En la mayor crisis sanitaria, económica, social y laboral que se recuerda en las últimas décadas en el mundo, con una España que sigue arrojando datos alarmantes sobre contagios, donde las comunidades autónomas están gestionando, como muchas pedían hace meses, una crisis que les está haciendo añicos, con el principal partido de la oposición echando gasolina por Bruselas y Madrid para ver si el Gobierno de España se quema de una vez por todas, llamando dictatoriales a las políticas del Ejecutivo con una mano, mientras con la otra exige, como hacen las dictaduras de verdad, que si quieren negociar, echen de la mesa negociadora a Podemos, un partido democrático que representa a millones de españoles, en un gesto tan abominable como reprochable; en medio de todo este bochornoso espectáculo, vamos a asistir a partir de mañana a la moción de censura presentada por el tercer partido del Parlamento, el grupo ultraconservador Vox.

El partido que dirige con mano de hierro Santiago Abascal sabe que tiene mucho que ganar y poco que perder, saben que esta vez no saldrá adelante su moción de censura, pero saben que tendrán dos días de gloria para confrontar a los españoles, para aumentar las diferencias, para dirigirse a la España nostálgica, para ratificar la patria y el Rey ( Felipe VI sigue equivocándose permitiendo que la derecha se convierta en su oficiosa guardia pretoriana) como su bandera.

No esperen que durante estos días se hable de economía, de políticas públicas, del modelo privatizador del sistema público de pensiones que propone Vox, de su apuesta por la privatización de la sanidad, del desmantelamiento de la educación pública que exigen, de limitar el derecho a la huelga que proponen, de volver a un Estado centralizado desmantelando las autonomías.

Y mucho menos se hablará del pasado de la cúpula de Vox, de su financiación iraní, desde los más que supuestos turbios y tramposos negocios de los Espinosa de los Monteros y señora, a los chiringuitos del propio Abascal, o de la admiración que algunos de sus seguidores siguen sintiendo por el dictador Franco y su oscuro legado.

Durante estos días volverán los insultos, a deslegitimar un Gobierno, a llamar Gobierno criminal al actual Ejecutivo, a echar muertos encima de la mesa, a apoderarse de las banderas, a dividir a los españoles, a provocar, a dinamitar puentes, a romper consensos, a reventarnos a escuchar divisiones, en definitiva, a que aborrezcamos la política; saben que el barro, el lodazal, los menas, la inmigración y los okupas ficticios son sus mejores armas.

Esta moción de censura está planteada como una semilla que deberá germinar dentro de unos años. Si los populares la riegan pensando que podrán compartir sus frutos el día de mañana se equivocarán, pues el dueño del huerto lleva pistola y dejará entrar en él solo a los que juren lealtad al Rey, a la patria, a la familia y a Dios.

Si este país no necesita ahora una cosa es un motín a bordo, pero me temo que los oficiales con apellidos nobles y pasado tenebroso han decidido levantar el hacha de guerra, y para eso están dispuestos a enviar a sus tropas, llenas de frustración y odio a la batalla, mientras ellos la contemplan, como hicieron sus antepasados, desde los palacios de invierno.