Mucho se habla de cómo la pandemia se está llevando por delante a la generación de españoles que se sacrificó para que llegáramos hasta aquí. Es decir, a los viejos. Mucho menos se habla de la generación que ahora comienza a ejercer como tal, es decir, a estudiar o a trabajar, y a los que la pandemia les está hurtando, si no la vida, sí una parte decisiva: la de prepararse para el futuro y dar los primeros pasos profesiones. Es decir, los jóvenes. Ya se les llama pandemials o generación covid.

Se vaticina que los jóvenes ahora en la universidad o comenzando a trabajar sufrirán una lacra para toda la vida. No sólo por el impacto de la pandemia en sus vidas (viendo enfermar o morir a sus padres y abuelos o cayendo ellos mismos enfermos), sino también por el impacto brutal que el tiempo perdido en este interminable paréntesis tendrá en su formación y en su salto al mercado laboral, y, por tanto, en su futuro.

Contaba la pasada semana el periodista chileno John Müller que la matrícula pregrado en Estados Unidos se había reducido en un 16,1% y el número total de universitarios en un 4%. Las facultades españolas más exigentes tuvieron que elevar este curso sus notas de corte para el acceso por la fundada sospecha de que tanto en el bachiller como en la EBAU se había abierto demasiado la mano, dadas las especiales circunstancias a las que los alumnos se habían tenido que enfrentar. En el futuro, se mirarán con lupa los currículum de estas promociones, de las correspondientes a 2020 y años sucesivos, porque lo que está por venir pinta peor.

El pedagogo Gregorio Luri lo resumía esta semana afirmando que «la generación pandemial tendrá una mancha en su currículum». Si añadimos las nuevas trabas a la movilidad, la merma en la formación resulta brutal. El cierre de fronteras no solo ha supuesto un portazo al turismo, sino a los movimientos de los Erasmus, a los intercambios con universidades extranjeras y a las becas que permitían a nuestros estudiantes completar sus estudios en el extranjero.

En el mundo laboral, los datos no son más alentadores. No sólo las empresas se encuentran en estado de hibernación y, por tanto, con las contrataciones en suspenso, sino que además, según un informe publicado por la red social Linkedin, los ascensos se ha reducido en un 40%, así que los recién llegados se enfrentan a un tapón que les impedirá progresar durante años. Y, por si esto no fuera ya suficiente, el recurso de ir a trabajar fuera de nuevo aparece vetado por la movilidad restringida. Ni Zoom, ni Skype, ni las mágicas soluciones digitales van a remediar este retroceso sin precedentes.

El paréntesis en el que vivimos lleva camino de no cerrarse y, por tanto, de dejar de ser paréntesis para convertirse en unos amenazantes puntos suspensivos. Esta generación cuenta, además, con un hándicap añadido. Sobre los pandemials ha caído el estigma de ser irresponsables, de carecer de una cultura del esfuerzo, de que consiguen los títulos aun habiendo suspendido, de que se pasan la vida en un eterno botellón o en mastodónticas fiestas en colegios mayores, de que aborrecen las mascarillas y ponen en riesgo la vida de quienes les rodean.

No hay más que ver las imágenes de ciudades universitarias como Salamanca o Granada, con las que se intenta convertir en general lo que solo era excepción. Se les ha colgado el sambenito de ser una generación poco sociable, de vivir aislados, encerrados en el microcosmos de sus móviles. Y la nueva situación ha venido a agravar el problema. Si no les dejamos ir a clase, si les instamos a hacer vida de campus o patios de colegio virtuales, se encerrarán más en sí mismos. Qué razón tiene la rectora de Granada cuando denuncia que «cierran las aulas y dejan abiertos los bares».

Hace apenas unos meses, debatíamos sobre si esta iba a ser la primera generación en mucho tiempo que iba a vivir peor que la de sus padres. Hoy ya se ha acabado el debate. Vivirán peor, como han vivido peor las generaciones a las que una convulsión les ha restado años de vida: la generación que vivió la guerra, la generación que padeció la hambruna del 41 y, ahora, la generación que padeció el coronavirus. El presidente Macron lo plasmó en un lema digno de estamparse en una camiseta: «Es duro tener 20 años en 2020».