De nuevo en las primeras páginas de los periódicos e informativos unas palabras del papa Francisco acerca de la homosexualidad (en el documental Francesco del ruso Evgeny Afineevsky, estrenado el pasado miércoles en el Festival de Cine de Roma): «Los homosexuales [?] son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Lo que tenemos que hacer es crear una ley de uniones civiles. Así están cubiertos legalmente». Resulta cuanto menos llamativo que un tema tan polémico en el contexto de la relación entre la Iglesia católica oficial y la sociedad civil haya surgido con relativa asiduidad en los sólo siete años de pontificado de Francisco, quien ya el 29 de julio de 2013 había dicho que «si alguien es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?».

Como en muchos otros asuntos polémicos, sin embargo, los hechos contradicen las palabras: es de sobra conocido que en 2010 el entonces cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, se opuso a la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo „aunque mostrándose favorable a una ley que regulase las uniones civiles„; y también es importante recordar que el 13 de abril de 2013, cuando se cumplía justo un mes de su elección como papa, anunció la creación de un consejo internacional de cardenales para asesorarle en la reforma de la Iglesia, del cual tras ocho años no ha surgido ningún cambio real significativo, ni señal alguna de que Francisco se aparte en lo fundamental de la doctrina oficial recogida en el Catecismo de la Iglesia Católica, según la cual todas las formas (heterosexuales, aclaro) de sexualidad meramente física fuera del matrimonio son pecado, pero 'naturales', acordes con la ley natural, y por lo tanto la importancia del pecado 'graduable' según la formación, edad, etc., de quien las comete.

Sobre las expresiones físicas de la sexualidad entre personas del mismo sexo, los párrafos 2357 a 2359 del Catecismo dejan claro, en cambio, que «los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y contrarios a la ley natural», porque «no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual» y «no pueden recibir aprobación en ningún caso». No voy a copiarlo todo, pero insiste después en hablar de «inclinación objetivamente desordenada» y prescribe que las personas «que presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas» deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de 'discriminación injusta', pero esas «personas homosexuales están llamadas a la castidad» (y supongo que huelga decir que la expresión «que presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas» es un mero eufemismo para no decir directamente 'enfermas'). Así que de momento „no nos engañemos„ esto es lo que hay.