Tratándose del Partido Popular sólo hay dos opciones para ganar las elecciones.

Una de ellas es entrar en el marco de la izquierda, con todos sus condicionantes. A saber: entender que el poder pertenece legítimamente al PSOE, que es el partido que entiende sociológicamente a la España moderna, feminista, ecológicamente sostenible y subvencionada hasta la médula. Una España en la que en ocasiones hay políticos socialistas a los que se le va un poco la mano en la caja y en el Excel, y por tanto nos arruinan a todos y necesitan un correctivo por haber sido chicos malos. Y como todo correctivo, es temporal: es el tiempo en el que se le permite al PP ostentar de manera acotada el poder, con el único objetivo de restaurar el orden establecido y devolver las instituciones a su legítimo dueño y titular.

La otra opción es disputar el marco anterior con todas las de la ley. Es decir, plantear la guerra cultural en términos reales, no pensando que esto es una cuestión de impuestos más bajos y banderitas de España en la muñeca. Se trata de negar a la izquierda su superioridad moral autoconferida, decirles que creer en la libertad individual del ciudadano es entender que asume una responsabilidad, y como todo ser humano responsable es, a su vez, adulto, y por tanto hay que tratarle como tal. Decirles que el cambio climático es una amenaza real, pero no hay tecnología suficiente para renunciar a las energías contaminantes sin prescindir de millones de empleos y avances sociales. Explicarle a los españoles que hay que hacer todo lo posible para que no haya ni una sola mujer maltratada en nuestro país, pero que la legislación actual provoca que haya demasiadas familias inmersas en procesos judiciales de violencia de género únicamente como elemento instrumental para conseguir la custodia de un hijo.

La batalla cultural es decir que la conquista de América posiciona a nuestra nación como una de las más prósperas, innovadoras y progresistas, sí, de la Historia. Que ningún Estado europeo tiene derecho a tratarnos como inferiores, y que ninguna región española, a su vez, puede decirle a las demás que es moral o culturalmente superior por el mero hecho de tener privilegios franquistas o monárquicos heredados durante años por nacionalistas. Es, en definitiva, entender que no sólo no hay que pedirle perdón a nadie de izquierdas por no comulgar con ellos, sino muy al contrario exigirles que se disculpen por tratar a los ciudadanos como incapaces de dictaminar su moral, su economía o su destino.

El Partido Popular tiene dos opciones para gobernar, y la pasada semana ha decidido legítimamente que vuelve al marianismo ilustrado que implica la primera. Limitarse a heredar una España socialista en vez de aspirar a construir la mejor España liberal. Comprar el marco de la izquierda por el que todos los partidos que no acceden a arrastrarse frente a sus designios son extrema derecha, con independencia de que los únicos fascistas que gobiernan en España son dos partidos que presiden el País Vasco y Cataluña y que curiosamente son sus socios. Resignarse a gobernar por demérito de los demás y esperar a heredar, aunque sea un erial y aunque sea por media legislatura hasta que los legítimos dueños del poder se recuperen de descansar.

Bienvenidos a la dictadura de Pedro I el Eterno. Con estos mimbres, poco más se puede arar.