La semana pasada descubrimos que Pablo Casado es un político moderado. Lo sabemos gracias a Lastra y Echenique, que son los que otorgan el título de moderación en el Congreso. Hace apenas diez días, el líder del Partido Popular encarnaba los valores de un Robespierre derechizado. El aviso de un terror que se cernía sobre las diecisiete Españas y del que solo el Gobierno de coalición tenía la clave para ahuyentar. Disfrutará Casado, quién sabe, de unas semanas de elogios por parte de la izquierda, hasta que Iván Redondo dicte de nuevo otro giro ideológico y la moderación popular se transforme, como una fórmula química e instantánea, en un reducto del fascismo.

Y el milagro de la transustanciación hacia el centro lo ha provocado V0x, un partido que parece sentirse cómodo en el ridículo, vendiendo litros y litros de gasolina a sus adversarios políticos. El discurso de Abascal fue de una torpeza supina. Incluso lo podríamos catalogar de esquizofrénico. Es de sobra conocido que el líder de la formación verde está más cerca de un tertuliano de bar que de Cicerón, dialécticamente hablando. Su discurso pretendió ser épico pero fuera de la retórica fácil del adjetivo se convierte en un vacío sonoro. De repente, el líder de Vox encarnó todo lo que sus enemigos políticos soñaban. Fue un Golem creado a imagen y semejanza de los mejores sueños de la izquierda: un hombre delirante que hablaba de conspiraciones, de Soros, de granjas soviéticas en el continente, que insultaba a Europa y amagaba con la salida de España de la Unión y que no fue capaz de poner sobre la mesa una solución alternativa a los azares mortales del Gobierno de coalición. A la misma vez, Macron, el presidente de la República Francesa, pronunciaba un discurso en el entierro de Samuel Paty que suponía la antítesis de lo dicho en el Parlamento Español, hablando de europeísmo unido frente a la barbarie.

Pero la distorsión política que vive España no la ha creado Vox, seamos justos. El mayor síntoma de que el norte político se ha perdido es el PNV, considerado a uno y otro lado como el partido moderado por excelencia. Ensalzado por la izquierda como un partido 'centrista', han llegado a decir de él que son 'un partido de Estado'. Hasta este momento, el único Estado que tiene el PNV en la cabeza es el del cepillo lleno, y si puede ser de billetes mejor. El PNV siempre ha sido una muleta en la que apoyarse, y puesto que este Gobierno ha decidido utilizar todo tipo de apoyos para no caer, desde Bildu hasta las CUP, es normal que los señores vascos del PNV (casi nunca hablan mujeres en ese partido) parezcan niños buenos que van los domingos a misa. Pero a estas alturas del partido político, uno ya ha visto demasiado para creerse esas teologías.

Porque sobre la moderación hay tantas teorías como carcajadas. ¿Quién decide la moderación en España? ¿El Otegi que habla del «dolor en todos los bandos»? ¿El que se niega a condenar la violencia? ¿El que estaba en la playa el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco? ¿La moderación la dicta Pablo Iglesias, el tertuliano que hablaba de patear la cabeza de policías, el del 'jarabe democrático'? ¿El que se inventa una falsa acusación de acoso sexual para desprenderse del abogado de su partido? ¿O acaso es Sánchez el que tiene la fórmula secreta de la moderación, el hombre al frente del millón de contagios que no duda en mentir a su voluntad sobre cuestiones tan flagrantes como el uso de las mascarillas en plena pandemia? ¿Es Rufián el moderado de nuestro tiempo? ¿El líder de un partido que intentó derribar el orden constitucional un mes de octubre no tan lejano?

Ahora España es feliz porque el PP ha encontrado el rumbo, dicen. Casado ha entrado en la fase de gustarse a sí mismo. El problema es lo que piensen sus votantes. Corre el riesgo de mirarse al espejo y no ver a nadie al otro lado, salvo a Teodoro, que se ha convertido en su sombra, por estatura política y posición. Pero me temo que lo sucedido durante la moción de censura es más grave y complejo que una victoria popular. Sospecho que el líder popular ha sido atrapado en la telaraña dialéctica con la que Sánchez se siente tan cómodo. El menor de los problemas que tiene nuestro país en estos momentos es Vox, que no gobierna en ningún sitio. Los ataques de Casado a Abascal más parecían los de rivales políticos que los de dos formaciones obligadas a entenderse, si quieren algún día alcanzar al poder. De todas formas, los hilos de Sánchez, de nuevo, han vuelto a sepultar a la derecha. Hoy se habla de Abascal y Casado y no de la desastrosa gestión de la pandemia. Qué aliviado se debe sentir Illa, ministro de Sanidad, con una oposición que esconde tan bien su esperpéntica gestión.

Porque el problema de origen de la moderación de Casado estriba en haberse creído los fantasmas de la izquierda. A estas alturas, decir abiertamente que uno es de derechas lleva implícito una justificación. La izquierda es el centro de gravedad natural, parece ser, hasta tal punto de que Sánchez se siente más cómodo tratando con un diputado de Bildu que con uno de derechas. El miércoles mismo los socialistas firmaron junto a Bildu un manifiesto 'por la democracia' contra Vox. Tenemos, pues, diferentes conceptos de democracia. Al parecer el PSOE también. 853 muertos después.

Pero no caigamos en la trampa. Hemos escuchado en estos últimos años a los políticos de izquierda repartir carnets de 'fascistas' a todos los rivales políticos. A Rivera lo llamaban 'falangito' o 'el pequeño José Antonio'. ¿Se acuerdan? También la ministra de Justicia del momento, ahora fiscal general del Estado (ya sin compartir mantel con Villarejo y sus conversaciones prostitucionales), llamaba derecha trifálica y «derecha, extrema derecha y extrema extrema derecha» a los sentados en frente en el Parlamento. Hasta María Jesús Montero, ministra de Hacienda, llamó a Feijóo, el centro del centro, un elemento de extrema derecha, a las puertas de las elecciones gallegas. Lo radical está siempre un paso más allá de los intereses de Sánchez. Que Pablo Iglesias sea vicepresidente del Gobierno debe ser el culmen de la moderación política, salvo para la mitad de españoles que conjugan las náuseas con el álmax en sus vidas diarias.

La derecha parece deambular por el panorama político quitándose la caspa de los hombros. Teme la palabra 'fascismo' no por ser cierta, sino por el simple hecho de ser nombrada. En España tiene más pase político ser del Partido Comunista que un diputado raso de Ciudadanos. Recibirá menos sospechas de totalitarismo. Pero a estas alturas, tal vez Casado aún no lo sepa. Y Abascal tampoco. Tenemos izquierda para rato. No una izquierda europeista y con cabeza. Esa desapareció hace tiempo en pos del populismo.

Que siga Casado buscando la moderación. Tal vez la encuentre en un consejo de administración, el día que los españoles decidan, de nuevo, no votarlo.