Si ellos parecen ponerse de acuerdo en cómo atajar una pandemia que campa a sus anchas por los dos hemisferios ajena a cualquier estación del año y encarnizada con los más débiles.

Las medidas de contención de someter a la población a restricciones en su vida cotidiana vienen demostrando una relativa eficacia. Excepto la medieval solución drástica de encerrarnos tras las murallas o, ahora, en la reedición de un toque de queda que, aunque con orígenes normandos al poco de estrenar el primer milenio, se aplicó durante la Segunda Guerra Mundial para controlar a la población civil.

Incluso esta penitencia puede que tenga efectos temporales ligados a su vigencia. Se demostró en el verano tras el fin del estado de alarma cuando después del confinamiento general volvimos a las andadas.

Falladas las medidas de prevención basadas en la responsabilidad individual por culpa de las conductas insolidarias de unos cuantos (jóvenes y no tanto), algunos se plantean alternativas.

Científicos de universidades de Stanford y Harvard en Estados Unidos y Oxford en Reino Unido han suscrito el informe Great Barrington que propone terminar con los confinamientos indiscriminados y volver a la normalidad salvo para los más mayores y los colectivos vulnerables en los que se 'focalizarían' todos los recursos sanitarios y preventivos.

Proteger al débil frente al coronavirus mientras se alcanza la inmunidad de rebaño y llega la vacuna.

Así, añaden, se evitarían efectos devastadores de los internamientos como la detección tardía de cánceres, bajas tasas de vacunación, aumento de diagnósticos graves en dolencias cardiovasculares y deterioro de salud mental.

Pero el análisis se ha encontrado con la oposición radical de ochenta expertos de varias instituciones académicas que publican un documento en The Lancet donde viene a calificar de disparate la propuesta. La inmunidad de rebaño, afirman, no ha tenido nunca éxito en la historia del control de las epidemias y menos ahora que el 30% de la población podría calificarse como vulnerable. En consecuencia, defienden las medidas restrictivas que se vienen aplicando.

La OMS se ha decantado por esta última posición aunque no sin algunas discrepancias entre sus responsables que miran a países como Suecia ajenos a una segunda ola y con una incidencia de 22 casos por 100.000 habitantes a primeros de octubre. Sus únicas restricciones son impedir las visitas a las residencias de ancianos y las concentraciones de más de cincuenta personas. Este maldito bicho nos está desconcertando a todos.