El viento que sopla en la sierra de la Almenara se lamenta/queja de la pérdida de uno de sus más insignes moradores. En un rincón de su geografía (finca Copo Terre en el Camino de Vera) ha fallecido (muy anciano), a causa de la maldición de nuestros días, Covid-19, la última pluma del realismo social: José María Castillo-Navarro. ¿Sabrán los jóvenes de su obra? ¿Y los viejos? ¿Conocéis su interpretación violenta y sexual de vida? ¿Su visión de la lucha por la supervivencia en un medio hostil?

-Yo sí, creo...

-Pues yo no... no sé.

-¿Quién es ese Castillo-Navarro?».

-Qué poco interés por los hijos predilectos de la Ciudad del Sol.

Su inclinación a la literatura nació cuando, enfermo de hemoptisis, vio el cadáver de un compañero bambolearse sobre un asno. En ese instante, aparecieron dos perros encelados, uno sobre el otro. Así surgió su necesidad de hacerse escritor y así lo contó (nos lo contó) siempre.

Nunca, jamás, en momento alguno abandonó su pasión por las letras/los textos/los libros que, con la lengua fuera, compaginó con duros trabajos: descargando en el muelle de Barcelona. ¡Ay, el muelle, el puerto! Si hasta se enteró de que ganó el Ciudad de Barcelona vestido con su mono azul, el azul, su azul de su paso, de su Virgen, de su cielo y su mar, el inmenso azul.

Castillo-Navarro, el difunto, el muerto, el que no conocemos. Sí, ese mismo, escribía a pluma/máquina para desdoblarse y vaciarse interiormente (jamás por fines comerciales) y dibujar con sus letras, renglones y párrafos la novela de la lucha, de la guerra, del trabajo. Su dramatismo e intensidad estética que, como una negra caridad, mueren en la calle como los perros, atraviesan la imaginación del lector que reposa sus manos cruzadas sobre el halda.

El cansado sol de octubre, que calienta a un niño con una flor en la boca, es parte de ese realismo social, de ese existencialismo, de ese amor a la literatura que estos días viste la sal de luto con las uñas del miedo, el miedo a que sea olvidado como otros tantos del parnaso lorquino. Como desenlace a este homenaje, vibra en el cielo el grito de la paloma que se propaga en el viento que sopla en la sierra de la Almenara.