemania, donde han asesinado a nueve personas, varias de ellas de origen kurdo. Mi solidaridad con sus familias y amistades. Nos encontrarán defendiendo la democracia, la libertad y los derechos humanos».

No hay lugar para la ambigüedad en este último tuit, ya que puede aprovechar el atentado en Alemania para agitar todas las bestias que le perturban. Por el contrario, cuando la insigne vecina de Galapagar habla sobre Niza, me surge la siguiente pregunta: ¿esas personas han sido víctimas de un atentado, de un terremoto o de la subida de precios de los supermercados Intermarché? Claro, este atentado les rompe el relato.

Ambos ataques son igualmente detestables y merecen la condena más rotunda. Entonces, ¿por qué una parte de la izquierda hace ese ejercicio de contorsionismo ante la barbarie islamista? Si esta izquierda no duda en calificar a quien se opone al aborto como ultracatólico, ¿cómo es posible que quien decapita a un profesor o a una mujer católica en nombre del Profeta, no sólo no es llamado islamista radical, sino que se asegura sobre él que ‘no es musulmán’? A mi juicio, la respuesta es clara. El Islam es, en sus vertientes más extremistas, un aliado en la lucha por diluir el sistema democrático liberal europeo y, aunque izquierda e islamistas difieran en muchos aspectos, como los derechos de las mujeres, el objetivo final de ambos lleva a un considerable sector de la izquierda a cabalgar sus propias contradicciones, como bien señaló Pablo Iglesias.

Pero no podemos culpar únicamente a la izquierda de esta indefinición, ya que el propio alcalde de Niza, Christian Estrosi, del partido conservador Los Republicanos, hablaba, al igual que la izquierda multicultural, de ‘islamofascismo’. Todo lo que no les gusta es fascista, así que no es descabellado que acabemos leyendo que Stalin era un comunista de extrema derecha.

Siguiendo con los paralelismos entre estos atentados y otros sucesos recientes, los adalides del progresismo no escatimaron en la atención prestada a George Floyd y al movimiento Black Lives Matter. Deportistas, artistas, políticos y demás farándula doblaron la rodilla entonces, pero hoy, la vida de Simone Barreto, víctima decapitada en la iglesia de Niza, mujer, negra y cristiana, no les quita el sueño.

Mientras ellos duermen plácidamente, aparece por sorpresa Macron a despertar a Europa de su siesta. Además de alertar sobre el separatismo que supone el islamismo radical que quiere escindir a esa comunidad de la ley francesa, en una entrevista a Al Jazeera, ha señalado que «creemos en la Ilustración, en que las mujeres son iguales a los hombres, en que una niña tiene los mismos derechos que un niño. Quien piense lo contrario, que lo haga en otro lado, no en suelo francés. Entiendo y acepto que alguien pueda ofenderse con estas caricaturas (las de Mahoma).

Pero nunca aceptaré que dichas caricaturas sirvan como justificación para la violencia física. Nuestra vocación es defender nuestras libertades y derechos». Y los primeros beneficiados, añado, serán las familias musulmanas normales, sus mujeres, sus jóvenes, que podrían dejar de estar sometidos a estos totalitarios siniestros.

Cualquiera en una democracia sana debería suscribir sin problemas las palabras de Macron, sencillas y llenas de sentido común. Pero ya no es así. En una Europa que ha decidido atomizar su identidad cultural, invocar la razón y los principios ilustrados en la defensa de unos valores y libertades que nos definen como civilización es un acto revolucionario. Aunque puede que Macron llegue demasiado tarde. El tiempo y sus hechos lo dirán, pero bienvenido sea.

La Unión Europea es lo mejor que nos ha pasado a los europeos desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, no por su política agraria, los fondos o la moneda única, sino porque nació para ser el paraguas del mayor espacio de libertades del mundo, bajo la tradición judeocristiana en la que se asientan sus naciones. Y eso es lo que que tenemos que defender, no desde las vísceras, sino desde esa tradición, la razón y la ley.