Estamos en otra cosa, lo sé. Con la que está cayendo, a mí me da por escribir de cultura, arte o patrimonio, cuando parece que lo único que hay es la pandemia, el confinamiento al que estamos abocados otra vez y la economía en caída libre que a todos nos afecta.

Cuenta el director de cine J. A. Bayona, que 'lo imposible' es aquello que nos supera y nos cuesta tanto afrontar. Su película, con magnífico guión de Sergio G. Sánchez, se basa en la historia real de la familia de María Belón con el tsunami índico de 2004. Está demostrado que la realidad supera, muchas veces, a la ficción y esta magnífica cinta es un ejemplo de ello. Pues bien, en estos últimos meses estamos padeciendo un tsunami en todo el mundo que amenaza con llevárselo todo por delante: nuestras familias, nuestros avances sociales, nuestro sistema económico y político, nuestra cultura y nuestra vida.

Mis palabras son insignificantes ante la envergadura de lo que estamos viviendo y lo que nos espera, lo sé. Ante las aguas bravas que nos vienen en tropel y se llevan todo por delante, poca cosa es esta agua de mi aljibe, recogida de las escasas lluvias en una tierra seca y decantada con el tiempo y esa gravedad que hace que se pose abajo todo lo malo y que me deje sacar, con la cuerda y el pozal, lo mejor que tengo en el depósito.

Nos pasa que, en momentos difíciles, nos vemos impotentes para parar la avalancha de las aguas revueltas y sucias cuando no disponemos más que de un viejo aljibe y del escudo de su bóveda de media naranja.

Enfrentarnos a lo imposible es tarea de unos héroes que dan lo mejor de sí para salir a flote y para ayudar a que los demás no perezcan en el desastre. Y, con la pandemia, aprendidos que los héroes no son los famosos, ni los poderosos, ni los que más tienen, sino gentes anónimas que se crecen en la adversidad, gentes responsables en su vida cotidiana o en su trabajo, gentes que lo dan todo por la salud, los cuidados, la educación o el bienestar de los otros. Lo sabemos, pero se nos olvida fácilmente a los ciudadanos y, sobre todo, a quienes deberían dotarles de más recursos.

Recuerdo que hace meses escribí que cuando todo esto pase ya no seremos los mismos y habremos aprendido muchas lecciones. Ahora que estamos otra vez ante la segunda ola que nos puede rematar, tengo la duda: puede que no hayamos aprendido nada, cuando lo que estamos viviendo debería marcarnos para siempre y hacernos cambiar en nuestros hábitos, costumbres y en la manera de construir una sociedad mejor para la familia humana si queremos que haya un futuro aquí en la Tierra. Sí, ya sé que estos días nos quieren engatusar con el agua que han descubierto en la Luna, pero esa otra 'agua para todos' tampoco la hemos de beber.

Planificar el futuro. Yo no es que sea de aquellos de 'los planes quinquenales', pero sí creo en la planificación. Es una barbaridad eso de 'lo que tenga que ser, será', 'que sea lo que Dios quiera' o 'no hay que ponerle leyes ni cortapisas al mercado y al progreso, que todo se arregla solo'. Por eso, cuando estaba en la Universidad aprendí a hacerme unos cuadrantes y calendarios con las tareas pendientes, los objetivos diarios y semanales, los libros a leer? Cada vez que he abandonado esta sana costumbre mi vida se ha sumido en el fracaso.

Cuando queremos conseguir algo, aprobar una oposición, terminar una tarea, etc., el secreto está en no posponer lo pendiente y, sobre todo, no dedicar todo nuestro tiempo a lo urgente y relegar, una y otra vez, lo importante.

Vivimos en una situación con muchas urgencias, es cierto, y hay que afrontarlas porque nos va la vida y la subsistencia en ello, pero ¿para qué? No saldremos de ésta, ni llegaremos a ningún lado si no construimos, a la vez, un mundo mejor, más humano, más justo y solidario, más hermoso y más culto. Al tiempo que nos salvamos del tsunami, hemos de salvaguardar lo mejor que tenemos, lo que nos hace profundamente humanos, lo que nos hace libres, lo que nos da la libertad, lo que nos hace iguales y diversos, lo que nos hace crecer y lo que nos hace vivir una vida mejor y más sana? Y eso no es sólo la economía, es también la cultura, la música, el arte y el medio ambiente. No, esto no es un sermón progre, es nuestra única posibilidad de subsistir con sentido.

El monasterio olvidado. Hay temas recurrentes en lo que escribo, que ejemplifican las posibilidades, a menudo desaprovechadas, de la naturaleza, el arte, la cultura o el patrimonio. No viene sólo de mi nacimiento mi vinculación con el monasterio medieval de San Ginés de la Jara y su entorno maravilloso del Monte Miral, La Cueva Victoria, el Mar Menor o los Molinos de Viento de El Algar y de todo el Campo de Cartagena, es mucho más.

Insisto de nuevo en que no tendremos futuro si sólo nos dedicamos a lo urgente. El Patrimonio es un legado que hemos recibido de quienes nos precedieron y hemos de entregar a las nuevas generaciones, y hemos de hacerlo, incluso, en mejores condiciones. No podemos ser la generación que todo lo arrasó.

Es insoportable, como este dolor de muelas que hoy tengo, que pasen los meses y los años y no se haga nada. En septiembre del año pasado 'el tsuami' de las riadas derribó los antiguos muros de piedra y de tapial del contorno de este monasterio declarado BIC, a principios de año, antes del confinamiento, se convocó un simbólico abrazo a este monumento tan importante para la Región y anunció en prensa la consejería de Cultura que 'para abril' estaría resuelto. Hoy me he acercado otra vez y todo sigue derribado. La Desidia.