Hace mucho tiempo que vimos en la película Wall Street interpretar a Michael Douglas al codicioso Gordon Gekko. Era un personaje carente de escrúpulos con el que Oliver Stone denunciaba la ambición desmedida de un capitalismo que siempre ha impuesto su agresiva ambición. El tiempo ha pasado, pero las reglas de reparto que nos impusieron hace siglos siguen vigentes. Y desde los think tank no dejan de filtrar mensajes para potenciar la exuberancia irracional de los mercados con el argumento de la libertad, y para convencernos de que la codicia es buena porque impulsa el desarrollo, invierte sus beneficios y crea riqueza. Se olvidan de decir que siempre es para los mismos.

Ahora tenemos un nuevo escenario: ya no son las crisis al estilo de los Gekkos, o de políticos como Trump o Bolsonaro. Ahora ha sido un supervillano virus chino que ha matado casi un millón de personas, ha colapsado todos los sistemas de salud, ha dejado al desnudo a los que se creían los mejores del mundo, como la sanidad española, y ha llevado la economía mundial a un coma inducido y sin diagnóstico válido para despertar con esperanza de vida sana. Mientras tanto, escribimos en espacios confinados tan viciados que la respiración física y mental se hace muy difícil.

Y también hay respuestas políticas sin precedentes. Lo que está haciendo en Madrid la presidenta Ayuso, utilizando la libertad de la ciudad como bandera, es estar ciega de rabia y dar prioridad al deseo es que todo siga igual. Es el escenario político de esta crisis en el que los ciudadanos son peones de un juego en el que poco importan sus vidas, salvo para ponerles vacunas cuando estén y que las farmacéuticas hagan un negocio exponencial con ello. Las Bolsas indican eso.

El reto de salir del confinamiento no es fortuito. La suerte no tiene aquí su espacio. Son los test masivos y rastrear los contagios: solo así se impide un rebrote fatal para la economía. Y no precipitarse en la retirada de medios de control. Al mismo tiempo (yo diría solapándose) hay que poner los estímulos adecuados a una economía que no está acostumbrada a los mecanismos de solidaridad. La mutualización de esta crisis no se está haciendo bien por ese empacho de ideologías enfrentadas y la descalificación permanente. Es una vergüenza presenciar este espectáculo con los miles de muertos diarios.

Necesitamos medidas de inmediato, porque estamos ante una década perdida, según advierte desde Harvard el profesor Rogoff. Proteger rentas y que las estructuras productivas no se dañen más, para que la recuperación se inicie con fuerza. Pero las medidas asustan a los políticos, y es su impotencia la que está perjudicando tanto como el propio virus. Ahora se nota los que tienen un músculo fiscal y los que carecen de ello. Se espera con ansiedad los 72.000 millones de la UE, que sin duda ayudarán a que la brecha sea menor.

El problema lo seguimos teniendo en la descarada lucha por el poder que se ha desatado a todos los niveles. En la Unión Europea entre los socios, y en los territorios entre los grupos políticos, a los que parece importar más un voto que las vidas que nos estamos jugando. El Covid-19 es el villano de la película, pero la batalla de las ideas políticas y el modelo económico que no se quiere girar son de verdad el verdadero Covid-19. Este panorama nos lleva a esa irritación que resurge, y a ese miedo que se propaga. El historiador Tooze, de la Universidad de Columbia, ha puesto de manifiesto que de esta crisis saldremos más pobres, más endeudados y muy asustados. El miedo nos irá llevando a nuevos choques electorales que pueden convertirse en verdaderos terremotos políticos, de uno u otro signo.

En estos momentos tenemos que resolver el grave problema de la salud, pero debemos tener la visión de resolver al mismo tiempo la economía. Y según abordemos la cuestión de la economía saldremos con más desigualdad y más millonarios (si lo abordamos desde arriba) o iniciaremos un camino mejor para todos (si lo miramos desde abajo). Un enfoque que ya se utilizó para resolver otras grandes crisis, como las que se afrontaron para reconstruir los desastres de la Segunda Guerra Mundial, con niveles de endeudamiento superiores al 200%, y aplicando impuestos a las grandes fortunas como hicieron Alemania o Japón.

No olvidemos que la crisis se está cebando con las capas sociales de menores recursos, y amenaza con un aumento de la pobreza extrema que verá su punto más dramático a finales del año próximo, según los datos publicados esta misma semana por el Banco Mundial. Lo que supondrá una caída para el consumo y una convulsión social.

Por eso, en estos momentos la batalla de las ideas no puede dejarnos indiferentes: precisamos de inmediato más gasto público y más ingresos públicos.