La nueva normalidad ha traído consigo una nueva visión temporal en donde todo parece remoto. Por eso resulta lejano lo que copaba los titulares antes de que un microorganismo pusiera a la Humanidad en su sitio. Entonces se hablaba de otro mal: el endémico perjuicio de conocer ideas contrarias a las que otros defienden amparándose en que solo aportaban el beneficio de ser altamente manipulables. Y de un indoloro y barato tratamiento que pondría fin al disparate de pensar como no se debe, pues bastaba un documento denominado pin parental para poner fin a la infección de ideas basadas en principios tan nocivos como la libertad, la sexualidad, las emociones, el respeto o la igualdad. Así primarían las lógicas decisiones de los padres por encima del derecho a estar preparado para el mundo en el que vivirías. Menos mal que alguien decidió velar por ello, porque así la educación no sería igualitaria y se podría retornar a la tradición de estar destinado a cumplir con el rol de tus antecesores, porque solo ellos estarían capacitados para activar o desactivar la formación. Quién quiere futuro habiendo pasado.

Gracias a ello la comunidad educativa dejó de molestar con tonterías. Que no salen plazas. Que si la ratio es muy alta. Que si no se cubren las bajas a tiempo. Que si los centros precisan de reformas. Que si la interinidad es un mal endémico. Que si el sueldo no va acorde con las funciones. Que si la falta de autoridad. Que si no se favorece la educación pública. También los padres dejarían de quejarse. Que si hay que poner límite a los deberes. Que si el precio del material escolar. Que si es necesario cambiar de libros cada curso. Que si no hay suficientes plazas para el comedor. Que si la conciliación. Que si el acoso escolar. Que si el precio de las actividades extraescolares. Tonterías que se resolverían de un plumazo, porque todo el mundo entendía que el verdadero problema de la educación era la carga ideológica que se había introducido en ella.

Los docentes protestaron pero no fueron a la huelga, menos mal, porque los padres no sabían qué hacer con los niños en casa. La sociedad no salió en masa, no en vano la propuesta contaba con el apoyo de las urnas, en donde el azul imperante al fusionarse con tantas horas de sol mutó de forma natural al verde. Así ya no habría peligro en que se perdieran por el camino: serían de derechas desde el principio y todo sería más fácil. Por eso las buenas gentes se quedaron tranquilas, porque sobre todo habían librado a sus hijos del peligro de lo que se hace de cintura para abajo.

Poco tiempo después las aulas se vaciaron y la justicia tumbaría uno de los mayores aportes educativos de nuestro país. La educación no solo cambió de espacio y modalidad, sino que mostró sus miserias como nunca. Los padres se vieron desbordados por una situación nunca calibrada y se convirtieron en formadores y educadores, todo un reto, con ayuda de la buena disposición de unos docentes que trataban de suplir los límites de lo que no se tenía con inventiva. Con el paso de los días lo circunstancial se hizo crónico. Todos los protagonistas demandaron la vuelta pero con seguridad y garantías. Y a ello se pusieron a trabajar los que tienen en sus manos el control de la educación. Primero dijeron que todo estaría a tiempo, luego que necesitaban unas pautas, cuando se las dieron dijeron que harían lo que pudieran, con septiembre en el visor pidieron consensuar unos mínimos, y ya en septiembre solicitaron una prórroga. Todavía queda partido que jugar, hay quien sin símil futbolístico no entiende nada.

Mientras tanto son muchos los que se preguntan si la educación pública merece este maltrato continuado en el tiempo, pues la desidia de su gestión desde hace años solo ha servido para agravar una situación que no es fácil solventar con una pandemia. Frente a ellos están los que dicen que no se quejen tanto, que el profesorado se ha promocionado en poco tiempo de forma extraordinaria, pues de pasar hambre es un privilegiado que tiene tres meses de vacaciones pagadas. Todo depende del color del prisma desde el que se mire. Así nos va.