Ya, ya sé que lo que Humphrey Bogart le dice a Ingrid Bergman en Casablanca es «siempre nos quedará París», pero como la frase ha pasado a la historia como expresión de consuelo, viene al pelo en esta semana en la que, entre tantas malas noticias, llega otra vez Repsol a nuestro rescate.

La multinacional española ya contribuyó en la anterior crisis económica a insuflar aire en los pulmones de nuestro municipio y nuestra Región, cuando llevó a cabo la ampliación de la refinería de Escombreras con el denominado proyecto C-10, cuya inversión ascendió a los 3.200 millones de euros, la mayor en la historia de la industria en España y de las más importantes en Europa. Los picos de trabajadores en las obras de construcción de las nuevas unidades rozaron las seis mil personas y, aunque es cierto que se recurrió a mano cualificada de fuera de nuestro ámbito territorial, no lo es menos que todos conocemos a alguien que participó en el levantamiento de la nueva macrorrefinería. Ya lo he dicho varias veces y lo repito, ¿qué hubiera sido del empleo en Cartagena durante esos años tan difíciles sin la gran apuesta de Repsol por su complejo del valle?

Ahora, cuando todo pinta tan negro y recurrimos a herramientas más propias de un conflicto bélico que de una sociedad democrática occidental, ante la necesidad de proteger nuestras vidas del mil veces maldito coronavirus. Ahora, que nuestras libertades se restringen con estados de alarma y toques de queda. Ahora, que hemos pasado a contar las muertes de nuevo por centenas. Ahora, que todos los datos económicos auguran que las peores curvas están por llegar. Ahora, que todo está tan rematadamente mal, surge de nuevo la petrolera con un anuncio de cierto optimismo y, sobre todo, de dosis de realidad que se traducirán en los mil empleos que generará en nuestro entorno en el peor momento de la historia del mundo que recordamos en muchas décadas.

La inversión para construir una nueva planta de biocombustibles, cerca de doscientos millones de euros, está lejos de la millonada del proyecto C-10, pero no podía llegar en mejor momento, ya que durante los próximos dos años, supondrá un impulso a la actividad industrial en nuestra comarca y confiamos en que contribuya a recomponer, al menos en parte, las desastrosas cifras del paro que se esperan en los próximos tiempos.

Además, los dirigentes de la multinacional subrayan que esta nueva apuesta de Repsol por Cartagena garantiza, como ya lo hizo el C-10, el futuro a largo plazo de la refinería de Escombreras.

Lo mejor es que estas inyecciones de Repsol contagian a toda la economía de Cartagena, porque no debemos olvidar que la construcción del ‘superpuerto’ en la dársena de Escombreras, con nuevos muelles y nuevas explanadas, estuvo motivada por la necesidad de la petrolera para el atraque de grandes buques que, año tras año, contribuyen al auge del tráfico de mercancías del puerto de Cartagena, a que sea líder en el movimiento de graneles líquidos y el cuarto en volumen total de tráficos.

Sin olvidar que esto conlleva, asimismo, a que el de Cartagena sea el puerto más rentable de España de entre todos los que componen el ente público de Puertos del Estado, una rentabilidad que le permite seguir invirtiendo en la mejora y ampliación de infraestructuras de sus muelles y plantear un proyecto para transformar el muelle de Alfonso XII para dotarlo de vida y de ocio y atraer a más turistas y, sobre todo, a los propios cartageneros.

Y no es todo, porque Repsol se ha implicado en el desarrollo cultural y turístico de Cartagena con iniciativas como la de sufragar la excavación y puesta en valor del Barrio del Foro Romano, uno de los principales reclamos arqueológicos de la ciudad y de la Región, junto con el Teatro Romano.

Además, el anuncio de esta nueva inversión multimillonaria coincide en la misma semana en la que hemos conocido otro agravio hacia nuestra ciudad y, en cierto modo, a compensar la decepción que volvemos a sentir los que somos de aquí porque las trifulcas políticas las pagamos siempre los mismos. Pese a dimes, diretes y murmullos, la realidad es que Ana Belén Castejón y Noelia Arroyo supieron aparcar sus siglas momentáneamente para apostar por Cartagena, con la ayuda necesaria de Manuel Padín.

El tiempo y sus obras juzgarán su labor, pero las sólidas y solidificadas estructuras de los aparatos de sus partidos parecen empeñadas en amargarles la fiesta y en evidenciar que su alianza nada tiene que hacer frente a las tradicionales disputas de sus formaciones, aunque en el caso de Castejón lo correcto es decir su exformación.

El caso es que en el yo te quito, tú me das, yo te debo y tú te llevas, le ha tocado el turno esta semana a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, con el anuncio del Gobierno central de que se cerrará su sede en Cartagena. Otro jarro de agua fría para nuestro desarrollo, cuando aún no nos habíamos recuperado del susto de que se llevaban el tercer juzgado de lo mercantil a Murcia. Y otro frente común de todos que esperemos que tenga más éxito que otros frentes comunes que de poco han servido.

Contrarrestar estas punzadas a la autoestima y la idiosincrasia de Cartagena le cuesta sangre, sudor y lágrimas a las dos lideresas que comandan en nuestra ciudad y, por el contrario, nutren de razones y de apoyos, precisamente, a quien las unió en su contra para liberar a Cartagena de su alcaldía.

Arroyo y Castejón deberían empeñarse y esforzarse más en evitar anuncios de más cierres y menos aperturas provenientes de sus referentes nacionales o, al menos, tratar de que no les pillen por sorpresa. Eso, si quieren tener posibilidades reales en la próxima cita municipal con las urnas.

Así que entre las terroríficas y desesperanzadoras muertes, entre el apabullante incremento de contagios y entre los reiterados agravios a nuestra Cartagena, se agradece que, de vez en cuando, lleguen píldoras que llenan nuestros depósitos de ilusión y de energía y nos enchufan al optimismo y al convencimiento de que ellos sí creen en nuestro futuro.

¡Que vengan los reyes!

Turrones y polvorones ya copan muchos estantes de nuestros supermercados. Adornos y todo tipo de figuras navideñas se ofrecen en bazares y tiendas de decoración desde hace algunas semanas. La Navidad está al caer y el maldito coronavirus amenaza con amargarnos está fiesta de la ilusión y de la esperanza. No se lo podemos permitir. Entiendo que se suspendiera la Semana Santa con casi dos meses de antelación, que se hiciera lo propio con las fiestas de Carthagineses y Romanos y que se haya anulado el Carnaval, aunque aún queda muy lejos. Se trata de celebraciones que requieren de preparación y trabajo para su desarrollo y no es lógico invertir tiempo y dinero en algo que no se va a poder celebrar. Pero discrepo con quienes han tenido tanta prisa en suspender la cabalgata de los Reyes Magos, que sólo necesitan de un traje real, una barba y betún negro para repartir la ilusión y la alegría que tanta falta nos hace en estos momentos. Evidentemente, no podemos echarnos a la calle en masa para formar un pasillo humano para sus Majestades de Oriente, pero podemos ser imaginativos e idear nuevas maneras originales que les permitan inundar los corazones de los niños y de los no tan niños que no hemos perdido lo entrañable del día de Reyes.

Pido a los dirigentes de mi ciudad que no tengan prisa en suspender y que se la den en preparar una alternativa segura ante una Navidad dura, pero en la que necesitamos más que nunca respirar el auténtico espíritu que la origina. Por favor, no maten nuestra esperanza.