Son los años he aprendido a preferir la compra de productos frescos a los enlatados o envasados con plástico. Nos pone la pereza: es más fácil echar al carro todo lo que nos dan seleccionado y cortado que ir eligiendo el producto y seleccionar el corte. Si por nosotros fuera, a veces lo compraríamos ya digerido y todo. Es lo que nos pasa con los productos culturales, que nos acostumbramos a que nos los den hechos, al alcance de un botón, enlatados, manipulados y a menudo digeridos.

Hablo de 'productos culturales', para entendernos, pero en realidad, en la cultura es fundamental la comunicación, la retroalimentación entre el emisor y el receptor, la participación, la creatividad y cierta inmediatez, aunque haga mucho tiempo que se escribió un libro o se rodó una película.

Tengo por mi biblioteca un libro de Carlos París que habla de que «el hombre es un animal cultural». Muchos antropólogos nos dicen que el hombre ha evolucionado gracias al bipedismo y la cultura, y ello se ha ido grabando en nuestros genes. Puede que no estuviese previsto que nos pusiéramos en pie y, por eso, nunca desaparecen nuestros dolores de espalda, y puede también que sin cultura hubiésemos evolucionado de otra manera. Tal vez, digo yo, como la cabra tira al monte, siempre los hay que quisieran borrar la cultura de un tiro, con una hoguera, con una bandera o quién sabe si con una moción de censura para hacer ruido.

Si hay una manifestación cultural fresca, llena de vitalidad y en conexión inmediata con el público es el teatro. Hace mucho tiempo que se predijo que el teatro había muerto, pero no hay manera de enterrarlo, ni siquiera con esta pandemia que estamos atravesando. Es cierto que la escena, como toda la cultura y las artes agonizan. No, no soy optimista. Es cierto que hace falta mucho más que unos cuantos lemas y videoclips en las redes sociales. La cultura ilumina, claro que sí, pero ahora mismo la tarea de iluminar la cultura es muy complicada y urgente y el teatro es la piedra de toque, por eso sean bienvenidas acciones como las previstas por la Mesa de las Artes Escénicas de la Región para el próximo martes 27 de octubre frente al Romea. Nos va mucho en ello.

El teatro, ahora más que nunca. La lucha por mantener a flote el teatro es la punta de lanza que puede salvar la cultura en estos tiempos de pandemia y, por ende, salvarnos como especie cuando empieza a brotar todo lo irracional que aún llevamos dentro. En nuestra Región hay experiencias dignas de subrayar, como la compañía Alquibla, en manos de Antonio Saura y Esperanza Clares, que han apostado por nuevos formatos de teatro en directo online con magníficas piezas de dramaturgos como Fulgencio M. Lax, manteniendo y ampliando, a la vez, su Escuela de Teatro, para cumplir las normas de distanciamiento, como también ha hecho la Escuela Municipal de Teatro de Cartagena que dirige Alfredo Ávila y La Murga Teatro.

Isidoro Máiquez, un genio del teatro. En este peculiar y difícil 2020 se cumple el bicentenario de la muerte de un cartagenero universal, Isidoro Máiquez, «el actor maldito», como lo calificó Manuel Ponce en la biografía que de él escribió hace un cuarto de siglo y que ahora reedita la Editora Regional. Pese a que injustamente no es conocido por mucha gente, el teatro actual no sería como es sin este hombre que llegó a ser un gran actor, director y renovador de la escena.

Se acaba de estrenar en el Auditorio El Batel de Cartagena una esperada versión sobre la vida de quien llegó a ser el actor más grande de todos los tiempos en España: Isidoro Máiquez. Una estatua sin palomas. Hay que felicitar a Pedro Segura, autor, director e intérprete, por un trabajo que nos hace recuperar la certeza de que el teatro sigue vivo.

La tarea ha sido titánica. No era fácil resumir en una obra toda la trayectoria vital y teatral del cartagenero que revolucionó el arte de Thalía. Desde su infancia en la ciudad portuaria, sus primeras experiencias teatrales con su padre, su llegada a Madrid, su costoso ascenso hasta ser primer galán, su viaje a Francia a conocer al maestro Talma y las nuevas tendencias teatrales europeas, sus conflictos con la censura, el poder y los inmovilismos, la guerra contra los franceses, sus destierros, sus amores, sus aportaciones y cambios a los reglamentos teatrales, la enfermedad, las crisis y la muerte€

Nada fue imposible para Máiquez y nada lo ha sido para esta compañía de Bonjourmonamour Producciones que ha realizado el mejor homenaje que se podía hacer a Isidoro Máiquez.

Una estatua sin palomas se representará próximamente en el bello Teatro Apozo de El Algar y, ojalá, continúe un periplo brillante por muchas salas de España. Es una obra que enseña deleitando, como decían los clásicos, pues a la vez que disfrutamos de una ágil, entretenida y emotiva obra con magníficas interpretaciones y bien dirigida, al mismo tiempo conocemos un poco más la figura de quien cambió para siempre la forma de actuar, acabando con las declamaciones huecas y grandilocuentes y aportando naturalidad y verdad a la escena. Le debemos mucho a aquel hombre que hace más de doscientos años hizo que en el patio de butacas no se comiera ni se vendieran productos, que los asientos hoy día estén numerados o que las obras se anuncien con carteles y no con un pregonero que salía al final de cada obra anunciando la del próximo día.

Además de la magistral actuación de Pedro Segura, interpretando a Máiquez, hay que destacar la de Vicente Vidal como Máiquez adolescente, las de Pepe Salguero o Manuel Llamas, inmensos en varios personajes cada uno, Pepe Ortas, Paco García, Miriam Ortas, Lorena Hernández, Jéssica Segura, Alejandro Martínez y Baldomero de Maya. Así mismo, hay que resaltar la actuación en directo del barítono Pablo Cano, con una emocionante interpretación del Himno a la Libertad de La Calesera, y la del guitarrista Miguel Ángel Solano.

El impresionante vestuario de época corrió a cargo de Laly Gómez, y la banda sonora original es obra de David Ojados, siendo David Valverde el creador de la iluminación, proyecciones y espacio escénico.

Hay que ver esta obra y conocer a Isidoro Máiquez, un grande y eterno y hay que apoyar la cultura en directo, que nos da la vida e infla el alma.