A medida que pasan los días, cualquiera tiene treinta y cuatro mil razones que pesan como los treinta y cuatro mil muertos que se nos han ido para siempre al lugar donde habita el olvido. Se nota el cansancio entre la gente que cada día deja a su familia en casa para vestirse de héroe, sanitarios que atraviesan la puerta del hospital para fajarse contra la muerte como un boxeador de oficio, con el objetivo de sacar de entre las cuerdas a otros que luchan amarrados a un respirador. Ni siquiera quedan gestos, ni aplausos a una hora, ni cacerolas que abollar desde los balcones. En todo caso, tal vez una palabra:

Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza me queda la palabra.

Cunde el desánimo porque el bicho atraviesa en silencio las ciudades y las fronteras y no entiende de idiomas, ni de pieles, ni de edades. Solamente se asoma con su careto lleno de espinas para clavar su punta venenosa en la entraña de quienes amamos o desconocemos. Por eso las pérdidas son extraordinarias, espeluznantes, terroríficas. El destrozo que provoca un contagio no se puede comparar con nada, aunque nos consolemos con palabras como asintomático, manada o vacuna:

Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra.

Y no sé por qué extraña razón, muchos estamos esperando todavía que alguno de los que nos mandan sepa darle a la tecla apropiada. Como si nos quedara un remanente de inocencia en algún sitio recóndito del corazón, una pequeña palanca que ayudara a arrancar el motor de la palabra acuerdo, dentro de este circo de acusaciones y griterío que tienen montado. Porque el ruido tan escandaloso que andan provocando con el vocerío, está tapando el verdadero sonido de la palabra:

Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra.

En tiempos de desazón e incertidumbre, siempre debería oírse la voz del poeta en el silencio. Y por eso, este Disco Dedicado viene con la maleta llena de Blas de Otero y las gargantas de Paco Ibáñez y Aguaviva. Treinta y cuatro mil razones como muertos nos contemplan. Lo mismo hay que hacérselo ver. Codazos cordiales.

Aguaviva fue una banda española que desarrolló su trayectoria musical principalmente durante la década de los setenta. Interpretaron poemas de autores como Blas de Otero, García Lorca o Rafael Alberti. Algunos de sus temas fueron prohibidos durante la dictadura franquista.