Lo que ha escrito Antonio Scurati no es una novela. Conviene aclarar que tal vez se quede pequeño el término para abarcar una obra que mezcla la crónica documental, la historia, la ficción y el epistolario. No es una novela porque es mucho más. Hacía años que un libro no despertaba tanta expectación en el panorama editorial italiano, una obra obligada a perdurar y vencedora del premio Strega, el más prestigioso de las letras italianas. Y paradojas del tiempo, el hombre que ha posibilitado este éxito ha sido Benito Mussolini, el personaje más doloroso de la historia italiana del novecento.

M. El hijo de un siglo (Alfaguara) relata cómo un hombre sin escrúpulos, pero dotado de una inteligencia extraordinaria, se sirve de un país en llamas para dominarlo. El libro se inicia a principios de 1919. La Primera Guerra Mundial ha concluido apenas unos meses atrás e Italia es una nación destrozada, que ha perdido a lo mejor de su juventud en las trincheras. ¿Para qué ha servido la guerra si desde Versalles los aliados desprecian a la Italia vencedora? Es una pregunta que millones de italianos se hacían, aún con las fosas de los cementerios abiertas. También reflexionaba sobre este asunto un joven periodista, expulsado del partido socialista, Benito Mussolini, que desde un despacho oscuro de Milán escribía editoriales inflamatorios en Il Popolo d'Italia.

Scurati explora los cimientos del fascismo italiano, pero desde el punto de vista del propio fascismo, algo que nunca se había hecho en las últimas décadas. Inicia el libro con la vida bohemia del joven Mussolini. El traficante de sueños que malgastaba el poco dinero que tenía en prostitutas y extendía la sífilis de ciudad en ciudad. El futuro duce no es más que un hombre lleno de odio y de miedos. Italia es un país destruido e incapaz de digerir las consecuencias de la guerra. El caldo de cultivo floreciente para el nacimiento del fascismo serán aquellas masas de mutilados de guerra que deambulan por las calles de Italia pidiendo trabajo. Nadie los escucha, salvo un hombre que sabe con quién aliarse si quiere llegar al poder.

La novela se va desenvolviendo en todos los frentes ideológicos. Son años difíciles. Años extremos en los que las ideologías se imponían a golpe de pistola. En Rusia estaba triunfando la revolución bolchevique. En Italia los comunistas y demás partidos de izquierda soñaban con hacerla también la revolución y colgar la hoz y el martillo en la bandera tricolor. En el otro bando, grupos de extrema derecha, excombatientes e imperialistas, soñaban con poner orden en el caos a través del puño de hierro. Unas de las mejores descripciones que Scurati perpetra es la figura de D'Annunzio, el poeta visionario que conquistó Fiume (actual Rogoznica, en Croacia), a golpe de versos y un grupo de soldados que apenas sabían coger el fusil.

No se deja nada sin escribir Scurati. Está el miedo y el amor de una época. Los grandes ideales acabados en ceniza. La fragilidad de las democracias liberales y la impasibilidad de tantos intelectuales que prefirieron ponerse de perfil antes de alzar la voz. Italia se arrastraba irremediablemente hacia una guerra civil. El pan de cada día era abrir el periódico y leer noticias de atentados anarquistas, huelgas socialistas, tiroteos de los 'camisas negras' y los 'osados' (grupos paramilitares controlados por Mussolini). Unos años de pesadilla que desembocaron en una dictadura brutal.

Tal vez M. El hombre del siglo ha despertado tanta polémica en Italia porque no siempre es fácil encajar la franqueza de los hechos. Mussolini es, en ciertos puntos de la novela, una víctima más. En ocasiones se presenta como un hombre genial, culto e inteligente y el lector llega a comprender la debilidad de unos tiempos en los que Italia estaba condenada en los dos lados del tablero político. Mussolini es el idealista que viaja en avión de una ciudad a otra, pilotando él mismo el aparato. Es la modernidad en persona. El futuro hecho presente. Si no triunfaba el fascismo, triunfaba el comunismo, parecen decir los tiempos. Pero luego aparece el Mussolini insaciable de la sangre de sus enemigos, el amante obsesionado que utilizaba a las mujeres como desahogo ministerial y que desprecia el Parlamento tanto como a sus adversarios. El asesinato de Matteoti se describe en el libro como un momento crítico de la historia italiana. El narrador coge aliento y se lo roba al lector. Italia se condena definitivamente tras la muerte del parlamentario socialista. Ya no hay salvación para el país, precisamente cuando el libro concluye, porque lo que viene después es de sobra conocido: fascismo puro y duro, sin épica.

Tal vez por eso en Italia ha despertado también críticas y halagos, tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda. Hablar del fascismo desde el despacho del duce no es fácil, pero si de algo carece la escritura de Scurati es de complejos. Utiliza palabras grandilocuentes en momentos decisivos de la historia, pero no duda en bajar al barro cuando es necesario. Ha demostrado que el escritor contemporáneo no debe tener miedo a la hora de acercarse a un momento oscuro de nuestro pasado, porque por mucha historia oficial que haya escrita, siempre habrá un hueco en el que hacer sangrar la herida.

Scurati ha hecho lo más difícil en una época de revisionismo: ha sido fiel a la historia (que es la primera norma para ser honesto con los lectores) y se ha servido de ella para construir una ficción literaria. Una obra mayúscula que deberá perdurar en el tiempo y que esclarece una época oscura. La llena de luz, para que podamos entenderla, comprender las mareas altas y bajas del fascismo, que atrapó a millones de personas en una espiral de terror y que atrajo a sus faldas a intelectuales tan valiosos que conforman hoy lo mejor de nuestras bibliotecas. Así es la historia, amarga y llena de contradicciones. Difícil para quien quiera entenderla. Y Scurati lo ha hecho como pocos se han atrevido a hacer.