La inesperada floración de una plaga vegetal está dando mucho que hablar esta semana en nuestra capital. Se trata de la temible flor de la discordia, emparentada con la mandrágora, que también es de floración otoñal. Su aroma, tacto o ingesta afectan esencialmente al sistema nervioso; planta muy peculiar cuya variante ibérica exhibe pétalos rojos y dorados, tiene una raíz alucinógena que provoca extraordinarias visiones, manía persecutoria, incontinencia verbal y vello facial. Brotan de forma abrupta, inopinadamente y como por sorpresa, en el suelo de las principales avenidas. Por razones que aún los biólogos desconocen la plaga crece en entorno exclusivamente urbano, en avenidas visibles y bien comunicadas. Se muestran, hecho admirable, en hileras bien ordenadas que recuerdan lejanamente a los cementerios de Normandía; y a cierta distancia, dado el tamaño de la corola sumado a la forma de los pétalos, parecen banderines nacionales agitados al viento.

Como otras muchas desgracias, esta plaga ataca siempre con nocturnidad. Cuando acaba la jornada y el desprevenido ciudadano se marcha dormir para disfrutar de una tregua que interrumpa los afanes del día en el terreno neutral de la noche, este despierta a la mañana siguiente deslumbrado por unas flores tan bellas como seductoras. Incluso en regiones semiáridas como la nuestra, con prolongados ciclos de sequía, la planta crece con que haya terreno abonado; y por lo poco que sabemos de estos vegetales, les basta para prosperar cualquier suelo que esté previamente bien provisto de una masa material en avanzada descomposición. No crecen simultáneamente en todas partes, sino parece que migren de manera ignorada, cual si fueran portadas por gentes misteriosas. Nuestros mayores aseguran que las flores de la discordia crecen solo cuando hay grandes mortandades y calamidades públicas; y no existiendo en la naturaleza dichas plantas, se dice además que han sido creadas por manos humanas en recónditos invernaderos, y a las ciudades habrían llegado, preparadas ya para ser trasplantadas, ocultas entre los zurrones de anónimos caminantes nocturnos.

Pero aunque las veamos ahora cuando vamos en tranvía, estas plantas llenas de enigmas y acertijos, son fugaces y su floración, aunque periódica, es efímera. Simplemente hay que alejarse de los campos donde florecen y no sucumbir a la tentación de manipularlas sin la debida protección. Con su estudio, sin duda, los científicos aclararán las razones por las que atraviesa una crisis tan grave nuestro ecosistema, amenazado por los males terribles de una extinción masiva.