Los padres de mi generación nos enfrentamos a las presiones ambientales para que nuestros hijos no vieran la televisión. Por lo visto, la televisión fomentaba la pasividad de los tiernos infantes y perjudicaba su comportamiento futuro como adultos activos y creativos. En mi caso, habiendo disfrutado como un enano viendo películas de ciencia ficción los sábados en una pequeña televisión en blanco y negro que mis padres instalaron en mi cuarto, no hice caso y mis hijos tuvieron televisión en su cuarto casi desde la cuna. Después vino la generación de los videojuegos. En este caso, los expertos asustaban a los padres con terroríficas predicciones de violencia doméstica y retoños convertidos en sociópatas y asesinos en serie. No podía ser de otra manera cuando la principal diversión de estos era matar zombis sin cuento mediante sofisticadas armas manejadas desde una visión subjetiva que permitía la inmersión plena en la acción que ocurría en la pantalla, casi con la sangre salpicando a través de ella. Ahora le toca el turno a la generación de las redes sociales a través del móvil, utilizadas con fruición por supuestos descerebrados adolescentes, incapaces de defenderse de los depredadores sociales que pueblan las redes y de la adicción que provocan. Esta semana ha sonado la alarma acerca de la más nueva de ellas y la que está más de moda entre los más pequeños de la casa, TikTok, en relación con la sexualización de los niños y con su explotación por parte de los padres. Como si los padres norteamericanos no llevaran todo la vida vistiendo a sus niñas como putas callejeras y exponiéndolas a la lubricidad de depredadores sexuales en los concursos de mises infantiles.

Y todo esto también a cuenta del documental de Netflix titulado El dilema social, que nos muestra a esos mismos adolescentes siendo manipulados sin escrúpulos por las redes sociales como si fueran marionetas. Sorprende los recursos que Netflix ha dedicado a la producción de este documental, en especial el protagonismo de un actor de abultado casting y unas infografías de lo más sofisticadas, para contarnos de una forma completamente manipulada cómo nuestros adolescentes están siendo manipulados. Con tanta inversión y con la presencia de multitud de opinadores en el documental que opinan prácticamente lo mismo (la mayoría son extrabajadores arrepentidos de los gigantes digitales que se ganan la vida denunciando la amoralidad de sus antiguos empleadores), Netflix nos hace olvidar -o al menos lo intenta- que las plataformas de streaming son competidores directos de las redes sociales y también de la industria de los videojuegos a la hora de captar la atención de esos mismos adolescentes, aunque sus modelos de negocio sean completamente diferentes. En resumen, la visión apocalíptica que nos presenta Netflix de las redes sociales es interesada y claramente sesgada. Y no se han molestado mucho en ocultarlo.

Lo que pasa con los adolescentes, desde al menos los años cincuenta y sus 'rebeldes sin causa' es que se enfrentan al sistema establecido por la generación anterior, con razón o sin ella. Como nos diría cualquier psicólogo aficionado, los adolescentes se reafirman a sí mismos poniendo en cuestión el orden establecido y a todo lo que suene a autoridad. Y, para más inri, la desconfianza frente a los padres se simultanea con una fe gregaria en el grupo de amigos y en otros adolescentes, especialmente los que son algo mayores que ellos, a los que los adolescentes y preadolescentes suelen admirar, sobre todo si muestran rebeldía e independencia de criterio. Es debido a esta dinámica que surgen conflictos entre generaciones en el ámbito familiar, más o menos dramáticos o dañinos según los casos. Oponerse frontalmente y de forma autoritaria a lo que quieren los adolescentes, no suele ser una buena estrategia, pero dejarse llevar por la ley de menor resistencia y consentirles todo, tampoco es una opción. No soy psicólogo familiar ni experto en la materia, así que no tengo consejos que darte en ese ámbito.

Solo quiero alertar ante la visión tremendista por el uso de las redes sociales y del consumo del móvil por parte de los chavales. Como sucede con cualquier tecnología, las redes sociales son una herramienta que potencia la interrelación entre grupos de personas que comparten algún tipo de afinidad. Y como la adolescencia es una etapa en la que se forja la sociabilidad de nuestros hijos, lo extraño sería que no utilizaran esas herramientas para estar en contacto de forma continuada entre ellos. Cuando las llamadas telefónicas costaban dinero y había un solo teléfono fijo en casa, su uso por parte de los niños para llamarse era cosa reservada a las familias ricas. De ahí a disfrutar de una comunicación ubicua, multimedia, grupal e interactiva va un camino de progreso tecnológico digno de una película de ciencia ficción cuyo argumento se ha desarrollado en el espacio de nuestras vidas.

Pero no confundamos el subgénero de la ciencia ficción distópica, del tipo de Black mirror y sus derivados, con la realidad de la afición (que como todo lo placentero se puede convertir en adicción malsana a partir de un determinado momento) de niños y adolescentes por las redes sociales como Facebook (cada vez menos), Instagram o la francamente divertida TikTok. Es cierto que los algoritmos de estas plataformas estimulan su uso intensivo por parte de los usuarios. Y también es una verdad evidente que los niños y jóvenes no son los que van a poner límites a lo que les produce satisfacción. Por eso el Estado de derecho otorga a los padres el ejercicio de la patria potestad y la obligación de cuidar del progreso moral e intelectual de los hijos, derecho y obligación al que ningún padre puede ni debe renunciar. Pero de ahí a entrar en pánico porque tus hijos pasen más tiempo en el móvil que viendo la televisión en familia, o jugando a la play en su tiempo de ocio, hay un trecho considerable.

La enmienda general a las redes sociales y a sus algoritmos por parte de Netflix no tiene sentido y recuerda a los argumentos, envejecidos con el paso de los años, que todos los padres de sucesivas generaciones hemos puesto a nuestros hijos, sea por sus gustos musicales, su forma de vestir o sus aficiones de tiempo libre. Pero, admitámoslo, ese conflicto generacional es ley de vida, y es la forma que utiliza la evolución para forzar los límites del progreso y de la inteligencia. Si miramos a los anuncios de televisión de los años 60, tendremos la sensación de que se dirigían a consumidores acríticos o más bien estúpidos, con sus argumentos simplones y sus canciones de guardería. Pero lo que demuestra esa sensación es que las sociedades se vuelven cada vez más educadas, críticas y sofisticadas, y eso sucede en parte porque cada generación pone patas arriba los totem y tabúes de la generación anterior. Y que así sea por muchas generaciones. Después de todo, no nos ha ido tan mal como sociedad desde los tiempos de Easy rider y James Dean. Los pesimistas del presente suelen reinterpretar el pasado con desenfrenado optimismo, como si todo lo pasado hubiera sido mejor.