Una joven ilustradora y aprendiz de psicóloga me ayudó a descubrir el otro día una expresión que hasta ahora jamás había escuchado: el artblock. Un instante que, al parecer, es más común de lo que parece entre quienes se dedican al mundo de la pintura y el dibujo. En una doble dimensión, además. Resulta que tiene que ver con el marasmo que se produce al comenzar un dibujo y no hay manera de que los trazos puedan seguir encontrando sentido, con su combinación de colores y formas, para poder expresar una idea preconcebida.

En ocasiones, es prácticamente imposible si quiera esbozar el primer trazo sobre un papel, un lienzo, una cartulina o una pantalla en blanco. Esa apatía paralizante puede ocurrir por dos razones: bien porque no se vislumbra ni una mínima idea para la creación, o bien, al contrario, porque son tantos los estímulos que sacuden a la protagonista que padece una saturación tal que inmoviliza por completo la vena creativa. Hay artistas que, incluso, recopilan todas esas obras que no han podido culminar una vez comenzadas. Tienen sus particulares colecciones de artblock y estos trabajos singulares llegan a convertirse en piezas con un valor propio y genuino. Es lo que tiene el bloqueo artístico.

En nuestra España de estos días hay otros artistas que padecen una peculiar hemiplejía mental que podríamos diagnosticar como de political blockade, con manifestaciones variopintas. Es la que padecen quienes llevan a desatar conflictos donde nunca los ha habido, a negar la evidencia de una sentencia por un quítame allá, y a mí, esas pajas, como si existiera una caja B en mi partido, vamos anda. También la sufren quienes sacan a debate ahora, en este instante de paz social y de salud a raudales, el sistema de gobierno en estas tierras. O quienes se van a Europa a hablar mal de los suyos, al precio que sea, para conseguir afuera lo que en casa resulta imposible alcanzar. O los que parecen asociarse a las invasivas campañas publicitarias de las empresas de alarmas, de quienes combaten la ocupación de viviendas y se dejan de lado las incursiones alienantes del mercado para que cada uno se resuelva la vida por encima de los vulnerables y precarios.

Esa political blockade es una verdadera afrenta a quienes han enseñado hasta ahora que la política es demasiado importante para dejarla en manos de unos desalmados que nos siguen tomando por tontos. Esos que viven en su mundo, de manera endogámica, sin ser capaces de entender algo de lo que está pasando. De la gente que lo pasa mal. De quien ha perdido su empleo, su ilusión, su proyecto de vida, su esperanza y, sobre todo, su salud y la de su gente cercana. La de sus padres, la de sus abuelos. Si más de 30.000 muertos en ocho meses no son suficientes para tener un poco de dignidad y altura de miras, ¿qué más puede ocurrir para no hacer un alto en el camino y alcanzar una tregua?

Pero no, aquí parece que no valen los matices, la sensatez, la cordura, la paciencia, la moderación, la asertividad ni el diálogo. Aquí solo priman la polémica, las posiciones extremas, las descalificaciones, los insultos, la inmediatez, el titular, la frase ocurrente, el meme soez o el último tuit en caliente que alimenta el ego de quien lo lanza o retuitea. Es lo que tiene el bloqueo político, que no es otro que el bloqueo mental. Y para eso, lo mejor es aplicar un buen desatascador, con vinagre y bicarbonato, para aliviar los caminos de la política y de la economía. Porque mientras unos siguen erre que erre, con el dale Perico al torno del negacionismo o del bloqueo a secas, la vida sigue, los colegios continúan recibiendo niños; quienes se dedican a la limpieza, al transporte, a la agricultura, a las tiendas y, cómo no, a cuidar nuestra salud y atendernos en consultorios y hospitales? miran hacia otro lado. Es el rostro de la realidad de lo cotidiano, de quien no puede entretenerse en lo fútil. Y aquí no hay bloqueo que valga.