La crítica más incontestable al comunismo no la ha hecho la Escuela de Chicago, los intelectuales financiados por la CIA, ni Reagan ni Thatcher ni Wojtila, y ni siquiera Cayetana, sino un artista pintor murciano. En alguno de los años 80, siglo XX, que ahora no me voy a entretener en datar, un grupo de artistas y periodistas de por aquí fueron invitados a visitar Moscú por una entonces existente Asociación de Amigos España-URSS. A eso de la mediatarde de uno de aquellos días, los pintores José María Párraga y José Luis Cacho paseaban por las inmediaciones de la Plaza Roja en busca de algún local que pudiera servirles un vodka frío y no encontraron consuelo para su deseo por ausencia de establecimientos abiertos. Uno de los peripatéticos, Párraga, se detuvo al fin en seco, y espetó: «Cacho, ¿cómo vamos a ser tú y yo comunistas si aquí no hay bares?».

Esta reflexión in situ, contra el optimismo de la experiencia de Sartre, fue sin duda el primer impulso que poco después derrumbó el Muro sin lugar para la pena.

La pregunta actualizada, ya en la Región de Murcia, sería: ¿Cómo vamos a ser liberales si aquí, dentro de nada, tampoco habrá bares? Los extremeños se juntan. El Gobierno de la libertad, proclamado así, de manera tan desenvuelta, por su presidente, Fernando López Miras, quien cuando aprendía a tocar la flauta ya disfrutaba de la democracia y no ha vivido el tiempo en que, en verdad, no existía libertad alguna, está provocando con sus medidas la liquidación de la hostelería murciana sin que haya día en que no cierre bar o restaurante o se siga secando la caja de resistencia de un sector tan dinámico como precario y frágil, ya al borde del abismo tras los tres meses de confinamiento absoluto con que comenzó el infausto 2020.

Pronto, aquí no habrá bares, y esto no es la Plaza Roja de Chernenko. Y es así a pesar de que los propios informes del Gobierno regional aseguran que solo el 2,5% de los contagios por coronavirus proceden de la confluencia en establecimientos hosteleros. Un Gobierno liberal debería confiar en los individuos, en vez de encerrarlos en casa o perimetralmente e impedirles que demuestren su responsabilidad cívica. ¿O es que no somos cívicos y es preciso suspender el liberalismo mientras el Estado autonómico esgrime su brazo de hierro? Ya el pasado junio, López Miras expresó su pulsión comunitarista al ofrecer la Medalla de Oro de la Región a Toda la Sociedad Murciana, un gesto sin duda leninista, dirigido al colectivo, a la masa, a todos y a nadie, en definitiva a los mismos que ahora reprime preventivamente por su sospecha de que no van a hacer honor a la medalla.

Todo por el Ejército, pero sin el Ejército. Razones tiene López Miras para tal sospecha cuando se mira al espejo, pues él mismo no cumple sus propios consejos a la ciudadanía. Esta semana asistió al Botellón VIP de Pedro Jota, en Madrid, y ha pretendido justificarlo por el hecho de que en la fiesta se premiaba al Ejército por el trabajo que sus unidades hicieron, también en la Región, como rastreadores de la covid. Sin embargo, el pasado 31 de enero, todavía en la vida precoronavirus, dejó de asistir sin excusa a la entrega de los Premios Importantes de LA OPINIÓN en que se reconocía la labor del Ejército por el impagable trabajo de auxilio que la UME hizo en 2019 con ocasión del impacto de la Dana en el Mar Menor. A lo mejor es que no le importa tanto el Ejército como distinguir entre medios de comunicación adictos y medios libres e independientes, incluso con desprecio explícito a los que se radican en su propia jurisdicción de Gobierno.

López Miras es un presidente liberal que ejerce con métodos comunistas, según su propia mentalidad, por la excepcionalidad de la crisis sanitaria. Recuerda a aquel presidente de la CEOE, Díaz Ferrán, que cuando estalló la crisis financiera de 2008 proclamó: «Hay que suspender provisionalmente el capitalismo», para que el Estado se encargara de barrer los confetis de la fiesta. Pero, aparte de ciertos detalles sustanciales, ¿quién se lo habría de reprochar? Nadie, si cuando las decisiones represivas correspondían al mando único del Gobierno nacional amparado en el 'estado de alarma' hubieran sido comprendidas desde el Gobierno regional, pero el presidente se dedicó entonces a desautorizar aquellas decisiones y a estigmatizarlas como ideológicas o discriminatorias. ¿Qué tendríamos que pensar ahora de las suyas propias cuando se ha convertido en heredero de la política de Pedro Sánchez en el ámbito regional, seguramente porque no hay otra posible ante el avance de la pandemia? Por la boca muere el pez.

