Hubo un tiempo, hace cientos de años, en que yo era un loco de los ovnis. Sí. Leía cuanto libro aparecía sobre el tema ( Erick Von Dániken era mi gurú), estaba afiliado a un macarrónico CEI, o Centro de Estudios Interplanetarios, o algo así, donde me facilitaron una especie de Carnet de Investigador ¡válgame el cielo!, estaba impuesto de cuantas teorías se abonaban y enraizaban por aquellas épocas; me carteaba con reales o supuestos contactados, como aquel Sixto Paz, o aquellos otros de Siracusa, incluso con algún atrevido autor de obras como aquella Teoría Cristocéntrica del Universo, Jesús López Guerrero, cura de un recóndito pueblo malagueño, del que ya ni recuerdo el nombre. Incluso en la desaparecida y legendaria revista Karma-7 llegaron a publicar mis artículos de investigación, no crean ustedes. Compartía afición y celo con mi primo Máximo, con el que más de una noche perseguí avistamientos en un dos caballos Citroën por aquellas carreteras y caminos de Dios y el diablo, haciéndoles guardia en el Cabezo Gordo o patrullando las cercanías serranas de La Unión.

Locuras de zagal, pensarán ustedes. Y puede que sí, pero no saben lo que hoy daría por encontrar aquel material, aquella correspondencia que llegué a acumular, y que, abandonada un día, a su suerte, alguien lo tiraría todo a la basura. Debí habérmelo traído conmigo, pero la ligereza pesaba más que la madurez, y entonces pensaba que lo poco vivido valía poco comparado a lo aún por vivir. Pero la cantidad no siempre significa calidad. Tampoco intensidad. A lo largo de la vida humana, salvo raras excepciones, las vivencias y experiencias ricas en intensidad son aventuras escasas, comparadas con el resto, aunque vaya acompañado de calidad. Pero no generalicemos para evadirme de culpa y excusarme por mi dejadez. Siempre he sido un anárquico para con mis acervos documentales. Ni siquiera todo lo que ahora produzco sé dónde encontrarlo si algún día lo necesitase? bueno, tampoco es que me queden ya muchos atardeceres para necesitar ni buscar nada. Que la acracia siga siendo mi patria.

Me acuerdo de aquel tiempo, con un extraño apego a situaciones y personajes, con una mezcla de esperanza y añoranza. ¿Esperanza en qué y por qué y para qué? Y en una ensoñación de lo que fui o de cómo fui. E incluso recuerdo mi primera idea intelectual de Dios: un Ser eterno e inmenso de inmensidades, antropomórfico, ¿cómo no? (ya saben que estamos hechos a su imagen y semejanza aunque no sea así literalmente), pero en el que los universos, sistemas, galaxias, soles y planetas y cuánto y cuántos habitamos en ellos, formábamos los átomos, las células, los órganos y tejidos de su cuerpo infinito. De esa manera éramos como Él, siendo Él mismo, y Él estando con nosotros a su vez y al mismo tiempo. Para explicarme: yo era algo así como una infimillonésima parte del átomo de una célula de la almorrana del culo de Dios. Naturalmente, entendía la interubicuidad, pero no comprendía cómo puñeta una partícula tan microínfima del cuerpo del Dios cósmico podría comunicarse con Él de forma mínimamente satisfactoria. Ni por qué los místicos insistían en lo contrario: que sí es posible. Entonces, por complementación, también leía a Sri Aurobindo, y a Lobsang Rampa, y a Khrisnamurti, e incluso al francés, jesuíta, teólogo y antropólogo Teilhard de Chardin? Naturalmente, terminaba con la azotea hecha una leonera.

Entonces, de la física quántica apenas existían confusos esbozos. Ni el Bossón de Higgs estaba ni se le esperaba, ni nada de nada. Todo eso vino mucho después, y empezó a poner un poco de orden en mi ático. Aún y ahora, en la actualidad, siglos después de todo aquello, cuando me llegan estos flashes del pasado (¿o acaso vienen del futuro?) me doy realmente cuenta de lo cerca que siempre me he sentido y de lo lejos que siempre he estado de estas cosas. Y me pregunto si ayer, como hoy, como lo poco que me queda de mañana por venir, en realidad no es un solo y único presente, donde la afición por los extraterrestres me situó en una dimensión de la que ya soy demasiado torpe para abarcarla, y demasiado viejo para abandonarla?

Como comprenderán, a estas alturas de la película, ya me trae sin cuidado la existencia de vida inteligente en el espacio exterior, que se interrelacionen o no con nosotros o que tengan una trompeta en la frente, una ventosa en el ombligo o unas postizas en los sobacos. Estoy convencido de ello, si bien que me importa muy poco el modo y la forma y la manera y los motivos también. Todo lo que existe es la misma vida. Incluso cuanto existe ya existió, y cuánto ha existido volverá a existir, puesto que todo es parte de la misma existencia en un solo y único presente.