En el umbral del mes de noviembre, cuando el cuerpo se empieza a preparar, tras el recurrente cambio horario (largo tiempo anunciado como el penúltimo), para el paso de estación, y el espíritu se ve impelido al recogimiento, vivimos de nuevo, ante la amenaza creciente de la segunda ola de la pandemia por Covid-19, la obligación de recluirnos al amor de nuestros hogares con un toque de queda que se suma a la extrañeza del hasta ahora inusitado confinamiento que nos hurtó la primavera.

En Murcia el 'veroño' se resiste a dejarnos, pese a que los rayos del sol van mitigando su fuerza cediendo su protagonismo a días agrisados heraldos de unas lluvias que no siempre se materializan, pero que cuando lo hacen dejan su huella destructora en forma de dana que por suerte en esta ocasión al parecer se ha apiadado de tanta calamidad y nos ha perdonado.

Es este el momento de recordar de un modo especial a nuestros difuntos, que junto a todos los Santos se tornan protagonistas de sendas jornadas. Este año los difuntos compartirán día con un Bando de la Huerta sin desfile ni parranda, la vida y la muerte hermanadas en una celebración sin fiesta, pero al fin y al cabo señalada. Porque es necesario que así sea para que no terminemos de perdernos en este éremo dominado por un virus de alcance letal que amenaza las vidas de los más frágiles.

En casa hemos mantenido la costumbre de asar castañas y boniatos, elaborar panellets y gustar la pulpa dulce y áspera de los caquis, aunque ya no vengan mis tías maternas, como en otro tiempo hacían desplazándose en tren desde Barcelona para rendir tributo a mis abuelos, que reposan en el cementerio parroquial de Cobatillas, muy cerca del lugar donde nacieron. La víspera del día de Todos los Santos, que desde hace unos años goza del protagonismo en ascenso de Halloween, con sus disfraces monstruosos y su truco o trato, subíamos al camposanto a llevar unas flores que quedaban colocadas ante sus nichos en el cementerio, mientras en casa, como es tradicional en muchos lugares de la geografía española, se encendían velones cuya llama iluminaba simbólicamente desde la chimenea la oscuridad que rodea a la muerte hasta que se consumía la cera.

El primero de noviembre las familias siguen acudiendo a visitar a los que les han precedido en el tránsito al más allá y tras la misa que se celebra en un altar al aire libre vuelven a marcar distancia entre la vida y la muerte.

Junto a este ritual religioso, recuerdo inalterable desde niña por estas fechas la representación de Don Juan Tenorio, que he podido ver también en versiones televisivas, entre las que para mí se lleva la palma la protagonizada por Paco Rabal y Concha Velasco, en aquel magnífico programa, Estudio 1, que se estuvo emitiendo en televisión española durante casi veinte años. Aunque conocíamos de memoria muchos de los pasajes, pues desde que tengo uso de razón se los he oído declamar a mi padre, eso no era óbice para que dejásemos de reunirnos en torno a la figura del calavera sevillano, burlador de mujeres finalmente seducido nada menos que por la virginal inocencia de una novicia, Doña Inés, que consigue su redención in extremis.

Cuando llegamos a Murcia, en el año 83, nos encontramos con que en el Teatro Romea la Compañía Cecilio Pineda la ponía puntualmente en escena en varias funciones a lo largo de dos o tres días. En varias ocasiones he podido disfrutar de ella, e incluso en 2018 participé como figurante en la escena inicial de la hostería del laurel.

Tampoco El Tenorio ha podido escapar de las restricciones forzosas impuestas por las circunstancias excepcionales, pero a pesar de ser víctima de ellas, no han conseguido apagar su voz.

El martes se inauguró en el Teatro Circo de Murcia el Ciclo Recordando a Don Juan, con la exposición de fotografías y carteles Imágenes de Don Juan que podrá verse durante todo el mes de noviembre. El mismo martes, a las 12, las 18 y las 20 horas, se llevó a cabo un club de lectura dramática sobre la versión utilizada por la Compañía Cecilio Pineda; el jueves 29 Julio Navarro impartió la píldora formativa Los personajes del Tenorio, que culminó ayer en la Universidad de Murcia, que ha querido unirse a esta celebración ofreciendo a la sociedad murciana la oportunidad de escuchar al Don Juan Tenorio murciano disertar en el Hemiciclo de la Facultad de Letras acerca del amor y la muerte.

Quien se la perdiera, tiene de nuevo oportunidad de escuchar a Julio Navarro, esta vez en el Teatro Romea, el martes 3 a las 19 horas, en colaboración con la ESAD.

Entre adaptarse o morir, mejor siempre optar por lo primero.