No hay día en el calendario en que, al igual que el santoral acumula nombres de santos, o la historia efemérides, no se amontonen múltiples celebraciones de hechos y realidades de lo más diversas, muchas de ellas desgraciadamente necesarias para concienciar, protestar por desigualdades e injusticias, y celebrar que en muchos lugares no es preciso hacerlo, porque se ha normalizado y ha dejado de ser extraordinario lo que un día no muy lejano lo fue. Comenzó esta semana con el quinto aniversario de la celebración del Día de las Escritoras, el 19 de octubre, que se inició en España a iniciativa de la Biblioteca Nacional «para recuperar el legado de las mujeres escritoras, hacer visible su trabajo en la literatura y combatir la discriminación que han sufrido a lo largo de la historia».

Sinceramente me gustaría que tal día no tuviera que señalarse, porque el hecho de hacerlo perpetúa la discriminación y la consiguiente desigualdad. No pienso, como me consta que ocurre a muchas personas, que el sexo condicione el talento ni la capacidad, pero sin embargo siguen dándose en nuestra supuestamente adelantada y moderna sociedad occidental múltiples muestras de desequilibrio que colocan a la mujer en un lugar secundario.

No podemos olvidar que el primer testimonio literario que conservamos está escrito en sumerio en la Babilonia de hace más de 4000 años y lo firma una mujer, Enheduanna, cuya obra, editada en el siglo XX, podemos consultar en el Electronic Text Corpus of Sumerian Literature.

Últimamente se ha reivindicado y reconocido la importancia de multitud de mujeres que hasta no hace mucho habían pasado desapercibidas, silenciadas por la historia de la literatura, o subordinadas como 'señoras de', a la sombra de sus maridos. Baste citar como ejemplo la necesidad de usar pseudónimo masculino para ser tomada en serio como es el caso de Fernán Caballero, como se conocía a Cecilia Böhl de Faber, o la atribución a Gregorio Martínez Sierra de las obras escritas por su mujer, María de la O Lejárraga y, dentro de la Generación del 27, el silencio ominoso que ha cubierto a las Sinsombrero que formaron parte de ella y fueron casi ignoradas durante más de cincuenta años, excepción hecha de María Zambrano, que en 1981 consiguió el Premio Príncipe de Asturias y en 1988 el Cervantes.

Cierto es que cada día se subraya con más énfasis la relevancia de mujeres en todos los ámbitos del saber y se trata de hacer justicia a aquellas que sufrieron la marginación y hasta el descrédito (no digamos aquellas que 'sabían latín' de las que el refranero popular decía que ni encuentra marido ni tiene buen fin) por su creatividad y su afán de saber y comunicar al mundo sus logros, enriqueciéndolo con su visión individual.

De la importancia de mujeres como Zenobia Camprubí, pilar fundamental de Juan Ramón Jiménez, da cuenta la reciente monografía de Yolanda Ruano Laparra, Autorretrato de Zenobia Camprubí, con el que ha obtenido el XXIII Premio Leonor de Guzmán, y también se ha prestado atención, entre otras, a María Teresa León, mujer de Rafael Alberti, o a Concha Méndez, que estuvo casada con Manuel Altolaguirre.

Muy recomendable es el ensayo en torno a la mujer y la literatura de Clara Janés, Guardar la casa y cerrar la boca, publicado en 2015 por Siruela.

La comisaria de esta quinta edición del Día de la Mujer Escritora, la también escritora Elvira Lindo, ha elegido como tema «El esfuerzo cotidiano de las mujeres», que en mi opinión justifica plenamente que se ponga de relieve la importancia de la mujer escritora, quien además de tener que luchar por un puesto para el que simplemente por el hecho de ser mujer se le ha supuesto mermada, ha tenido que compaginar aprendizaje, lectura y escritura con cuidados a hijos y padres y atención a las tareas domésticas que siguen en muchos casos suponiéndose quehacer específico del sexo femenino.

En memoria de mi abuela, que valoró la importancia de aprender a leer y escribir, lo que logró gracias a la generosidad de don Adolfo Díaz Bautista y a su propia voluntad, hurtándole horas al descanso necesario tras su extenuante jornada, y en homenaje a mi madre, que no pudo ir a la escuela para hacerse cargo de la casa siendo una niña, pero aprendió los rudimentos de la escritura y disfrutó de la lectura hasta que el mundo comenzó a hacérsele ajeno. Por las que fueron a pesar de los obstáculos, y por que nunca, en ninguna época ni lugar, ser hombre o mujer condicione la consideración de capacidad o mérito.

Mientras haya quien siga considerando un menoscabo desde el punto de vista intelectual el hecho de ser mujer será preciso sacar a la luz el mérito de aquellas que un día estuvieron en la más absoluta oscuridad.