El aviso demoscópico. Es seguro que López Miras no tiene nada contra la hostelería. Por el contrario, se considera obligado a reprimirla por causa de fuerza mayor, lo cual le causará desazón. Ya tuvo ocasión de comprobar que, a pesar de su pusilanimidad a la hora de acometer la crisis del Mar Menor, el simple reconocimiento del impacto de la agricultura expansiva en la contaminación de la laguna le deparó que en esa franja territorial el voto se decidiera a favor de Vox. Es probable que ahora calcule que la impopularidad de las medidas contra la hostelería le puede añadir nuevas consecuencias negativas, y no se trata de un sector precisamente minúsculo.

Sus demoscópicos de guardia le entregaron una encuesta, antes del verano, en la que remontaba, pues por aquel entonces la Región de Murcia se distinguía por ser la menos afectada del conjunto de las comunidades (tal vez, paradójicamente, por el favor de los socialistas, según la portavoz del Gobierno, Ana Martínez Vidal, al no haber favorecido la llegada del AVE en superficie, y con ello el tráfico interregional), y el presidente se dedicó a vender la burra ante quienes estuvieran dispuestos a comprársela de que la 'reducida' cifra de doscientos fallecidos era debido a su gestión. Pero otra encuesta más reciente, ya con la gestión de la crisis sanitaria completamente en sus manos, si bien con un espectro de consultas más limitado que la anterior, le advierten de que aquel estirón se ha difuminado en el éter. La crisis sanitaria mancha, según los encuestadores de servicio, pero no hay otro remedio que seguir manchándose, porque la curva se pronuncia más que las de Marilyn y no hay modo de entrar en el alivio de cadera. Es la diferencia entre criticar al que gestiona y verse, de pronto, con la obligación de gestionar.

El Rey, Iglesias y el submarino. Visto que lo del coronavirus le está afectando y carece de pretextos para endosar hacia Madrid decisiones que le corresponde tomar, López Miras ha desviado el foco hacia el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, y ha tenido la genial ocurrencia en sus redes de ingeniar esta frase: «Pedro Sánchez congela el presupuesto de la Casa Real y aumenta el de Pablo Iglesias». No se dirá que no es perfecto como sugerencia ideológica, si no fuera que, en primer lugar, esta crítica desvela que no tiene mucho que reprochar a Sánchez en lo que se refiere a la Región de Murcia. Como titular periodístico sesgado, la frase sería buena, pero con independencia de lo bien o mal que nos caiga Iglesias, resulta que éste además de vicepresidente es ministro de Política Social, y un incremento en esa partida en algo repercutirá en la Región de Murcia; no, desde luego, la relativa a la Casa Real, que por otra parte ya tiene amortizado el sueldo de Juan Carlos I el Exiliado, y Felipe VI podrá emplear ese dinero en otra cosa más acorde.

No creo que la consejera Isabel Franco, titular todavía de Política Social, se muestre dolida por el incremento de los presupuestos generales en su área, pues algo le caerá, y piénsese que la situación por la que atraviesa esta Región exigirá recursos en el ámbito social que ni siquiera sospechamos. Una vez más puede constatarse que López Miras mantiene su discurso ideológico falsamente liberal incluso cuando, por lógica, los Presupuestos del Estado benefician a su propia Administración, y prefiere sin embargo mantener el discurso de banderita. Desde luego, no le escucharán crítica alguna al hecho lamentable de que el Gobierno central se haya subido el sueldo, pues es lo mismo que él hizo para sí cuando facturó, también en plena pandemia, los presupuestos autonómicos.

Pero quien ha rizado el rizo, a cuenta del proyecto de Presupuestos Generales, en la derivación oblicua hacia Madrid de la impotencia de la gestión propia, ha sido la consejera portavoz (y de Industria), quien ha optado por restar de lo asignado por el Estado a esta Comunidad la partida para la construcción del submarino S80, dado que «no redunda exclusivamente en la Región». Seguramente, Ana Martínez Vidal desconoce que la construcción de ese submarino en los astilleros de Cartagena era hasta hace cuatro siestas una reivindicación del Gobierno regional del PP. Y también que cualquier inversión industrial del Estado o de una multinacional, aunque el producto que fabrique o manufacture no se consuma en la Región, crea empleo local, activa empresas auxiliares de cercanía y promueve el consumo. Esto es de primero de Bachillerato. ¿Por qué habrían de ser buenas para Cartagena y para la Región las inversiones de Repsol, por ejemplo, y no las del Estado a través de Navantia? ¿En qué manos y, sobre todo, en qué mentalidad reside la política industrial en esta Región? No todas las inversiones del Estado han de pasar por el filtro de la Administración regional; también son importantes las que activan la economía regional desde sus propias competencias en empresas estatales o infraestructuras. (De nada).

Más poder para Cs. López Miras aprovechó el inicial estado de alarma de Sánchez para reformar por decreto todas las leyes de protección medioambiental que podían favorecer a los grandes empresarios. Liberalizar se llama ahora a desproteger el interés público, y eso lo hace muy bien en nombre de un dinamismo económico que debería sustentarse en otros estímulos. Pero cuando se trata de pequeños y medianos empresarios como los de la hostelería no tiene inconveniente en aplicar ese liberalcomunismo equivalente en sus modos y maneras al socialcomunismo con que etiqueta al Gobierno central, y esto en un juego infernal en que la dirección nacional del PP dice una cosa y los presidentes autonómicos de ese partido, en concreto el de Murcia, la contraria, y pretenden que una y otra desemboquen en coherencia.

A esto hay que añadir la mera ineficacia, incluyendo en este capítulo al ayuntamiento de Murcia, otra Administración PP-Cs: hace daño a los ojos leer al concejal Martínez Oliva cuando presume de agilidad en las resoluciones municipales mientras el departamento de Vía Pública dispone de solo dos funcionarios para resolver las peticiones de ampliación de terrazas y se ha creado un cuello de botella que paraliza la actividad en un momento extraordinariamente crítico a la vez que presumen de facilitar soluciones.

En el ámbito sanitario parece que la solución al tsunami de contagios se va a resolver con la provisión de un hospital de campaña, lo que evidencia el fracaso del sistema por falta de las decisiones básicas para atacar la pandemia: contratación de rastreadores y ampliaciones de plantilla en todo el recorrido de la estructura asistencial. La coordinación de criterios entre el director general de Salud, José Carlos Vicente, y el del Servicio Murciano de Salud, Asensio López, no resulta compacta, pero el presidente tal vez lo prefiera así, pues le permite seguir en cada caso el consejo que le facilite decisiones menos impopulares, y desde luego, siempre está presente el tapón de Hacienda, poco proclive a incrementar el gasto.

En ese fragor, los problemas se acumulan. Al parecer, Cs, para firmar la reforma de la Ley del Presidente que facilite una tercera oportunidad a López Miras, exige adquirir más poder en el seno del Gobierno para, dicen, compensar 'las ingenuidades' que protagonizaron en el negociación inicial. Es probable que Cs, para justificar su voto favorable a la continuidad electoral del presidente popular quiera pretextar una medida tan poco 'regeneracionista' según sus proclamaciones iniciales con algunas compensaciones extra, a pesar de que lo firmado en el pacto de legislatura, firmado está (el ya famoso 'puto punto número cinco'). De acordarse tal cosa, eso supondrá más poder para Martínez Vidal, de quien todavía suenan en la habitación de la Mesa del Consejo sus palabras de hace quince días: «Yo salgo a la rueda de prensa del Consejo a decir cosas que ni comparto ni me gusta como se están gestionando», y otras todavía más espeluznantes para quienes portan carteras en nombre del PP, amonestándolos por la filtrada sobre sus ausencias de las reuniones: «Yo estaría aquí, en esta Mesa, con vosotros o sin vosotros». Debe ser por esto que López Miras confiesa en petit comité que prefiere a 'la otra', es decir, a Isabel Franco, pero es lo que hay.

Mientras se ensaya la interpretación de La Marsellesa (es decir, la solución Macron para el confinamiento total), el 'Gobierno de la libertad' sigue aplicando políticas liberalcomunistas que, en paródico, harían exclamar al inolvidable Párraga: «¿Cómo vamos a ser liberales si aquí no hay bares».